Comentario #3/14
La libertad, Madame Roland, y los
crímenes que se han cometido en su nombre son innumerables –su cabeza es un
testimonio de ello. Pero el crimen
perfecto, Braudillard dixit, es el asesinato de la realidad, matarla a
sangre fría, despojarla de todo viso de verdad y sustituirla con la mentira.
Libertad y verdad, realidad y ficción… Así como libertad no es sólo una función
política -la modernidad le confirió propiedad en ese campo del saber y del
hacer humano-, la mentira no es sólo una cuestión ética, es también un
mecanismo de legitimación individual y grupal.
Así, los estamentos de poder de las
sociedades modernas especulan con la libertad como el estado ideal de
convivencia humana pero la abstraen de todo contenido histórico, banalizándola.
¿Cómo definir un estado totalitario?
¿La Europa feudal era un mosaico de estados totalitarios con el cristianismo
romano como ideología de cohesión? ¿O, tal vez, el Japón feudal? ¿La Rusia
zarista? ¿El imperio otomano? ¿Los estados cambiantes de Europa central? ¿Los
territorios coloniales de América? ¿Las colonias africanas? ¿Las repúblicas
emergentes de las Américas? ¿Los poderes coloniales? ¿Qué le confiere esencia
totalitaria a un estado? ¿Otro? ¿Organismos políticos regionales?
¿Internacionales, quizás? ¿Es el totalitarismo más una práctica de represión política
que de control económico? Pero, ¿qué hay con ese totalitarismo empotrado en las
sociedades democráticas por virtud del poder económico o político, o de
factores religiosos o ideológicos? ¿o del totalitarismo ejercido a punta de
bayonetas reales o imaginarias? ¿o del totalitarismo estatal? ¿o del
totalitarismo corporativo? ¿o del totalitarismo de género?
La libertad es condición del individuo
en cuanto tal, es inherente a su condición humana. La libertad tiene también su
deriva social y política, y la modernidad se ha encargada de convertirla en
paradigma, en aspiración. El estado moderno condesciende con la libertad
ciudadana mientras que no amenace su legitimidad. El colapso de los estados comunistas
de Europa Oriental puso en crisis los paradigmas alternativos al ordenamiento
social capitalista basado en el mercado como regulador de la vida social y
política. ¿Son los estados capitalistas contemporáneos, en realidad, tan espontáneos, democráticos, como los paradigmas liberales los presentan? ¿No hay
un control total de los mercados y de las ideas por parte del capital? Los
espacios alternativos para ejercer la crítica del sistema capitalista se
reducen a ciertos espacios académicos sin ninguna participación ciudadana
consistente y efectiva.
Así, el debate sobre la libertad de Cuba y el carácter totalitario del gobierno cubano parecen
ser cansados ejes de una carreta que no avanza. Los postmodernos que rechazan,
y consideran superado el debate entre la izquierda
y la derecha, deben hacer a un lado
esos tópicos, declararlos superados por la dinámica de las sociedades
postindustriales y centrar el debate en
la institucionalización de un estado moderno que incorpore las temáticas y las
asignaturas más urgentes de la sociedad contemporánea: la viabilidad económica
dentro de un modelo de desarrollo sostenible y la participación ciudadana dentro
de un proyecto de representatividad social incluyente. Pero el debate sobre
Cuba, su libertad y el totalitarismo, pasan por las vísceras,
no por el cerebro.
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