Wednesday, October 04, 2006

Dos coincidencias cubanas y una perogrullada


Coincidencia primera


Ayer dos de octubre (2006) me entretuve leyendo en La Jiribilla, revista digital cubana, algunos de los trabajos sobre Bola de Nieve, Ignacio Villa, que conforman el dossier de esta edición. El texto de Sigfredo Ariel, “El sonido Bola de Nieve”, escrito con llaneza pero sin chatura, con simpleza pero sin ramplonería, devela fechas, eventos, anécdotas, de y sobre Bola de Nieve que hacen de su escrito uno de lectura interesante y fácil.

Hacia el final del artículo, Ariel escribe de un modo sencillo pero convincente que “El 2 de octubre, durante el sueño, en casa de unos amigos mexicanos, Bola de Nieve dejó de respirar”. En previas oraciones, Sigfredo nos dice que “Como otros años, ofrece su recital de medianoche en vísperas del 26 de julio del 71 en el antiguo Auditorium —ahora Amadeo Roldán— y el 20 de agosto en el mismo teatro participa en un homenaje a Rita Montaner.”, lo cual quiere decir que ese mismo año, 1971, pero con fecha dos de octubre, Bola de Nieve, nacido Ignacio Villa en Guanabacoa, cercanía de La Habana, en medio de la noche mexicana, fue visitado por la siempre esperada, siempre inusitada, muerte. Ayer mientras leía a Sigfredo Ariel, dos de octubre de 2006, Bola y lo eterno, al menos en la memoria, la única forma de eternidad probable, cumplían treinta y cinco años de mutuo encuentro.

No puedo recordar a Bola de Nieve. No pude haber asistido a ninguno de sus conciertos ni a sus descargas en el Monseñor. No puedo incluso haberlo visto en televisión, pues para esa fecha en mi casa no había ninguno. Pero tengo la gratísima impresión de haberlo visto muchas veces; crecí, creo, con su presencia como algo casi cotidiano; su rostro aniñado y su sonrisa son parte de las imágenes de mi infancia. Recuerdo, y esto sí con bastante exactitud, un documental de un Noticiero ICAIC Latinoamericano sobre él, el Bola, Ignacio, de la villa de Guanabacoa.


Coincidencia segunda


También ayer, más tarde, en Barnes & Nobles, en un acceso de consumismo irrefrenable, compré una edición corregida y aumentada, según anunciaba una cinta roja alrededor de la carátula, de “Mea Cuba”, la colección de artículos y ensayos que el difunto Infante, Guillermo Cabrera, escritor cubano residenciado en Londres, publicara por primera vez en el año 1992. Esta edición, de 1999, tiene nuevos escritos del prestidigitador que convirtió el habla urbana de La Habana en un idioma literario; nuevos textos, nuevos ensayos, viejos resabios, el mismo encono. Una respetable edición ésta, sencilla, sin pretensiones.

Resulta que, ya en casa, repaso el libro para tratar de identificar los textos añadidos y me encuentro uno, muy corto, el último del libro, un párrafo intitulado “Mi fin es mi principio” en el que se lee una inverosímil, pero bella declaración de amor “Todos llevamos a Cuba dentro como una música inaudita”. (Inverosímil por lo de música inaudita). Muy al comienzo del libro se lee en “Éxodo”, esta vez un párrafo de una sola oración, puntual ella, que obra la coincidencia, “Salí de Cuba el 3 de octubre [un día como hoy, pero aquella vez] de 1965.

Leí a Guillermo Cabrera Infante estando ya fuera de Cuba, como corresponde. Primero, exiliado, los funcionarios de la Cultura no lo publicaban. Después, no quiso que lo publicaran. Así que la única manera es leerlo fuera de Cuba o de contrabando -él disfrutaba ambas. La lectura de “Tres Tristes Tigres” y “La Habana para un Infante difunto” son un reflejo, una mirada hacia atrás a una geografía cercana, a un pasado lejano. Su obra fue uno de los dibujos más detallados y escrupulosos de la vida en una época determinada, de la relación de un individuo y una ciudad. Amó tanto a Cuba que se entregó, por completo, a La Habana, porque lo que sentía Guillermo Cabrera Infante por Cuba era una pasión habanera.


Una perogrullada


El día de la Patrona de Cuba unos cuantos periodistas de Miami amanecieron con su nombre pegados, a las malas, en los periódicos. Periodistas de origen cubano de Miami fueron denunciados por recibir pagos del Gobierno norteamericano mientras ejercían como profesionales en diversos medios de prensa del sur de la Florida. El caso más discutido fue el de tres periodistas de “El Nuevo Herald”, Pablo Alfonso, Wilfredo Cancio Isla y Olga Connor. Los administradores de ese periódico y de “The Miami Herald” hablaron de ética periodística, conflicto de intereses, independencia de las instancias de gobierno, y atajo más de las “verdades de la prensa libre”.

