Friday, February 26, 2010

El encuentro de Kundera con el Caribe

I


El azar concurrente ha querido reunir en mi mesa de trabajo un libro, cuya lectura me remite a otros, y recortes de prensa (o más bien impresos de prensa online) sobre los conmovedores sucesos del pasado 12 de enero. Qué puede hacer la literatura en un momento de tanto horror? ¿Qué aporta la palabra escrita cuando mueren o malviven centenares de seres humanos muy cerca de nosotros? Dudar ahora equivale a hundir más en la miseria a un pueblo como el haitiano que ama y respeta la educación y la cultura, hijo de las mejores tradiciones francesas y africanas. Tengo muchos alumnos de origen haitiano o haitianos emigrados ellos mismos que aventajan a muchos en buenas maneras, en hábitos de estudio, en respeto hacia sus maestros y padres.

La literatura puede no ser muy efectiva en estos momentos de angustia para Haití pero puede servir para iluminar, desgarrar la veladura con la que se quiere cubrir el horror allí. Desde la literatura fundadora de Martí, su diario que comienza en Cabo Haitiano, hasta el cine icónico de Gutiérrez Alea con la aparición del intelectual haitiano René Depestre en Memorias del subdesarrollo¬, pasando por Martha Jean-Claude que aparecía con alguna frecuencia en la televisión cubana de los años setenta y ochenta y los miles de braceros haitianos que dejaron su sangre y su apellido en Cuba, Haití no es una presencia extraña para los cubanos.



II

El libro que tengo sobre mi mesa de trabajo, El encuentro de Milan Kundera, narra sus experiencias (encuentros) con pintores martiniqueños en Paris, con el poeta Aimé Cesaire, nos habla del viaje de Bretón a New York (viaje en el que también estuvo Claude Levi-Strauss) refugiado del fascismo y del nazismo, y el encuentro de Bretón con Martinica, cuando iba rumbo a su exilio en New York y con Haití, en su viaje de regreso a Francia. En ambos encuentros, que Kundera llama destello, azar, Bretón encuentra revistas y una juventud politizada, decididamente de izquierda, pero bajo la influencia de Bretón, no de Gorki, del realismo mágico, no del realismo socialista, como tan sencilla y oportunamente escribe el autor.

El lenguaje de Kundera matizado siempre de colores pálidos se enciende esta vez con la viveza y el colorido del Caribe; está infatuado con la poes1a de Cesaire (quizás los versos de Cuaderno de un retorno al país natal: Pero, ¿es que puede uno matar el remordimiento, bello / como la cara de sorpresa de una dama inglesa al encontrar / en su sopa un cráneo de hotentote?), con la poes1a del hombre-insulto, del hombre-tortura. Por alguna indiscernible razón, Kundera se siente fascinando (¿quién no?) por la poesía adánica de Cesaire –llega a compararlo con Mickiewicz y Petöfi. Después exalta a Depestre, exiliado como él, desencantado del comunismo, también como él y escribe de la relación del escritor haitiano, devenido francés, que su encuentro con el mundo comunista fue como el encuentro de un paraguas en perpetua erección y de una máquina de coser uniformes y sábanas. Depestre cuya narrativa, siempre según Kundera, traspasa los límites casi inaccesibles del erotismo feliz y espontáneo, de la sexualidad desenfrenada y paradisiaca. Esta atracción de Kundera hacia el mejunje caribeño puede ser complementaria en su imaginario centro-europeo poblado de miríadas de deidades pre-cristianas, región que es encrucijada de tradiciones y etnias diferentes, cultura diferida del centro de la cultura europea, sociedad preterida por la experiencia comunista. Aunque algunos encuentros de Kundera me toman por sorpresa, siempre retorna sus viejos temas y sus viejas querencias, las novelas, la música, el exilio, con esa calma que parece indiferencia, con esa lírica trucada de cotidianeidad.

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