Wednesday, May 18, 2011

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Alguien dice "soy de izquierdas" (es verdad que suena medio gallego como le decimos los cubanos a todo lo que viene de la península ibérica) y todos los ojos y los oídos postmodernos miran y escuchan y no le pueden dar crédito a lo que han mirado y escuchado; sobre todo si a esa condición postmoderna, ya de por si sui generis, se le añade la de ser cubano, el descrédito (y el desprecio) pueden ser aún mayores. Según nuestros más cotizados intelectuales ese discurso "de derechas y de izquierdas" está más que sobrepasado, es demodé y no se ajusta a un mundo que ya se sacudió esas impudicias totalitarias del nazi-fascismo y el comunismo, dejándole brecha abierta a la democracia liberal, ese suculento plato político aderezado con economía de mercado y libertades políticas que se sirve ni muy frío, ni muy caliente, para que se avenga a todos los gustos, aunque sea con resignación.

Fukuyama y su fin de la historia -claro, se buscan apoyaturas más sólidas, rigores más complejos pero al final de lo que se trata es que dentro de la democracia liberal todo, contra ella, nada. El "sistema" no puede sufrir avería estructural alguna; no se le puede dejar de suministrar sus grandes dosis de ganancias a los que detentan más de la mitad del total mundial de riqueza producida; no puede haber amenazas serias contra los veladores (y valedores) de los paradigmas y virtudes de la vieja Cristiandad; en pocas, y otras palabras, el modelo político y económico capitalista es insuperable históricamente: los valores que promueven son de carácter universal y apuntan a la esencial felicidad que todo ser humano debe procurar y procurarse. Pero la realidad siempre terca que decía Unamuno se dedica a deshilvanar ese lienzo tan preciosamente tejido: la crisis financiera y económica, las guerras de rapiña, las manipulaciones mediáticas, el consumo desmedido, los daños ecológicos, el cambio climático todo eso parece indicar que hay que pensar muy seriamente en cambiar las reglas del juego, aunque ello signifique cambiar el sistema. Esos cambios se producirán de manera consensual o no pero son inevitables –esos cambios son lo que en la moral kantiana se conoce como un imperativo categórico, porque de ellos depende la posibilidad no solo histórico-social, sino natural de la vida humana.

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