Wednesday, April 26, 2006

Mister I, las trampas de credulidad

El Nuevo Herald siempre intenta de sorprender, agradablemente, a sus lectores todos los días pero de manera muy especial los viernes. El viernes pasado, fiel a ese hábito que terminará por imponerse en el periodismo local, regaló un artículo firmado por uno de sus calumnistas, Emilio Ichikawa, que hizo las delicias del respetable: Gianni Vattimo: las trampas de la diferencia. Algún despistado lector se entregó quizás a la lectura pensando encontrarse datos picarescos sobre la vida íntima de algún cantante o artista italiano y terminó, para su disgusto, confundido, con que se trataba de un agente castrista que había servido, también, en los servicios de inteligencia alemanes y le gustaba las producciones de Hollywood, así como visitar Disney. Pero, claro, eso es peccata minuta comparado con el tremendo provecho intelectual que los lectores de El Nuevo Herald puedan sacar de ese artículo.

Míster Ichikawa nos escribe sobre Gianni Vattimo, un filósofo noritaliano (esta precisión geográfica es reveladora) que recibió un grado académico en La Habana. Mister I nos introduce en cómo la filosofía de este noritaliano llegó a La Habana allá por los años ochenta y nos dice, además, que la “propuesta filosófica… [de Gianni Vattimo, el noritaliano] fue leída como un cuestionamiento a las opciones ideológicas ''duras'' del castrismo, el marxismo y el nacionalismo radical con formalidad antiamericana.” El avisado lector neoheraldian obvia lo de “propuesta filosófica” y añade tres tragos de alegría a su rencor: el tipo, léase Vattimo, se opuso al castrismo, al marxismo y al nacionalismo antiamericano, y este Lector, que es la cifra de todos los lectores del periódico más importante publicado en español en los Estados Unidos, es anti-castrista, antimarxista y nacionalista americano. Aquí está que desde la bellísima Italia, un filósofo apoya al exilio radical de Miami pero el filósofo-tipo ahora recibe un reconocimiento del gobierno dictatorial de La Habana: ¡un infiltrado! Ya bien lo escribe mister I: “Vattimo había propuesto (…) una doble actitud de crítica y piedad sintetizada en el lema de “pensamiento débil’”; con su “doble actitud” se confirma la sospecha del Lector de que el noritaliano es un espía y con lo del “pensamiento débil”, esa concesión de aceptar un premio castrista, manchado de sangre. Pero mister a I le gusta la improvisación, es un salsero de la intelligentsia e improvisa, suelta, de repente, sin que le tiemble el pulso, sin ton ni son, un sorbetazo: “El castrismo es una forma perversa de anticubanismo”. Y K frente ante tamaña pericia, frente a ese golpe de efecto periodístico guarda debido y respetuoso silencio. Pero el Lector, el Lector goza y, ahora, jura un prolongado fasting de productos italianos (¡cero pastas!) para castigar a los italianos (y de paso bajar de peso).

[Permítale a K, mister I, una incidental a propósito de esta afirmación suya, quizás malograda por un error tipográfico. Usted escribe: “Vattimo ha entendido en La Habana que no es la disidencia cubana ni la heterodoxia de sus artistas e intelectuales lo que está en consonancia con su filosofía, sino precisamente el discurso ''holístico'' y ''anti-diferente'' de Fidel Castro.” Vamos a ver, ¿no será que Vattimo entendió correctamente? La disidencia que usted (d)escribe cubana y los heterodoxos artistas e intelectuales están, de hecho, del lado de la opinión dominante, no tienen ningún cuestionamiento al orden impuesto por los intereses del capital internacional, son muy pero que muy obedientes a la batuta que se blande desde Miami o Washington, y eso los descalifica para ser disidentes o heterodoxos. En el mejor, y más generoso, de los casos son representantes de la oficialidad global. El gobierno y el estado cubano son la disidencia. Cuba es el eterno ¡No! a las propuestas norteamericanas de globalizar el mundo a su imagen y semejanza. Cuba es la negación de las tendencias más egoístas del capitalismo, que el finado Juan Pablo II gustaba calificar de salvaje. Cuba es la negatividad frente a ese enconado positivismo en el que vivimos, nos movemos y existimos tomando prestado el decir paulino; frente a esa “tendencia a valorar preferentemente los aspectos materiales de la realidad”; frente a esa “afición excesiva a comodidades y goces materiales”, tal y como define el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española el término “positivismo”. La Habana es la disidencia.]

