Nota de lectura (I)
Milosz casi al final de su libro Milosz’s ABC’s, escribe que éste pudiera ser “en vez de una novela, en vez de un ensayo, en vez de una memoria”, una manera de escribir todo eso, añadiría yo, de acercar los elementos de la ficción, de lo mirada crítica y de las remembranzas, de yuxtaponerlos. Es la escritura de uno de los últimos grandes poetas y ensayistas del siglo veinte, que testimonia con su obra es siglo en toda su extensión. La vida de Milosz atraviesa una centuria que fue testigo del acelerado paso de un estado de cosas en la que aún las individualidades, el martilleo de la máquina de escribir, el ruido de la pluma sobre el papel y el empeño de lucha por la utopía tenía un peso propio e irremplazable a otra en la que el anonimato, las formas más agobiantes de colectivismo y despersonalización, inducidas por el despelote tecnológico, se han establecido como cotas incuestionables del desarrollo.
Milosz acude a listar sus obsesiones, sus paisajes, recuerdos y personas para dejar constancia del mundo de los vivos y de los muertos, aunque como él mismo destaca “la línea que divide ambos mundos no es muy clara”. Este es también su personal tributo a quienes coincidieron en el espacio que habitó, una clara alusión a que los temas fundamentales de la vida se esconden tras los aparatosos montajes de la fama circunstancial y de los intereses mezquinos.
Milosz pudiera ser considerado como el último de los poetas católicos que dio aliento fundacional a la poesía del siglo veinte. Es por esto, y por ser polaco, que se extraña la ausencia de su comentario sobre Karol Wojtila, polaco como él, responsable de un papado muy controversial pero, sin duda alguna, decisivo para el final del segundo milenio cristiano y estreno del nuevo. ¿Será esta una exclusión “caballerosa”? Entre ambos hay una comprensión de la “polonidad”, su historia y misión, que difiere en perspectiva y argumentos. No deja de resultar curioso que ambos se preocupen de la lengua y de la literatura: los dos consumados conocedores y amantes del polaco. Pero a la visión integrista y hagiográfica del Papa, Milosz presenta la mirada de un católico que no evade los retos de la modernidad y su sucedáneo de esquivos perfiles, la post-modernidad. Milosz piensa en términos seculares un mundo que percibe lleno de la presencia divina; no le teme a la crítica, porque ama la verdad y vive en ella, no de ella. Así el poeta lee, en su más amplia acepción, la literatura contemporánea y la clásica, las corrientes de pensamiento que atraviesan recintos universitarios y los estilos de vida de la sociedad actual, el impacto de las nuevas realidades tecnológicas, y todo eso sin dejar de señalar, y revelar, su propia identidad y valores.
Este es un libro que se lee sin prisa, porque está escrito para el testimonio de lo pequeño, de lo íntimo, tan devaluado en estos días. En el tiempo de las grandes construcciones supuestamente teóricas, de los complicados sistemas que codifican y decodifican la vida, Milosz presenta una prosa que recorre el siglo con sigilo y tersura, revelando las escaramuzas que se le tienden al que busca la verdad, las complicidades diarias que hacen más llevadero este destierro, la variedad de personas, situaciones y emociones ante las que desfilamos a lo largo de nuestras vidas.
Milosz resolvió marcharse el catorce de agosto de 2004 llevándose con él toda la sencillez, el cariño, la entereza que traspasa su obra pero nos queda la solidez de la misma, el testimonio escrito de unos textos que son pan y vino, palabra dicha, escuchada, escrita para alegría de algunos.
Milosz casi al final de su libro Milosz’s ABC’s, escribe que éste pudiera ser “en vez de una novela, en vez de un ensayo, en vez de una memoria”, una manera de escribir todo eso, añadiría yo, de acercar los elementos de la ficción, de lo mirada crítica y de las remembranzas, de yuxtaponerlos. Es la escritura de uno de los últimos grandes poetas y ensayistas del siglo veinte, que testimonia con su obra es siglo en toda su extensión. La vida de Milosz atraviesa una centuria que fue testigo del acelerado paso de un estado de cosas en la que aún las individualidades, el martilleo de la máquina de escribir, el ruido de la pluma sobre el papel y el empeño de lucha por la utopía tenía un peso propio e irremplazable a otra en la que el anonimato, las formas más agobiantes de colectivismo y despersonalización, inducidas por el despelote tecnológico, se han establecido como cotas incuestionables del desarrollo.
Milosz acude a listar sus obsesiones, sus paisajes, recuerdos y personas para dejar constancia del mundo de los vivos y de los muertos, aunque como él mismo destaca “la línea que divide ambos mundos no es muy clara”. Este es también su personal tributo a quienes coincidieron en el espacio que habitó, una clara alusión a que los temas fundamentales de la vida se esconden tras los aparatosos montajes de la fama circunstancial y de los intereses mezquinos.
Milosz pudiera ser considerado como el último de los poetas católicos que dio aliento fundacional a la poesía del siglo veinte. Es por esto, y por ser polaco, que se extraña la ausencia de su comentario sobre Karol Wojtila, polaco como él, responsable de un papado muy controversial pero, sin duda alguna, decisivo para el final del segundo milenio cristiano y estreno del nuevo. ¿Será esta una exclusión “caballerosa”? Entre ambos hay una comprensión de la “polonidad”, su historia y misión, que difiere en perspectiva y argumentos. No deja de resultar curioso que ambos se preocupen de la lengua y de la literatura: los dos consumados conocedores y amantes del polaco. Pero a la visión integrista y hagiográfica del Papa, Milosz presenta la mirada de un católico que no evade los retos de la modernidad y su sucedáneo de esquivos perfiles, la post-modernidad. Milosz piensa en términos seculares un mundo que percibe lleno de la presencia divina; no le teme a la crítica, porque ama la verdad y vive en ella, no de ella. Así el poeta lee, en su más amplia acepción, la literatura contemporánea y la clásica, las corrientes de pensamiento que atraviesan recintos universitarios y los estilos de vida de la sociedad actual, el impacto de las nuevas realidades tecnológicas, y todo eso sin dejar de señalar, y revelar, su propia identidad y valores.
Este es un libro que se lee sin prisa, porque está escrito para el testimonio de lo pequeño, de lo íntimo, tan devaluado en estos días. En el tiempo de las grandes construcciones supuestamente teóricas, de los complicados sistemas que codifican y decodifican la vida, Milosz presenta una prosa que recorre el siglo con sigilo y tersura, revelando las escaramuzas que se le tienden al que busca la verdad, las complicidades diarias que hacen más llevadero este destierro, la variedad de personas, situaciones y emociones ante las que desfilamos a lo largo de nuestras vidas.
Milosz resolvió marcharse el catorce de agosto de 2004 llevándose con él toda la sencillez, el cariño, la entereza que traspasa su obra pero nos queda la solidez de la misma, el testimonio escrito de unos textos que son pan y vino, palabra dicha, escuchada, escrita para alegría de algunos.
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