Para que la incidental cubana no faltara se insinúo que el gobierno cubano estaba detrás de esos despidos, de esa campaña difamatoria, porque en un programa de la “Mesa Redonda” de la televisión cubana, el periodista de institución, Reinaldo Taladrid, cuestionó que algunos periodistas del Miami cubano estaban recibiendo pagos de agencias gubernamentales norteamericanas. (Esto a propósito de la última gran aventura del gran Cao cuando Fidel Castro visitaba la Argentina para asistir a una reunión del MERCOSUR. El intrépido y sagaz Cao increpó a Fidel sobre la retención en Cuba de la Dr. Hilda Molina y Fidel le preguntó quién lo pagaba a él para hacer esas cosas. Se indignó Cao. Dice Cao que a él no le paga nadie. Será que trabaja de gratis y con donaciones privadas financia sus viajes y reportajes.) Taladrid dijo algo como que si investigaran un poco verían cómo algunos periodistas de Miami reciben dinero de agencias federales, etc. Días después vendría el artículo de los periódicos “The Miami Herald” y de “El Nuevo Herald” y el consiguiente despido de los periodistas antes mencionados, entre otros hasta la cifra de diez.

Pablo Alfonso y Wilfredo Cancio Isla son de los mejores periodistas del periódico en español de la ciudad de Miami, dicho así sin sorna y en breve. Me sorprendió que acusaran a tan populares personas del ambiente cubano de Miami de hacer algo escondido, secreto, en contra de las normas establecidas por sus empleadores. Regularmente, las normas en Miami se rompen a la luz, clara y armoniosa, del día o, si es de noche, entre las luces veladas y románticas de los restaurantes de Coral Gables. ¿Qué los periodistas en Miami son pagados para que hablen mal de Cuba, del gobierno cubano, de la Revolución? Nada más alejado de la estricta verdad. (Taladrid quiso medir a los profesionales de Miami con las normas del periodismo de los EE. UU. ¿Es que no se ha enterado Taladrid que Miami es un lugar muy especial de los EE. UU.?)

Aquí, en Miami, en la capital del exilio, se habla y se escribe mal de Cuba, del gobierno cubano y de la revolución de gratis, pro bono como los abogados en el caso de Elían González. (Curiosamente uno de ellos fue elegido alcalde Miami y se ha hecho millonario con el negocio de los bienes raíces y las constructoras y todo ese sólido negocio que esta cambiando a Miami).

En Miami, la vocación anti-castrista es connatural a su ciudadanía. o al menos se asume eso. Usted no está pagado por el gobierno de los EE. UU., no. Usted está luchando por la libertad de Cuba. Usted puede escribir en el periódico local siempre y cuando su pensamiento y escritura coincidan con el sentimiento de “las víctimas de Castro y del comunismo”; Ud. puede inscribir un non-profit corporation y montar una oficinita de ayuda a la oposición interna y le llegaran fondos del gobierno para pagar salarios, costos, alquiler, envíos de materiales y dinero a Cuba, llamadas telefónicas, viajes, desayunos, almuerzos y cenas ¡de trabajo!, telefonía móvil, autos, gasolina, seguro y otras cositas.


Esto ha sido una opereta de mal gusto, un sainete que deja al descubierto cómo es la cobertura noticiosa, y de opinión, con respecto a Cuba en Miami. Es de común dominio que los invitados de Radio y TV Martí son pagados por sus intervenciones. La ecuación es al contrario. Uno puede trabajar para un medio noticioso cualquiera, publicar artículos como colaborador contratado o de manera independiente, en una simple oración: Ud. puede ser periodista en Miami si se atiene estrictamente a la doxa dominante, si repite ciertos slogans, si no cuestiona aspectos fundamentales del modus vivendis et operandis del exilio, si mantiene sus narices alejada de ciertos asuntos, de hacer ciertos análisis, de contar ciertos cuentos. Un periodista en Miami es un vocero de la “comunidad cubana”. Después que cumple con todo esos requisitos, usted es un periodista o alguien publicable e, incluso, invitarle a Radio o TV Martí y le mandan un chequecito del departamento de Estado. No. Usted no ha sido pagado por el gobierno de los EE. UU. El gobierno de los EE. UU escoge a sus invitados y a quién le da su dinero.

Me alegro que dos buenos periodistas estén de nuevo en “El Nuevo Herald”. El periódico puede mejorar su cobertura ahora que ciertas presiones se han liberados. (Hay un columnista que está diciendo cosas atrevidas; había otro que las decía pero se cansó, o lo cansaron. Veremos qué pasa.) Quizás ahora sigan invitando a correligionarios de causa a comparecer en Radio y TV Martí pero no le paguen. El negocio en torno a la problemática cubana en Miami es prospero, éste ha sido un percance menor.

En Cuba, no deben temer: en Miami los periodistas son rehenes de ellos mismos; son víctimas de sus circunstancias históricas, materiales. Nunca escribirán la verdad, ni de Cuba ni de Miami. La verdad no es negocio, no da. En Cuba, la verdad tiene un costo social. O lo que usted cree que es la verdad y querer decirla, o escribirla, tiene un costo social. La entereza y la honradez le animan a vivir con su verdad allí o a irse con ella. En Miami, la verdad no tiene costo social alguno, tiene precio y con ese precio usted vive o no. Y ni la entereza ni la honradez le ayudan a pagar sus cuentas.