Monday, November 02, 2009

Hay quien ya no podrá venir

El calendario católico romano celebra hoy la fiesta de los fieles difuntos –celebra la memoria de los que se han ido y aún no gozan del brillo perpetuo de [su] rostro. Esta celebración remite al tema, unas veces sombrío, siempre presente de la muerte. La muerte como negación de la vida, la muerte que cada día visita, disfrazada de muchas maneras, el hogar de los vivos. Con los años se acumulan los familiares, amigos, conocidos que se van, cuya materia se descompone, su biología cesa y ya nos es imposible amarlos u odiarlos, solo nos queda recordarlos con una pasión cada vez más quieta.

Tengo un amigo que se está muriendo. Tengo otro que murió hace un año. Han muertos otros que fueron rostros en los periódicos, libros leídos, polémicas, alguna que otra intermitente conversación. Cada día muere algo en nosotros, se atrofia, se desvirtúa –el cuerpo y la memoria se cubre de espacios inertes, de silencios.

Preocupa las circunstancias de la muerte, de la propia, de los que amamos. Duele, de antemano, el dolor que podamos provocar, aunque a nosotros ya no nos duela. Para las almas románticas, para los creyentes sinceros, para los que aún apuestan a vivir espiritualmente, la muerte es mentira si se ha cumplido la obra de la vida.

La muerte, como el amor, son los temas de la literatura y la religión. La dimensión que propone la literatura es a veces épica, otras sentimental y, en muchas ocasiones, existencial. La literatura nos reconcilia con la idea de desaparecer con belleza; la religión nos propone la muerte como un tránsito a otra vida. Ambas son hermosas e imprescindibles ficciones. Y si la vida es sueño, si como Jacob soñamos esa escalinata que estaba apoyada en la tierra y cuyo extremo superior tocaba el cielo, entonces esta vida porosa se compacta; el dolor, el sacrificio, la abnegación son los peldaños de la escalera soñada. Quizás mi amigo esté unos pasos más adelante que yo. No sé. Creo.

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