La muerte española de Fidel Castro.
Fidel Castro está a punto de morir. Lo dicen, esta vez, los servicios de inteligencia españoles. La prensa radial de Miami transmitió como noticia lo que es en realidad un pequeño artículo de opinión del diario español ABC: “Castro está muy grave y le queda poco tiempo de vida”[1]. Para Miami sería una pérdida irreparable: su último peldaño de acceso a la realidad.
Los cubanos de Miami han tenido como su principal (pre)ocupación la construcción del mito de invencibilidad e inmortalidad de Fidel Castro: el hombre que ha inundado a una ciudad norteamericana con agentes y espías, que ha logrado la hazaña de desinformar y manipular al gobierno norteamericano y a sus más destacadas agencias y unidades élites, que ha construido un sistema de propaganda que ha sido capaz de ocultar los asesinatos en masa en Cuba, las detenciones arbitrarias, los experimentos para desarrollar armas químicas y biológicas al mundo. ¡Ha confundido al mundo! Fidel es, siempre según los cubanos de Miami, el innombrable, un híbrido entre Molloy (tropical) con semidiós griego. Sí, para los cubanos de Miami, la gloria de Fidel radica en su condición de semidiós –hasta sus orígenes son oscuros, indeterminados, se sabe que nació del linaje de Lina pero ¿y el padre? Estos cubanos de Miami han sido pródigos y meticulosos aedas, edificadores de mitos y excelentes storytellers -transmisión oral en la era de la información digitalizada.
Fidel en Miami es una presencia real, acostumbrada; sin él Miami sería una anónima ciudad del sur de la Florida, con un balneario una vez famoso, plagado de estrellas de cine venidas a menos y gángsteres retirados. Presencia real en los medios masivos de comunicación: ¡cuántas carreras profesionales, de negocios, cuántas fortunas a él debidas! Y los cubanos de Miami saben ser generosos, lo han retribuido con una presencia constante, un reconocimiento que no cesa y que ha alcanzado la categoría de culto. ¡Ay de ti, Miami! El día que el oráculo de La Habana enmudezca, la tristeza enmascarada de brindis y cláxones en las calles barrerá con tus pocos vestigios de existencia. Entonces Miami recobrará la normalidad perdida, su adormilado paisaje de ciudad pequeña, su condición subsidiaria de otras ciudades, incluso de La Habana. Miami reencontrará, después del suceso que todos esperan con ese nerviosismo de novia-dejada-al-pie-del-altar, su pobre, escaso destino. El primer síntoma de la normalidad se reflejará en la próspera industria de los bienes raíces: las mansiones de papel-cartón, los edificios de condominios que no aguantan un viento platanero, las urbanizaciones del suroeste para nuevos ricos comenzaran a deteriorarse, a despoblarse de sus esperados ocupantes, a venderse a precios irrisorios (comparados con los precios de venta), a desmoronarse. Miami no será más la ciudad en la que los newly-arrived cocinen sus sueños al fuego de los barbecues y apaguen su sed con Heineken.
Fidel Castro está a punto de morir. En Cuba, la gente se desplaza con anodina complacencia unos, trepidantes otros, esperanzados pocos –la esperanza ya no es de este mundo- pero casi todos con la certeza que casi todo será igual en el tiempo por venir: la inminente muerte española de Fidel Castro pasa desapercibida. Los cubanos diarios tienen preocupaciones diarias y la muerte de Fidel Castro aparece como algo excepcional. Con la muerte de Fidel Castro el país, y su gente, habrán dejado atrás la edad de los héroes y se adentrarán en la edad de los hombres (leer [a Vico] es aprender). Desde 1959, la sociedad cubana ha vivido un proceso de cambios sociales tan profundos y radicales que ni el colapso temporal de las estructuras revolucionarias en Cuba podría revertir. Cuba no volverá al status que los cubanos de Miami quieren; el sentido de independencia política y los beneficios sociales no podrán ser ya extirpados de la conciencia social cubana. La clase política cubana del futuro no podrá obviar lo que con machacona insistencia se conoce como la obra de la revolución: la universalización de los servicios médicos, educativos y de seguridad social. Los políticos cubanos de mañana no debieran parecerse en nada a sus decadentes émulos del “peladero” de Miami, ni siquiera debieran posar con ese aire "globalizado" de la anodina y alegre claque de nuestros modernos intelectuales exiliados. Después que Fidel muera y su muerte, al menos simbólicamente, cierre otro ciclo heroico de la historia cubana, los cubanos de la isla quedaran atrapados entre la certidumbre, siempre nostálgica, del pasado y la incertidumbre del futuro. Algo tendrán claro y es que medio siglo de historia no se borra y es a partir de esa experiencia que se puede proyectar el futuro del país, no a contrapelo de ella.
Fidel se está muriendo, y nosotros también. Para los cubanos de Miami es inconcebible el futuro después de Fidel; para los de la isla el futuro arranca siempre del presente y el país persistirá en dibujar sus señas de identidad, su manera de asimilar y ser asimilado y su cantidad (hechizada o no) de energía para seguir con ese pesado (e inevitable) fardo que es la historia.
[1] ABC. Viernes, 7 de abril de 2006. “Castro se muere”, por Rafael Bardají.
