Sobre Philip Roth
"... [T]he longest-serving member in the literature
department of the American Academy of Arts and Letters..." is dead. De esa
manera, Charles McGrath —el mismo que escribió el obituario de Philip Roth para
The New York Times el pasado 23 de
mayo— comenzó la que tal vez sea la última entrevista concedida por Roth,
publicada en ese mismo diario este último enero. Roth accedió a concederla a condición
de que le hicieran llegar las preguntas para responderlas sosegadamente, porque
"He needed to take some time (...) and think about what he wanted to say."
Ocho preguntas sobre la vejez, la muerte probable, su obra y, en palabras del
entrevistador, sobre "this strange
period we are living in now." Pensé en aprovechar algunas de las consideraciones
que hiciera en esa entrevista el autor de The
Dying Animal sobre this strange
period para fabricar —la escritura como fabricación, el escritor como faber,
forjador de piezas de
escritura en la
fragua que es la mesa de trabajo y
los útiles para escribir— otro texto para mis "Políticas", otra fabricación para ajustarle cuentas al
indecente inquilino de la mansión imperial, pero entre el deseo y la ejecución,
se acabó la "suerte" (Roth, en la última oración de la respuesta a la
primera pregunta sobre la vejez, la muerte probable: "We will see how long my
luck holds out."),
terminó el juego, for him everything is
gone, for us, still hanging in there, remains the possibility of going back to
him, the remembrance of him, through the
reading of his works. Ido, no queda sino pensarlo en sus propias palabras (Roth a la pregunta sobre cómo
recordaba su vida de escritor: "The
day-by-day repertoire of oscillating dualities that any talent withstands — and
tremendous solitude, too. And the silence: 50 years in a room silent as the
bottom of a pool, eking out, when all went well, my minimum daily allowance of
usable prose.”), en la inmensa
soledad y el silencio de lal
habitación, en la imagen del obrero en su fragua, mirando el fuego
consumir, transformar la naturaleza
de las palabras que dejan de ser fragmentos, partículas, para fundirse en
escritura, en aspiración a la totalidad. Queda algún aliento para leer lo que
escribió sobre esta calamidad política
en la que estamos viviendo, sobre—"President Trump", dice Roth con
corrección, yo sigo con mi canalla sin
poesía, creo que correctamente—, el inquilino
indecente, cuando responde a la pregunta sobre un posible paralelo entre la
situación imaginada de 1940, cuando Charles Lindbergh, el aviador temerario, el
antisemita confeso, el supremacista orgulloso, se hace con la presidencia del
país y la situación real de 2016, cuando ese,
y que lo diga ahora Roth, con sus palabras, no las mías, las suyas, tan
pensadas como certeras, con esa economía de las palabras y de las emociones, "...massive fraud, the evil sum of his
deficiencies, devoid of everything but the hollow ideology of a megalomaniac"
ocupa la casa que Lindbergh no habitó. La suerte que lo abandonó, que nos
abandonará, ahora nos acompaña en las palabras dichas y filmadas, en la
sobriedad y la geometría de la obra, y seguirá acompañando a quienes vengan
detrás de nosotros, cuando ya nos haya abandonado también a nosotros.
Primeros fotogramas del documental
"Philip Roth Unmasked" (2013), producción francesa de Cinétévé. Aparece
el rostro de Roth en primer plano, que dice, balada de Mahler de fondo, "Well, in the coming years, I have two great
calamities to face: death and a biography. Let's hope the first comes first."
And so it was.
La escritura de Roth se le parece—¿qué
obra no se parece a su autor o, al menos, lo esboza? Se parece en su adustez
aderezada con bastante de fina lujuria y mucho más de humor, en su crítica del entorno,
las circunstancias, en su obscuridad traspasada por los claros del lenguaje (I am afraid to open my mouth for fear that if
I do no words will come out—or the wrong words, valga esa sentencia tomada
de "Portnoy's Complaint" para iluminar esa ambigua obscuridad), en su
profetismo laico (Lindbergh de presidente durante la segunda guerra mundial, en
colusión con los alemanes—cualquier parecido a Trump de presidente perseguido
por la trama rusa durante esta sorda,
tácita tercera guerra mundial es
manifiesta coincidencia mía, que no del autor); la escritura de Roth se parece
a Roth en la adecuación entre lo que dice y la manera en que lo dice.