Pero volvamos con el reflexivo artículo de mister I. En el máximo del paroxismo filosófico, mister I avergüenza a Vattimo y le restriega en la cara su verdad. Leámoslo, no dejemos de leerlo: “Si Vattimo de verdad quisiera ser ''antiimperialista'', debería empezar por emanciparse del imperialismo alemán y no del norteamericano. No son Emerson o Thoreau, Hollywood o Disney quienes han doblegado el pensamiento de Vattimo, sino la aplastante ontología alemana, la cual glosa y traduce desde su tesis de juventud.” ¿Qué les parece? El colonialismo filosófico alemán. ¡Abajo Leibniz, Kant, Fichte, Schelling, Hegel, Nietzche, Wittgestein y, por supuesto, Marx! Pero mister I quiere seguir subiendo la parada y escribe, así como el que se orina y no lo siente: “No es Estados Unidos quien evangeliza, sino esa capital europea que impone su manera de pensar y escribir, de producir y financiar.” Allá va eso. Re-leí, intrigado, el artículo y sólo pude encontrar tres ciudades mencionadas en el mismo: La Habana, Turín y Heildelberg; descarto Heildelberg, porque no es capital; La Habana, porque no está en Europa; y Turín, porque aunque está en Europa no es capital. Pero en realidad, ese gazapo es poco importante comparado a la afirmación que desde “allí”, desde esa capital que está en Europa, se “impone [la] manera de pensar y escribir, de producir y financiar.” No desde Estados Unidos, no y mil veces no. Aquí estalla en sollozos mister I y escribe que el antiimperialismo es una trivialidad europea, que el núcleo de profesores que introdujo el pensamiento de Vattimo en Cuba hizo “las cosas cuando tenían que hacerlas.”y ahora éste les traiciona. Y que Vattimo “adulando a Fidel Castro” se parece a Schelling aceptando “la invitación del emperador Federico Guillermo IV” para suceder a Hegel en su cátedra en Berlín. Creo que Vattimo y Fidel salen bien parados de esa comparación.

Mister I no entiende que la filosofía no cabe en un periódico, es decir, que su enjundiosa filosofía no cabe en El Nuevo Herald. La brevedad hace débil su pensamiento y lo precipita a una serie de aporías evitables si pensase antes de escribir.

Tuesday, April 25, 2006

La muerte española de Fidel Castro.

Fidel Castro está a punto de morir. Lo dicen, esta vez, los servicios de inteligencia españoles. La prensa radial de Miami transmitió como noticia lo que es en realidad un pequeño artículo de opinión del diario español ABC: “Castro está muy grave y le queda poco tiempo de vida”[1]. Para Miami sería una pérdida irreparable: su último peldaño de acceso a la realidad.

Los cubanos de Miami han tenido como su principal (pre)ocupación la construcción del mito de invencibilidad e inmortalidad de Fidel Castro: el hombre que ha inundado a una ciudad norteamericana con agentes y espías, que ha logrado la hazaña de desinformar y manipular al gobierno norteamericano y a sus más destacadas agencias y unidades élites, que ha construido un sistema de propaganda que ha sido capaz de ocultar los asesinatos en masa en Cuba, las detenciones arbitrarias, los experimentos para desarrollar armas químicas y biológicas al mundo. ¡Ha confundido al mundo! Fidel es, siempre según los cubanos de Miami, el innombrable, un híbrido entre Molloy (tropical) con semidiós griego. Sí, para los cubanos de Miami, la gloria de Fidel radica en su condición de semidiós –hasta sus orígenes son oscuros, indeterminados, se sabe que nació del linaje de Lina pero ¿y el padre? Estos cubanos de Miami han sido pródigos y meticulosos aedas, edificadores de mitos y excelentes storytellers -transmisión oral en la era de la información digitalizada.

