Nota de lectura (II)
En el número de Babelia, suplemento cultural de El País, correspondiente al sábado 21 de junio de este año (2003) apareció lo que los editores del magazine literario dieron en llamar un “extracto de la introducción de Thomas Pynchon a la nueva edición de 1984 (…), publicada recientemente en la colección Fiftieth Anniversary Plume, de las ediciones Penguin.” 1984 escrita por George Orwell y publicada a fines de los años cuarenta ha sido considerado un texto anticomunista. Lo importante es que lo publicado en Babelia refleja la opinión de un autor norteamericano, que por muchas razones, puede considerarse un outsider, alguien que está al margen de las instituciones y de las corrientes intelectuales de moda. Thomas Pynchon, autor de novelas y artículos, autor para pocos lectores, autor que conoce su país y la sociedad de éste con sutileza y en profundidad, apunta una serie de ideas que son de una importancia extrema para los que vivimos en Estados Unidos.
Thomas Pynchon comienza por señalar algo que la mayoría de los entendidos en literatura ya saben, que 1984 no es una novela sobre los regímenes comunistas de Europa oriental, que ésta no es una novela que sigue a Rebelión en la granja, temáticamente hablando, sino que con esta novela el autor aspiró a reflejar su visión de la sociedad futura, sin que el signo político fuera lo más importante, sino las condiciones en que el ser humano estaba predestinado a vivir en el futuro si las maquinarias de poder se salían con la suya de ningunear al ciudadano en virtud de la acumulación desenfrenada de riqueza y la dosis de impunidad que ella crea. Parece como si George Orwell, comenta Pynchon, previera estos días nefastos que vivimos en que un grupito de halcones enloquecidos ha puesto al mundo a bailar con su desentonada música.
Hay un tema que Thomas Pynchon pone a consideración del lector: el fascismo. Ese monstruo, que tanto ha preocupado a pensadores y políticos durante buena parte del siglo veinte, está vigente, es actual, contemporáneo, y si se disfrazó de antisemita en la Alemania de los años treinta y cuarenta, desatando una guerra horrorosa, hoy se viste de defensor los “amenazados” valores de la democracia y ve enemigos en cualquier lugar. La visión exclusivista que la modernidad introdujo prevalece hoy más que nunca. Donde antes las diferencias culturales se consideraban riquezas, hoy son inaguantables torpezas antidemocráticas. El mundo, según esta superstición, tiene que ser ajustado a las recetas del Occidente cristiano que ha dejado bien atrás sus supercherías y demagogias hasta convertirse en el paradigma único de “supervivencia”.
El fascismo, como orden de cosas que privilegia lo virtual sobre lo real, resulta de la visión más alucinada y adocenada del sector más retrógrado de la burguesía. El fascismo es totalitario per se y se propone “universalizar” ese orden de cosas en aras de hacer más efectivo el control de las riquezas y de los medios para producirlas. El mundo que supuestamente dejó atrás la “guerra fría”, se ha adentrado en uno que repta en la sombra y confunde la paz con la aquiescencia de todos para con uno, obedecer sin resquicios.
El fundamentalismo cristiano como factor ideológico de punta: ese es el fascismo a que asistimos hoy. El fascismo como aproximación a lo temperadamente gris del conocimiento vacío de pasión y de crítica. No es posible pensar, consigna el fascismo, ni siquiera vivir con la esperanza de regurgitar algo propio: una ácida, amarillenta, secreción de adentro. El mundo que presenta el fascismo es uno muy colorido, joven, sensual y exitoso: no hay espacio para lo antiguo, lo que acumula tiempo y pasión. Ese es el mundo que se propone diseñar el mundo corporativo transnacional, los intereses que se anudan una corbata al cuello y abren sus computadoras portátiles en vuelos de primera clase para seguir el “desarrollo” de las acciones en Wall Street. No queda otro remedio que pensar de nuevo a Dimitrov, “el fascismo es la dictadura del capital financiero internacional”, para entender cómo se alzado con todo el poder y toda la mentira un sector de la burguesía norteamericana desprovisto de la más ligera noción ética.
