Comentario #1/14
No voy a ceder a la tentación de
escribir sobre un amigo muerto hace un mes. Amigo odiado por unos pocos en esta
ciudad, que se ha convertido, por muchas y muy cubanas razones, en el
asentamiento definitivo para un gran números de cubanos. El amigo en cuestión
fue sacerdote católico y después de su fallecimiento se ha escrito tanta bobería, como diría él mismo, que es
preferible abstenerse de participar en ese rosario que abarca desde panegíricos
llenos de pietismo al estilo de “nos veremos, Padre Carlos…” hasta envenenados y atorrantes
comentarios. Para no variar, el artículo de Andrés Reynaldo es distinto, su
estilo es más cuidado, nada patético. El artículo de Andrés Reynaldo sobre la
muerte de Carlos M. de Céspedes y García-Menocal refleja el desamparo ético de
Miami, la escandalosa pobreza moral de sus élites, su desapego de la historia y
la verdad. La opinión que Andrés Reynaldo expresa es la variante refinada de la
opinión que se expresa en Miami y que tiene en común la misma tesitura: nada
que venga de Cuba, nadie que viva en Cuba, y no se adscriba con meridiana
fidelidad, a los postulados, bien conocidos, del exilio tradicional es honrado,
honesto, valioso. Claro, Andrés Reynaldo sabe como adscribirse sin perder el aire literario. Esta línea lo hubiera
salvado del anatema: “Cualquiera que
fueran sus motivaciones o, si prefieren, sus estrategias, no alcanzan a
explicar la perversa lógica de algunas de sus acciones.” Pero él prefirió decir
más y escribió que el sacerdote en cuestión asistía a cocteles oficiales pero
no defendía a los opositores, que escribió sobre ese asesino que fue el Che que mató a
la crema y nata de la juventud católica y, ya en el colmo de la hipocresía,
lo acusa de apartar a la iglesia del camino de “ser piedra de resistencia, manantial de creadora verdad, ejemplo de
sacrificio” frente a la dictadura
castrista. De nada le valen los giros borgianos a su escritura para
disfrazar el deschabe ético que esa, su escritura, trasluce. Ser anticomunista,
anticastrista, anti fidelista, de derechas, firmes creyentes en la economía de
mercado, todo eso es legítimo y debe tener su espacio en una sociedad
civilizadamente organizada en torno a la verdad y el respeto. Pero, diría yo,
que muchos que debieron ser “piedra de
resistencia, manantial de creadora verdad, ejemplo de sacrificio” se
mudaron al Miami real o al Miami simbólico que todos los cubanitos llevamos
dentro. Para infortunio, de muchos cubanos y cubanas honradas y emprendedoras,
la legítima desaprobación, disidencia y oposición a la revolución cubana y su
gestión ha sido usada para satisfacer vendettas personales y ayudar al peculio
de unos pocos. Cuando las causas políticas nobles se usan para dirimir asuntos
que no conciernen ni contribuyen al mejoramiento de situaciones convulsas, se
tuerce su sentido histórico, se minan sus asideros morales. Andrés Reynaldo en
una muy lograda línea en su artículo revela el carácter de su pensamiento: “Ahí podemos leer sus finales panegíricos,
acarreando el agua de la ambigüedad y la cobardía al molino de unas reformas
que, así en su realidad como en su promesa, eleva a la Cuba de Fulgencio
Batista a un nostálgico precedente de igualdad, oportunidades y derechos.”
El fragmento que subrayo es el que interesa: pensar que las reformas que se
están produciendo en Cuba puedan desembocar en algo tan horrible, tan
defectuoso, tan malo que pueda hacer palidecer a la realidad cubana bajo
Batista, en cuanto crímenes y atrocidades, es de un contrasentido histórico que
es inconcebible en personas serias y educadas. Pero, bien, como él mismo dice
al final de su artículo, Algún día
sabremos por qué.
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