Fidel en Miami es una presencia real, acostumbrada; sin él Miami sería una anónima ciudad del sur de la Florida, con un balneario una vez famoso, plagado de estrellas de cine venidas a menos y gángsteres retirados. Presencia real en los medios masivos de comunicación: ¡cuántas carreras profesionales, de negocios, cuántas fortunas a él debidas! Y los cubanos de Miami saben ser generosos, lo han retribuido con una presencia constante, un reconocimiento que no cesa y que ha alcanzado la categoría de culto. ¡Ay de ti, Miami! El día que el oráculo de La Habana enmudezca, la tristeza enmascarada de brindis y cláxones en las calles barrerá con tus pocos vestigios de existencia. Entonces Miami recobrará la normalidad perdida, su adormilado paisaje de ciudad pequeña, su condición subsidiaria de otras ciudades, incluso de La Habana. Miami reencontrará, después del suceso que todos esperan con ese nerviosismo de novia-dejada-al-pie-del-altar, su pobre, escaso destino. El primer síntoma de la normalidad se reflejará en la próspera industria de los bienes raíces: las mansiones de papel-cartón, los edificios de condominios que no aguantan un viento platanero, las urbanizaciones del suroeste para nuevos ricos comenzaran a deteriorarse, a despoblarse de sus esperados ocupantes, a venderse a precios irrisorios (comparados con los precios de venta), a desmoronarse. Miami no será más la ciudad en la que los newly-arrived cocinen sus sueños al fuego de los barbecues y apaguen su sed con Heineken.

Fidel Castro está a punto de morir. En Cuba, la gente se desplaza con anodina complacencia unos, trepidantes otros, esperanzados pocos –la esperanza ya no es de este mundo- pero casi todos con la certeza que casi todo será igual en el tiempo por venir: la inminente muerte española de Fidel Castro pasa desapercibida. Los cubanos diarios tienen preocupaciones diarias y la muerte de Fidel Castro aparece como algo excepcional. Con la muerte de Fidel Castro el país, y su gente, habrán dejado atrás la edad de los héroes y se adentrarán en la edad de los hombres (leer [a Vico] es aprender). Desde 1959, la sociedad cubana ha vivido un proceso de cambios sociales tan profundos y radicales que ni el colapso temporal de las estructuras revolucionarias en Cuba podría revertir. Cuba no volverá al status que los cubanos de Miami quieren; el sentido de independencia política y los beneficios sociales no podrán ser ya extirpados de la conciencia social cubana. La clase política cubana del futuro no podrá obviar lo que con machacona insistencia se conoce como la obra de la revolución: la universalización de los servicios médicos, educativos y de seguridad social. Los políticos cubanos de mañana no debieran parecerse en nada a sus decadentes émulos del “peladero” de Miami, ni siquiera debieran posar con ese aire "globalizado" de la anodina y alegre claque de nuestros modernos intelectuales exiliados. Después que Fidel muera y su muerte, al menos simbólicamente, cierre otro ciclo heroico de la historia cubana, los cubanos de la isla quedaran atrapados entre la certidumbre, siempre nostálgica, del pasado y la incertidumbre del futuro. Algo tendrán claro y es que medio siglo de historia no se borra y es a partir de esa experiencia que se puede proyectar el futuro del país, no a contrapelo de ella.

Fidel se está muriendo, y nosotros también. Para los cubanos de Miami es inconcebible el futuro después de Fidel; para los de la isla el futuro arranca siempre del presente y el país persistirá en dibujar sus señas de identidad, su manera de asimilar y ser asimilado y su cantidad (hechizada o no) de energía para seguir con ese pesado (e inevitable) fardo que es la historia.
[1] ABC. Viernes, 7 de abril de 2006. “Castro se muere”, por Rafael Bardají.