Fidel Castro está a punto de morir. Lo dicen, esta vez, los servicios de inteligencia españoles. La prensa radial de Miami transmitió como noticia lo que es en realidad un pequeño artículo de opinión del diario español ABC: “Castro está muy grave y le queda poco tiempo de vida”[1]. Para Miami sería una pérdida irreparable: su último peldaño de acceso a la realidad.
Los cubanos de Miami han tenido como su principal (pre)ocupación la construcción del mito de invencibilidad e inmortalidad de Fidel Castro: el hombre que ha inundado a una ciudad norteamericana con agentes y espías, que ha logrado la hazaña de desinformar y manipular al gobierno norteamericano y a sus más destacadas agencias y unidades élites, que ha construido un sistema de propaganda que ha sido capaz de ocultar los asesinatos en masa en Cuba, las detenciones arbitrarias, los experimentos para desarrollar armas químicas y biológicas al mundo. ¡Ha confundido al mundo! Fidel es, siempre según los cubanos de Miami, el innombrable, un híbrido entre Molloy (tropical) con semidiós griego. Sí, para los cubanos de Miami, la gloria de Fidel radica en su condición de semidiós –hasta sus orígenes son oscuros, indeterminados, se sabe que nació del linaje de Lina pero ¿y el padre? Estos cubanos de Miami han sido pródigos y meticulosos aedas, edificadores de mitos y excelentes storytellers -transmisión oral en la era de la información digitalizada.
Fidel en Miami es una presencia real, acostumbrada; sin él Miami sería una anónima ciudad del sur de la Florida, con un balneario una vez famoso, plagado de estrellas de cine venidas a menos y gángsteres retirados. Presencia real en los medios masivos de comunicación: ¡cuántas carreras profesionales, de negocios, cuántas fortunas a él debidas! Y los cubanos de Miami saben ser generosos, lo han retribuido con una presencia constante, un reconocimiento que no cesa y que ha alcanzado la categoría de culto. ¡Ay de ti, Miami! El día que el oráculo de La Habana enmudezca, la tristeza enmascarada de brindis y cláxones en las calles barrerá con tus pocos vestigios de existencia. Entonces Miami recobrará la normalidad perdida, su adormilado paisaje de ciudad pequeña, su condición subsidiaria de otras ciudades, incluso de La Habana. Miami reencontrará, después del suceso que todos esperan con ese nerviosismo de novia-dejada-al-pie-del-altar, su pobre, escaso destino. El primer síntoma de la normalidad se reflejará en la próspera industria de los bienes raíces: las mansiones de papel-cartón, los edificios de condominios que no aguantan un viento platanero, las urbanizaciones del suroeste para nuevos ricos comenzaran a deteriorarse, a despoblarse de sus esperados ocupantes, a venderse a precios irrisorios (comparados con los precios de venta), a desmoronarse. Miami no será más la ciudad en la que los newly-arrived cocinen sus sueños al fuego de los barbecues y apaguen su sed con Heineken.
Fidel Castro está a punto de morir. En Cuba, la gente se desplaza con anodina complacencia unos, trepidantes otros, esperanzados pocos –la esperanza ya no es de este mundo- pero casi todos con la certeza que casi todo será igual en el tiempo por venir: la inminente muerte española de Fidel Castro pasa desapercibida. Los cubanos diarios tienen preocupaciones diarias y la muerte de Fidel Castro aparece como algo excepcional. Con la muerte de Fidel Castro el país, y su gente, habrán dejado atrás la edad de los héroes y se adentrarán en la edad de los hombres (leer [a Vico] es aprender). Desde 1959, la sociedad cubana ha vivido un proceso de cambios sociales tan profundos y radicales que ni el colapso temporal de las estructuras revolucionarias en Cuba podría revertir. Cuba no volverá al status que los cubanos de Miami quieren; el sentido de independencia política y los beneficios sociales no podrán ser ya extirpados de la conciencia social cubana. La clase política cubana del futuro no podrá obviar lo que con machacona insistencia se conoce como la obra de la revolución: la universalización de los servicios médicos, educativos y de seguridad social. Los políticos cubanos de mañana no debieran parecerse en nada a sus decadentes émulos del “peladero” de Miami, ni siquiera debieran posar con ese aire "globalizado" de la anodina y alegre claque de nuestros modernos intelectuales exiliados. Después que Fidel muera y su muerte, al menos simbólicamente, cierre otro ciclo heroico de la historia cubana, los cubanos de la isla quedaran atrapados entre la certidumbre, siempre nostálgica, del pasado y la incertidumbre del futuro. Algo tendrán claro y es que medio siglo de historia no se borra y es a partir de esa experiencia que se puede proyectar el futuro del país, no a contrapelo de ella.
Fidel se está muriendo, y nosotros también. Para los cubanos de Miami es inconcebible el futuro después de Fidel; para los de la isla el futuro arranca siempre del presente y el país persistirá en dibujar sus señas de identidad, su manera de asimilar y ser asimilado y su cantidad (hechizada o no) de energía para seguir con ese pesado (e inevitable) fardo que es la historia.
[1] ABC. Viernes, 7 de abril de 2006. “Castro se muere”, por Rafael Bardají.
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