Thomas Pynchon, so pretexto de un ensayo que sirviera de introducción a 1984, desnuda la sociedad de hoy y advierte al lector-que-piensa-mientras-lee de la semejanza entre lo descrito por Orwell en su premonitoria novela y las realidades políticas y sociales en las que el ciudadano de hoy está inmerso. Las tecnologías de la información y de la comunicación no han hecho otra cosa que aislar al hombre, reducirlo a una soledad de animal unicelular. Romper todo vínculo social, toda solidaridad, es la meta primera y exclusiva del fascismo de hoy. Destejer el tejido social es la obsesión de los facinerosos que hoy tratan de modelar el rostro de los Estados Unidos y del resto del mundo.
La ciudadanía norteamericana está amenazada de muerte cívica. El síntoma no puede ser más definido y la prognosis de la sociedad norteamericana y, por ende del resto de la sociedad occidental, indica que la postración y el pánico serán los estados habituales en que viviremos. Será, entonces, más fácil controlarnos y hacer que decidamos comprar toda suerte de gadgets que el mercado nos ofrezca. La fuerza y la seguridad que provee el ser propietario virtual de algo que no tiene importancia es vital para este orden de cosas que asesina lo real y lo simbólico para la que la vida humana transcurra en el mundo de los fantasmas y de las semejanzas. Muerto el vínculo social y aniquilado el sentido humano de pertenencia a un género, la ciudadanía desaparece para que surja lo que con temor (y temblor, apunto yo recordando a Kiekergaard) Orwell describiera en 1984.
Mas el sector que provoca que este estado de cosas no está por encima de la humanidad, no es inmune a su propio veneno. Ese sector cree que son todopoderosos, y de ese sentimiento les nacerá la convicción de que son intocables, inmortales. Como una escena romana: lujo, sensualidad barata, sexualidad prostituida a flor de túnica; y al final Roma en llamas y la cicuta o la bañera y las venas abiertas, y nada brota y nada sale, porque hace rato estos fascistas, estos iluminados por el capital, estos halcones, están muertos y sólo la inercia de su egoísmo los hace parecer vivos.
Agradezco a Thomas Pynchon que escriba desde el retiro, porque esa soledad que él se ha impuesto no ha sido por asco ni insolencia, sino para comprender mejor, pensar con claridad y hablarnos con su escritura, clara, precisa, comprometida.
En el número de Babelia, suplemento cultural de El País, correspondiente al sábado 21 de junio de este año (2003) apareció lo que los editores del magazine literario dieron en llamar un “extracto de la introducción de Thomas Pynchon a la nueva edición de 1984 (…), publicada recientemente en la colección Fiftieth Anniversary Plume, de las ediciones Penguin.” 1984 escrita por George Orwell y publicada a fines de los años cuarenta ha sido considerado un texto anticomunista. Lo importante es que lo publicado en Babelia refleja la opinión de un autor norteamericano, que por muchas razones, puede considerarse un outsider, alguien que está al margen de las instituciones y de las corrientes intelectuales de moda. Thomas Pynchon, autor de novelas y artículos, autor para pocos lectores, autor que conoce su país y la sociedad de éste con sutileza y en profundidad, apunta una serie de ideas que son de una importancia extrema para los que vivimos en Estados Unidos.
Thomas Pynchon comienza por señalar algo que la mayoría de los entendidos en literatura ya saben, que 1984 no es una novela sobre los regímenes comunistas de Europa oriental, que ésta no es una novela que sigue a Rebelión en la granja, temáticamente hablando, sino que con esta novela el autor aspiró a reflejar su visión de la sociedad futura, sin que el signo político fuera lo más importante, sino las condiciones en que el ser humano estaba predestinado a vivir en el futuro si las maquinarias de poder se salían con la suya de ningunear al ciudadano en virtud de la acumulación desenfrenada de riqueza y la dosis de impunidad que ella crea. Parece como si George Orwell, comenta Pynchon, previera estos días nefastos que vivimos en que un grupito de halcones enloquecidos ha puesto al mundo a bailar con su desentonada música.
Hay un tema que Thomas Pynchon pone a consideración del lector: el fascismo. Ese monstruo, que tanto ha preocupado a pensadores y políticos durante buena parte del siglo veinte, está vigente, es actual, contemporáneo, y si se disfrazó de antisemita en la Alemania de los años treinta y cuarenta, desatando una guerra horrorosa, hoy se viste de defensor los “amenazados” valores de la democracia y ve enemigos en cualquier lugar. La visión exclusivista que la modernidad introdujo prevalece hoy más que nunca. Donde antes las diferencias culturales se consideraban riquezas, hoy son inaguantables torpezas antidemocráticas. El mundo, según esta superstición, tiene que ser ajustado a las recetas del Occidente cristiano que ha dejado bien atrás sus supercherías y demagogias hasta convertirse en el paradigma único de “supervivencia”.
