Wednesday, November 29, 2017

Litúrgicas (12)

Mañana estaré muerto. Pero hace un siglo que pienso en este momento. Desde hace noventa años me vengo diciendo: Guitton, tienes que saber con certeza antes de morir lo que hay después de la muerte. Así que he buscado la verdad sobre esta pregunta. La he buscado durante toda mi vida. Jean Guitton, Mi testamento filosófico.
Una de las cosas que más han preocupado a la humanidad, a través de las edades, es el problema de la inmortalidad, de lo que sucede después de que se muere, del sentido que tiene esta vida si se agota en la existencia biológica y si la idea de la trascendencia es pura especulación compensatoria, consoladora. Las religiones han sido, históricamente, las proveedoras de respuestas y consuelos a esas y otras desdichas, como la enfermedad, que limitan la vida humana, y para ello usan ritos y oraciones y artefactos y vestimentas, herramientas de eso que denominamos la liturgia. Todas las liturgias tienen intención y sentido trascendentes, incluso aquellas liturgias mínimas, esos gestos, palabras, actos que repetimos con familiar frecuencia. Las liturgias religiosas están destinadas a provocar y convocar, tanto en quien ejecuta la ceremonia como en quien participa de ella, pensamientos y sentimientos que transforman la cotidianidad chata en alegoría de lo otro; pienso en los paisajes naturales que me ha sido dado contemplar, en atardeceres y amaneceres, días de lluvia y soleados, mínimos otoños y largos veranos; pienso en el pasado como el lugar del futuro.

Estos dos últimos domingos del mes de noviembre, la Iglesia propone que se medite sobre la vida eterna. Lo que es eterno no tiene comienzo ni fin, de manera que ya estamos en la eternidad y la muerte no debería ser sino entrada en la presencia. Pero, humano, demasiado humano, uno piensa en las formas de la vida eterna y pienso que si ya vivimos en ella, algunas de las formas de esta vida pueden repetirse en la otra. Así, espero caminar por las mismas calles que caminé, sin restricciones, sin miedos, solo y acompañado (uno de los misterios del reino de la presencia es que estás con todos a la vez que estás solo), en silencio, que no es ausencia ni vacío, sino plenitud melódica de (en) todos los sonidos; espero ver los rostros y los cuerpos que vi y amé con distintos amores, disfrutar de un sabor que son todos los sabores en un jugo transparente, sentarme a la sombra de todos los árboles, descender todos los valles y escalar todas las montañas. Pienso en la soledad acompañada que es la vida que sigue a esta y me pregunto si veré no sólo a los que conocí y amé (puede que aquellos a quienes no amé estén del otro lado de la otra vida, pero eso es asunto del dueño de la mies), sino a los otros que leí, a aquellos cuya música escuché, a los que estuvieron en la historia grande y en la pequeña, a aquellos cuyos nombres ahora omito por pudor. Esa otra vida es la gracia de Dios y nuestra des-gracia será sobrepasada por ese amor, y nuestra vida será lavada, y quedará inmaculada.

Sunday, November 12, 2017

Litúrgicas (11)

Libros sobre mi "mesa de trabajo", que lo mismo está en el aula donde enseño, en el comedor de casa, o en el estudio. Mi "mesa de trabajo" son los libros que leo o consulto, o consulto mientras los leo y llevo de un lado a otro, libros nómadas, sin residencia fija. Cuando han sido leídos o consultados, los devuelvo al estante donde reposan su pertinencia hasta que los vuelva a extrañar, que es mi peculiar manera de necesitarlos, y los rescato de su silencio al mío, de su letra escrita a la mía por escribir. Libros sobre mi "mesa de trabajo", que abro, ahora, y leo. He aquí algunos pasajes,

Pirrón.
Al espíritu extremo se le acusa de locura como de un defecto extremo; únicamente la mediocridad es buena: esto ha sido establecido por la mayoría y es ella quien muerde a quien se escapa por el extremo que sea. No me obstinaré, admito con gusto que se me coloque allí, y rehúso estar en el extremo inferior, no porque sea inferior, sino porque es extremo, pues del mismo modo rechazaría que se me situase en el superior. Salirse de la humanidad es estar fuera del mundo medio.
La grandeza del alma humana consiste en saber estar ahí; tanta falta hace que la grandeza consista en salirse de este punto, que consiste precisamente en no salirse. [Este es el Pascal que confunde a quien busca en su escritura una lectura edificante. En Pascal, el desafío sin irreverencia. Tanto quieren obligarme a que piense (y sienta) la mismo (que ellos) que, pensándolo, pienso distinto, porque el solo hecho de que lo haga desde la consistencia conmigo mismo, me diferencia de ellos y no me ubica ni en el extremo inferior ni en el superior, sino en el medio, para que la grandeza explote de tanta medianía.]