[Philip Roth died a
public death before this ultimate and irrevocable disappearance when he
announced his decision not only to stop writing fiction —a literary death—, but
also to stop engaging in public readings back in 2010. I learnt of the news on The New York Times while I was drinking my morning smoothie and
getting ready for work, and I heard again of this last death of him also while
in the classroom through a text message from a friend: "Acaba de morir
Philip Roth," that succinct. I thought on his legacy to literature, his
contribution to the American (et al) letters, and on the thousands of readers who
will miss his stoic presence amid the nowadays rather pathetic circumstances of
this world. I thought on the poetic injustice that was never granting him the
Nobel as it happened to Borges as well —even though by now nobody would dispute
that greatness not always is acknowledged by awards and prizes, I’d be tempted
to say almost never. And then I remembered that icy Sunday morning here in this
same room. I was reading an interview with Philip Roth, and he said that if he
had renamed “Portnoy’s Complaint” as “The Orgasm Under Rapacious Capitalism”,
the Academy would have seriously considered giving him the elusive prize. He
has left us on the same year the "academy" decided, out of its own
sins, to give the prize to no one—and there is a certain kind of poetic justice
there, isn't it? It made me smile, and the possible new title for his
remarkable psychoanalytic (written) session reminded me of the Kundera who
comes with all those ironic sentences in the middle of a paragraph on love, or
death, or exile… because there is something Kunderesque in that (re)title of Roth's
novel… And it is a shame, a shame and a sort of literary pain, not to have such
a writer again en el ruedo, as a brave bullfighter, a writer with no
patience for political correctness and concerned with individuals in a more and
more collective —for the sake of the gregarious sense of the human beings, I'd abstain
myself from using "collectivistic"—, instead of this exhibitionist
and voyeuristic society, and a writer whose writing is like a glimpse into the
American soul. One of the dreams —those
dreams that we hold when we are young and inexperienced and time seems to be
there forever—, one of the dreams I once had, was to become a professor, to
teach literature, to be a college literature professor, so I could have time
for the pleasure of reading and the pleasure of talking about books, and
culture, and politics too, of course. Reading Roth by the time my college
professor dreams had come unrealized, and I ended becoming a high-school
teacher instead, helped me come to terms with such (un)realization. That is one
of Roth's literary effects—it sets you down to earth, it takes all the
prefabricated trinkets around human existence and makes it face the nudeness,
the aleatory insignificance of all our efforts for changing what is, by nature,
unchangeable.]
Blake Bailey, biógrafo de Roth, conversa con The Times of Israel. Conversación que es
un recuento no sólo de Philip Roth, el autor, sino de la persona que a
comienzos de este mayo que acaba de terminar se sintió mal, sintió esa arritmia
que presagia que en cualquier momento dejará de latir ese músculo con venas y
arterias que se agrieta con cada día, con cada pena y con cada gloria, y llamó,
entonces, a los servicios de emergencia de la ciudad y fue llevado al Presbyterian
Hospital y, según el biógrafo, para fines de mes los riñones comenzaron a
fallar y, a pedido propio, decisión tomada por el propio Roth, lo pasan a la
sala de cuidados paliativos, es decir, donde habrán de dejar de someterlo a procedimientos
agresivos, es decir, que Roth ha decidido morir... It is exactly what his
biographer said: "That’s when he decided that he didn’t want to
fight it anymore."
Entre "Portnoy's Complaint" y "La
conciencia de Zeno", entre Philip Milton Roth y Aron Ettore Schmitz, conocido
también, o más, diría yo, como Italo
Svevo, judíos instalados, cada uno a su
manera, en su propia modernidad, cada
uno creando posibles alter egos que
los trascienden a ellos mismos —quizás a pesar de ellos mismos—, y se vuelven alter egos también del lector, lectores, que no busca, buscan, pasarla bien un rato leyendo, para quien, quienes, la lectura
es tan natural como eyacular después
de un rato, pasándola bien, a solas o acompañado. Alexander Portnoy y su adicción
a "deseos sexuales extremos, en ocasiones, perversos". Zeno Cosini,
"fumador empedernido que decide someterse al psicoanálisis con el objetivo
de intentar descubrir la causa de su adicción al tabaco." En ambos
personajes, la compulsión, y en ambos autores, el recurso al psicoanálisis.
