Fernando Martínez Heredia In Memoriam
Sí, fue por los años de la perestroika, en algún momento de1988... O no, no fue en 1988, sino
en 1989, aquel definitorio 1989, pero de signo amargo, no como treinta años
antes, en mil novecientos cincuenta y nueve, cuando esperanza se paseaba alegremente
del Cabo de San Antonio a la Punta de Maisí y saludaba a todos, aunque hubo quien no le devolvió el saludo... En
cambio, 1989 fue el desconcierto, el final del siglo veinte, del socialismo
real, el único que hemos tenido, no el último... Quizás no haya sido ni en
1988, ni en 1989, sino en 1987... No recuerdo ya, ¡tan imprecisa que se vuelve
la memoria! Y sí, es importante que recuerde, que haga un esfuerzo por recordar,
porque es importante que ubique la vez que, sin más recursos que lo que pudiera
hacer por mí mismo, sin conocidos que conocieran, me presenté en la casona de
la barriada de Miramar que servía de sede del Centro de Estudios de América (CEA) y pedí ver a Fernando Martínez
Heredia, a la sazón Director del Centro, y me preguntaron que para cuál
organismo o institución trabajaba y respondí que para ningún organismo o
institución, que era estudiante de la Facultad de Historia de la Universidad de
La Habana y que deseaba conversar con el Director, acerca de un artículo que este
había publicado. Minutos más tarde estaba en su oficina, sin ningún protocolo
ni boato que entorpeciera la normalidad, sin maneras tan exageradamente
corteses que intimidaran. Me recibió, me pidió que me sentara, me preguntó mi
nombre y qué me traía por allí. Un tiempo antes, había leído un artículo
publicado por él, por Fernando Martínez Heredia, sobre cristianismo y
revolución en América Latina, tampoco recuerdo sin en los cuadernos que entonces
publicaba el mismo CEA o en la revista Casa que todavía publica Casa de las
Américas. El tema me interesaba por
partida doble: personalmente, por ser un católico que estudiaba en una facultad
de ciencias sociales marxistas y que vivía en un Estado revolucionario
confesionalmente ateo; además, ese era el tema, o tópico, de mi tesis de grado
para sacar la licenciatura: religión y revolución en América Latina, así le
dije a Fernando, temblando por dentro, porque sabía que el CEA era una
dependencia del Comité Central del Partido Comunista, que Fernando era comunista
y revolucionario, que yo era todo lo contrario y que aquello podría traerme
consecuencias duras —porque en aquella Cuba no se jugaba, la cosa iba en serio. Fernando me dejó hablar, y yo hablé, y cada
vez me sentía más en confianza, y me atrevía a hacer críticas más delicadas,
siempre respetuoso, y critiqué varios aspectos de su artículo que yo
consideraba fundamentalmente bueno, pero al que había precisiones que hacerle,
sobre todo en lo que tenía que ver con las prácticas y el ordenamiento canónico
de la iglesia. Él preguntaba para precisar un detalle, una fecha, sonreía para
que me sintiera más cómodo, sin altanería. Fue una conversación larga,
distendida, con café y agua de por medio. Conversamos otras muchas veces. Me
permití, cada vez, ser más crítico, y él me respondía cada una de mis críticas con una paciencia y magisterio
que nunca he olvidado, que nunca olvidaré, porque son hoy parte de mis
pensamientos... Le decía a él que mis conversaciones —él precisaba, nuestras— eran como una catequesis
revolucionaria. Aprendí mucho con y de él, de la revolución, del socialismo, de
Cuba, del análisis social, de la política, aunque no fui un catecúmeno ni dócil
ni disciplinado... Tan indisciplinado que años después di el salto mortal.
Ayer lunes doce de junio de este año de 2017, a
escasos dos días del catorce de junio, día oficial del natalicio de su admirado
Che (se ha disputado la fecha), y a cien años de la Revolución de Octubre, el
evento que Fernando consideraba decisivo
en la historia de la redención humana, murió en La Habana, no podía o no debía ser
en otro sitio, el comunista, el revolucionario, el patriota, Fernando
Martínez Heredia, cuya obra se ha convertido en referente obligado del
pensamiento social revolucionario cubano contemporáneo, porque en ella se anudó,
con la pertinencia y el rigor del análisis y la decencia ética, lo más auténtico y legítimo de las
aspiraciones libertarias y redentoras de los hombres de buena voluntad.
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