Observaciones y comentarios
I
Las últimas semanas han sido de particular nerviosismo en el tema cubano, sobre todo en lo que atañe al equilibrio de poder en Cuba y a las relaciones de ese país con los Estados Unidos. Ambas cosas no pueden ir separadas –para mal o para bien las relaciones bilaterales pesan decisivamente en el curso de la política cubana y de la política norteamericana con respecto a Cuba. El conflicto con los Estados Unidos es un diferendo de carácter histórico que interesa más lo político que lo económico. Sin dejar de reconocer lo que este conflicto ha significado, y significa, para la nación y la nacionalidad cubana es hora, también, de reconocer que Cuba debe ir ganado independencia en este tópico –dejar de definirse con tanto celo con respecto a los Estados Unidos y empezar a pensarse en un más amplio contexto. Creo que esta idea está en la imaginación de la política cubana, hace falta implementarla, que se traduzca en prácticas y actitudes.
El gobierno norteamericano no ha cesado de presentarse como el mesías que redimirá los sufrinmientos del pueblo cubano. Pero es éste un mesías con un sentido torcido de su misión: para remediar el dolor, lo inflinge: todas las políticas implementadas apuntalan la dependencia del pueblo cubano del gobierno de ese país y aseguran postas económicas de compañías norteamericanas en un hipotético escenario futuro en el que la Revolución, el contenido de independencia política y soberanía económica de ésta, sea derrotada por los requerimientos ahistóricos de la derecha exiliada-. Los pasos del actual presidente obedecen, desafortunadamente, al guión escrito para el ejecutivo sirva de ejemplo lo que le ha dicho a dos senadores norteamericanos, que firmen la ley de presupuesto del estado aunque contega ciertas claúsulas sobre posibles relajamientos en la política oficial norteamericana hacia Cuba, porque ésas no piensa hacerlas cumplir! That is a Bushism, Mr. Obama. That's not serious. Hasta ahora, y esa es la percepción del gobierno cubano, no ha habido seriedad ni propósito en ninguna administración norteamericana cuando se trata la cuestión cubana. Tampoco el gobierno norteamericano está interesado en tener una relación respetuosa con América Latina –no es un problema de primer orden, sólo México representa una prioridad para los Estados Unidos y las relaciones entre los dos países se maneja con independencia del resto de la región latinoamericana. [Nunca olvidar que los primeros cuarenta años de la Revolución cubana fueron de una relación fluída con México cuando el resto de la comunidad regional se alineó con Washington contra la República de Cuba.] Si el gobierno norteamericano tuviera siquiera la intención de tener una relación realista con América Latina, Cuba sería el primer escalón en el diseño de la misma: razones de índole histórica y política así lo determinan. Cada vez más Cuba es percibida por el resto de las repúblicas del subcontinente como una entidad que de hecho y de derecho forma parte de la comunidad regional y es parte substantiva del formato de las relaciones entre las dos Américas.
II
En el mismo espíritu, la semana pasada el gobierno cubano anunció una restructuración bastante profunda del gabinete ministerial. Hasta ahí parecía una cosa más ligada al diseño del gobierno que a supuestas o alegadas incompetencias políticas. Al día siguiente, el ex-mandatario cubano, Fidel Castro, publicó una de sus Reflexiones y reflejó lo que mucha gente comentaba cuendo vieron los nombres de Carlos Lage y Felipe Pérez Roque en la lista de los "liberados": esto se trata de una cuestión política. Y la reflexión reflejó algo más demoledor: ambos son indignos. Entonces la cosa es más política de lo que se puediera pensarse. Si añadimos las cartas de los dos mencionados en la que renuncian a toda responsabilidad de gobierno y política, la cosa es más política aún. El modo y el tono en que estas cosas han sido manejadas sólo confirman a amigos y enemigos, simpatizantes y detractores, revolucionarios y contrarrevolucionarios que el gobierno cubano en las personas de Raúl y Fidel Castro no aceptan ni reconocen presiones ajenas a las que impongan el proceso revolucionario mismo y que las decisiones se toman a pesar de los riesgos que impliquen nacional e internacionalmente siempre que los daños que eviten o los que beneficios que resulten contribuyan a la estabilidad y consolidación del proyecto revolucionario.
Washington toma nota. Washington sabe leer, además de sumar y restar. Washington no arriesgará un adarme de popularidad doméstica por un vecino arisco y conocedor de los avatares de la política que se cocina en los corredores del Congreso y los salones de la Casa Blanca, amén de las conspiraciones elucubradas en el no lejano Langley. El presidente Obama ha demostrado que tomar riesgos no es su ventura ni virtud –prefiere la retórica del cambio al cambio de la retórica. Él, que llegó a la presidencia por el camino trillado de la democracia americana (el que recaude más dinero será el dueño del sillón presidencial, no matter what), no vacilará en quedarse a medio camino entre la letra de la ley y el requerimiento budista de la inacción. Cada vez recuerda más a aquellos administradores coloniales españoles que repetían sin descanso obdezco pero no cumplo cada vez que recibían las conminatorias misivas y leyes de los soberanos de España.
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