Portnoy es más descarnado en sus afectos,
y en la narración de estos su lenguaje se mueve entre lo ordinario y lo
obsceno, aunque en el tono general de la confesión
se nota la mano diestra —Roth era zurdo— de un autor que no se apura, que dice
lo que dice con plena conciencia de ello y de cómo se debe escribir, que se
toma el oficio tan en serio que el humor es apenas distinguible de la
inteligencia, que es ambiguo como todo lo que apunta a permanecer —la rotundidad
se hunde en su propio peso. Portnoy recuerda a un contemporáneo suyo, o al
menos me lo recuerda a mí, Ignatius Reilly, un tipo de New Orleans obsesionado
con el buen gusto y la decencia, la teología y la geometría, y para quien la ausencia
de estas últimas dejaba dudas "sobre el alma misma del sujeto". En
Ignatius convive ese "complejo" o "lamento" que abrasa a
Portnoy, esa convivencia, en el mismo espacio del cuerpo, entre lo obsceno y lo
altruista. Ignatius puede que sea el puente entre Alexander y Zeno, incluso
cronológicamente lo es; puede ser el puente porque Ignatius es un ser
cautivador —rasgo que comparte con Zeno—, al menos en la simpatía y la
compasión que despierta la inocencia, la simpleza con que se mira a si mismo y mira
ese mundo que lo asfixia pero que al
mismo tiempo lo atrae. Zeno, fumador y adúltero, se distancia de Ignatius allí donde
se encuentra con Alexander, en el mundo que también lo atrae pero que no lo
asfixia: Zeno se acomoda y Alexander
se rebela, cada uno con su siglo. Tal
vez Roth haya pensado en esas asociaciones. Se me ocurre que a esos tres personajes
los cercan los mismos azahares que causan ser uno mismo sin permiso del
otro, uno insoluto, sin tentaciones ni colectivistas
ni entusiastas.
Los cadáveres, esas piezas desalmadas que
apenas tienen que ver con la persona que los habitó —hay que haber visto un
cadáver y haber sentido esa extrañeza—, también reposan. Los restos inanimados
de Roth encontraron sepultura en el cementerio del Bard College. Cuentan las
agencias —que se las agencian para contar cosas, muchas veces para solaz del
lector ordinario, ese que lee en el tren o en el ómnibus, ese lector que, a
veces, somos todos, en detrimento de la verdad, o de parte de la verdad— que
Roth le preguntó a Norman Manea, novelista rumano exiliado en Nueva York y
vecino suyo, dónde pensaba ser enterrado. Manea le dijo que en el cementerio
del Bard College, donde enseña. Entonces Roth le pidió al presidente del Bard
College, Leon Botstein, ser inhumado en el camposanto de esa institución. Botstein
quiso saber por qué. "¿No estará Manea enterrado ahí? ¿Y usted?", respondió
Roth. "Quiero estar al lado de gente interesante para conversar."
Otras versiones intercalan "judío" entre "gente" e
"interesante". Desde el domingo (mayo veintesiete) el cuerpo de Roth
está allí, nueve millas al sur de Annadale, a dos horas en auto de la ciudad de
Nueva York, y lo que deja, sus novelas y ensayos, en bibliotecas y librerías,
privadas y públicas, para estar con personas de otro tiempo, en traducciones
para estar con otros, de otros espacios.
En mis viajes a Nueva York recuerdo haber
visitado un cementerio de una iglesia muy pequeña cerca de Wall Street, una de
las primeras iglesias de la ciudad, episcopal, que debió ser originalmente
anglicana. Creo recordar que era una iglesia de breves dimensiones con un pequeño
cementerio al fondo. Casi siempre visité el lugar en la mañana. Afuera, el
ruido del mundo, dentro, el silencio del otro.
*Publicado originalmente en Patrias. Actos y Letras.
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