Thursday, November 19, 2009

I

Un título así remite tanto al que escribe como al que lee, a la novela de George Orwell, 1984. Y resulta que ese año del calendario cristiano fue tan surrealista y absurdo como la novela. Para los que hoy andamos entre los cuarenta y cincuenta años, somos cubanos y vivíamos entonces en la isla, mil novecientos ochenta y nueve, es algo más que una fecha memorable, un momento de festejo para uno, de tristeza para otros - mil novecientos ochenta y nueve fue un año que estremeció la sociedad cubana sirviendo como el peor de los augurios de los tiempos por venir. La aparente bonanza material y social que vivió Cuba durante los años ochenta, como la revolución del 33, se fue a bolina.

Los ochenta fue una década muy corta, de apenas cinco años; se extendió entre 1982 con la insurgencia de los mercados libres campesinos y 1987 con la imposición de las primeras medidas de restricción económica que se habían producido en algún tiempo. El primer año de esa década no presagiaba nada bueno para el país: los sucesos del Mariel después de un final de decenio candente marcado por la intranquilidad social producto del inicio de los viajes de los cubanos residentes en los Estados Unidos y la liberación de miles de presos políticos que habían estado en prisión por muchos años. Los sucesos del Mariel, la salida del país de más de 100,000 cubanos en apenas seis meses, fueron una clara fractura en el entramado social cubano. Estos hechos marcaron la primera ocasión desde los inicios de los sesenta que los conflictos se resolvieron a través de la violencia social en una espiral que desgastó a muchos. A fines de ese año, que había comenzado luctuosamente con el fallecimiento de Celia Sánchez considerada por muchos la "rama de olivo" del gobierno revolucionario, un grupo de ciudadanos cubanos tomó la Nunciatura Apostólica, el nuevo Nuncio accedió a que las tropas élites del Ministerio del Interior entrasen en el recinto diplomático y arrestara a los individuos, algunos de los cuales terminaron siendo condenados a muerte y fusilados. A su brevedad, los ochenta deben añadir su excepcionalidad –del socialismo real al desplome del mismo, medidas de descentralización económica y proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, burocratización excesiva e inoperante de la vida social y cierta frescura en la vida intelectual del país.

La sociedad cubana después de 1980 fue distinta; la cohesión social en torno a la adhesión a las políticas humanitarias del gobierno revolucionario se distendió, cedió ante la realidad política de que cierto discurso del estado cubano era circunstancial, sobre todo en áreas tan sensibles como la relación entre familias separadas y el trato casi preferencial a los no nacionales. Cierto es también que la liberación de ciertas prácticas económicas sobretodo con respecto al mercado y la persistencias de los servicios sociales gratuitos ayudaron a crear un clima social que por momentos parecía borrar los traumáticos hechos y sucesos en torno a la Embajada del Perú y el puerto del Mariel.

Mil novecientos ochenta y nueve fue el año resumen de casi cuatro de constante tensión internacional por las expectativas levantadas con el proceso de encuentros entre el presidente norteamericano Ronald Reagan y el primer secretario del PCUS Mijaíl Gorbachov negociando un tratado de no proliferación de las armas nucleares; tensión en el mundo socialista por el curso que los acontecimiento estaban tomando en la URSS de la mano de la glasnot y de la perestroika; y tensión dentro de Cuba por ser el escenario más caliente de la confrontación Norte-Sur y Este-Oeste, además de la emergencia de una generación formada en los más cuestionables estilos revolucionarios y con variados intereses artísticos e intelectuales que elaboró una crítica a las prácticas culturales y políticas del gobierno revolucionario y del estado socialista de Cuba. También fue éste el año del "verano sangriento" como una funcionaria del Instituto de la Música denominó a los sucesos en los que la alta jerarquía militar cubana estuvo involucradas en negocios de drogas ilegales y otras conductas tan inmorales como la droga misma. Mil novecientos ochenta y nueve fue la cifra y el presagio y, también, el momento en que el proceso revolucionario y socialista cubano comenzó un largo y angosto camino de sobrevivencia en lo económico y lo político que pondría en juego su legitimidad como proyecto viable para la nación cubana. Veinte años después, con crisis y sobresaltos, períodos más especiales que otro, deterioros y restauraciones, la institucionalidad del estado cubano sigue vigente, la gobernabilidad es un hecho, el orden social no se ha desmoronado, la sociedad se ha reacomodado y abiertos nuevos espacios sociales de encuentro y expresión al margen de los oficiales y la permanencia de las estructuras revolucionarias de gobierno y de las políticas socialistas difícilmente pudieran ser revertidas sin pagar un alto costo social. La sociedad cubana necesita repensar y readecuar estos hechos sociales para que sea a la par más efectiva en lo económico y más participativa en lo político. La legitimidad del proyecto revolucionario y socialista cubano para preservar la nación cubana en su histórico horizonte latinoamericano es incuestionable. La viabilidad de ese proyecto es un work in progress que corresponde a los cubanos verificar.


 

II

En algún lugar se ha escrito que el siglo veinte había sido sin duda uno corto, que se extendió desde la Gran Guerra (1914-1918) hasta la caída del muro de Berlín (1989); siglo que comenzó entonces con una guerra de reparto colonial y terminó con la fractura de un mundo colonial. Algo después del final de la primera guerra europea, Paul Valery escribió uno de sus ensayos más notables "La crisis del espíritu" y a manera de guiño marxista escribe: "Un escalofrío extraordinario ha recorrido Europa" y comienza a describir cuánto se ha leído, cuánto se ha rezado y evocado a fundadores, santos, padres de la patria en Europa desde el final de la guerra para después describir ese estado como uno de "desorden mental" que lleva en sí mismo la capacidad de generar esa crisis espiritual que no puede sino conducir al ensayo de la desesperación y la violencia.

Veinte años después que la euforia democrática destrozara las hasta ese momento inamovibles fronteras del bloque comunista se ha leído muchísimo menos, apenas se ha rezado pero la evocación de los santos
del panteón neoliberal no cesa. La preeminencia del lado más lite de la cultura norteamericana, ramplona y ordinaria, y el poder de los intereses más abstrusos de los EE. UU. han vaciado al mundo contemporáneo de contenido moral y referentes éticos trascendentes, reduciéndolo a una vaga moral de circunstancias e intereses y a una eticidad pactada de antemano entre las élites.


 

III

    El "socialismo real" debía ceder ante la realidad: ni era socialismo ni era real. La Unión Soviética debía haber resistido con sentido histórico ante la imposición de los EE.UU. de desintegrarse y no lo hizo: entregó un país a cambio de baratijas y migajas. Debía, eso sí, haber planteado la Union de Repúblicas sobre las bases de la democracia socialista, la legalidad internacional y los lazos históricos y económicos que se establecieron entre los diversos territorios de la ex URSS.

    La caída del Muro de Berlín señaló hacia el nacimiento de un mundo en el que supuestamente las ideologías habían sido superadas, los conflictos armados innecesarios y la paz perpetua conseguida. Nada de esto es real: las ideologías más absurdas y decadentes se exhiben en las vidrieras del mundo libre mientras que el-mundo-que-aspira-a-ser-libre se repleta de naderías y sigue muriendo de hambre y enfermedades curables; los conflictos armados son de una crueldad tecnológica y una planificación obscena; y la paz perpetua sigue siendo un sueño kantiano. Sin embargo, debemos extendernos una felicitación: el camino hacia una nueva sociedad más racional y eficiente, hacia una sociedad más solidaria y menos individualista está inscrito en las paredes del mundo y no pasa por los paradigmas ni del comunismo totalitario ni de la democracia liberal.


 

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