El fascismo, como orden de cosas que privilegia lo virtual sobre lo real, resulta de la visión más alucinada y adocenada del sector más retrógrado de la burguesía. El fascismo es totalitario per se y se propone “universalizar” ese orden de cosas en aras de hacer más efectivo el control de las riquezas y de los medios para producirlas. El mundo que supuestamente dejó atrás la “guerra fría”, se ha adentrado en uno que repta en la sombra y confunde la paz con la aquiescencia de todos para con uno, obedecer sin resquicios.
El fundamentalismo cristiano como factor ideológico de punta: ese es el fascismo a que asistimos hoy. El fascismo como aproximación a lo temperadamente gris del conocimiento vacío de pasión y de crítica. No es posible pensar, consigna el fascismo, ni siquiera vivir con la esperanza de regurgitar algo propio: una ácida, amarillenta, secreción de adentro. El mundo que presenta el fascismo es uno muy colorido, joven, sensual y exitoso: no hay espacio para lo antiguo, lo que acumula tiempo y pasión. Ese es el mundo que se propone diseñar el mundo corporativo transnacional, los intereses que se anudan una corbata al cuello y abren sus computadoras portátiles en vuelos de primera clase para seguir el “desarrollo” de las acciones en Wall Street. No queda otro remedio que pensar de nuevo a Dimitrov, “el fascismo es la dictadura del capital financiero internacional”, para entender cómo se alzado con todo el poder y toda la mentira un sector de la burguesía norteamericana desprovisto de la más ligera noción ética.
Thomas Pynchon, so pretexto de un ensayo que sirviera de introducción a 1984, desnuda la sociedad de hoy y advierte al lector-que-piensa-mientras-lee de la semejanza entre lo descrito por Orwell en su premonitoria novela y las realidades políticas y sociales en las que el ciudadano de hoy está inmerso. Las tecnologías de la información y de la comunicación no han hecho otra cosa que aislar al hombre, reducirlo a una soledad de animal unicelular. Romper todo vínculo social, toda solidaridad, es la meta primera y exclusiva del fascismo de hoy. Destejer el tejido social es la obsesión de los facinerosos que hoy tratan de modelar el rostro de los Estados Unidos y del resto del mundo.
La ciudadanía norteamericana está amenazada de muerte cívica. El síntoma no puede ser más definido y la prognosis de la sociedad norteamericana y, por ende del resto de la sociedad occidental, indica que la postración y el pánico serán los estados habituales en que viviremos. Será, entonces, más fácil controlarnos y hacer que decidamos comprar toda suerte de gadgets que el mercado nos ofrezca. La fuerza y la seguridad que provee el ser propietario virtual de algo que no tiene importancia es vital para este orden de cosas que asesina lo real y lo simbólico para la que la vida humana transcurra en el mundo de los fantasmas y de las semejanzas. Muerto el vínculo social y aniquilado el sentido humano de pertenencia a un género, la ciudadanía desaparece para que surja lo que con temor (y temblor, apunto yo recordando a Kiekergaard) Orwell describiera en 1984.
Mas el sector que provoca que este estado de cosas no está por encima de la humanidad, no es inmune a su propio veneno. Ese sector cree que son todopoderosos, y de ese sentimiento les nacerá la convicción de que son intocables, inmortales. Como una escena romana: lujo, sensualidad barata, sexualidad prostituida a flor de túnica; y al final Roma en llamas y la cicuta o la bañera y las venas abiertas, y nada brota y nada sale, porque hace rato estos fascistas, estos iluminados por el capital, estos halcones, están muertos y sólo la inercia de su egoísmo los hace parecer vivos.
Agradezco a Thomas Pynchon que escriba desde el retiro, porque esa soledad que él se ha impuesto no ha sido por asco ni insolencia, sino para comprender mejor, pensar con claridad y hablarnos con su escritura, clara, precisa, comprometida.
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