I have already considered the Gospel in connection with the development of attestation. These documents are in the nature of testimonies: the accent is on historicity [...] The 'density' (so to speak) of the Gospel's duration is like that of human life, not the same from star to finish. At first monotonous and full of repetions, it quickens its tempo from the going up to Jerusalem, and still more during the Holy Week. In the Resurrection it attains its sublime climax. All leads up to it. [The Problem of Jesus, Jean Guitton. La paradoja es que un libro que intenta desacreditar la historia de Jesús, de desacralizar la historia de Jesús, me lleva a buscar textos que apuntalan, desde el reconocimiento de la persona y de la misión de Jesús, los dichos y los hechos que nos narran los evangelios. Así, este libro de Guitton como antídoto a El Reino de Emmanuel Carrère. Lo que importa de este fragmento es lo que dice de esos documentos y su conexión con lo histórico, y su apunte sobre la "densidad" de los mismos, su semejanza, en eso, a la vida humana. Esos documentos como atestaciones de aquellos que conocieron a Jesús, o de aquellos que escucharon a otros que lo conocieron a Él. All leads up to itTodo conduce a eso, a la Resurrección, a lo que la modernidad (los modernos), y más aun su post, combaten sin dar tregua con todas sus fuerzas, mente y corazón.  Porque es con la Resurrección (de la carne, como reza el credo católico y el ortodoxo) que lo histórico alcanza su plenitud o, para decirlo con Guitton, su climax sublime, pero la modernidad reduce toda la trascendencia a ese "espíritu" que revolotea dentro de la historia y se devora a sí mismo y se recicla en múltiples ideologías; entonces lo histórico pierde su trasfondo transcendente, y queda confinado a lo eventual inmanente.]

Si el cristianismo posee realmente un significado universal, hemos de afrontar esta paradoja: por una parte, el cristianismo trasciende toda definición histórica de lo que podríamos llamar la esencia de la fe cristiana; por otra parte, esta esencia a su vez sólo podrá encontrarse en determinadas realizaciones históricas [...] es imposible identificar la esencia del cristianismo exclusivamente con una forma histórica o con una determinada definición de la fe cristiana. [...] De aquí se sigue que el cristianismo se mantendrá vivo y será verdadero si cada época se pronuncia nuevamente a favor de Jesús de Nazaret partiendo de su propia relación con Jesucristo. [Jesús. Historia de un viviente, Edward Schillebeeckx. La última oración de la cita se refiere a la misma persona de dos maneras diferentes: una histórica, Jesús de Nazaret, y otra religiosa, Jesucristo, y lo que para cualquiera es una dualidad, aquí es unidad que se alcanza sólo en, y con, la fe. ¿Qué significa pronunciarse a favor de Jesús? Significa aceptar su proyecto de Reino que se explica en las bienaventuranzas y en la narración del joven rico que se acercó a Jesús a preguntarle lo que debía hacer para obtener la vida eterna. En la aceptación de esa propuesta de vida, el compromiso (del) cristiano se realiza históricamente—sale de la sacristía y se instala en la plaza. Pero la aceptación de una propuesta así conlleva una radicalidad que se puede alcanzar sólo desde un acto de fe. Es decir, la renuncia a las aspiraciones incluso más legítimas, desde un punto de vista meramente humano, necesita ese impulso, esa convicción, que se alcanza sólo desde el convencimiento más profundo de que la realidad que nos rodea no es el último acto, desde el reconocimiento de que aquello que no conocemos, pero avistamos, es real. Esa relación entre historia y fe es fundamental para comprender este hoy, este presente tan irreal, en que el proyecto de sociedad y de persona está claramente delineado como un proyecto de consumidores de bienes cada vez más virtuales, más vacíos de realidad. Hoy la historia se enseña como anécdota, no el corpus en que vivimos y que tenemos que ajustar a las necesidades de los seres humanos, a las necesidades materiales y a las exigencias éticas, a la preeminencia de los valores morales. Vivimos en un mundo dogmáticamente pragmático, en que la fe que se "practica" ha sido condensada en una receta para el delirio de la felicidad, una fe que descompromete y desconecta, una fe privatizada y monopolizada, sujeta a la oferta y la demanda, y como no puede ser distribuida justamente provoca neurosis—una sociedad neurótica, ajena, caótica. ¿En cuáles realizaciones históricas podremos encontrar la esencia de la fe cristiana?

Al azar: (Sobre qué clase de poesía vivirá.) Sólo lo que se allega, (apega?) a lo permanente es perdurable: o al espíritu humano, o al espíritu de la Naturaleza.—Eterna poesía lírica.—Ciencias, artes, costumbres—pues esas son notas vivas y graciosas, meros realces de color,—lo que las telas viejas, armaduras para los pintores.—Tómese de cada época lo peculiar y saliente que ella dé, y lo que la caracterice, pero como vestidura de lo permanente.— (...)Siento que todas las nubes de la tierra descienden sobre mi corazón.—Ni mi cuerpo ni mi alma pueden ya resistir este combate por la limpieza en mis afectos que parece imposible de lograr.—[Cuaderno de apuntes 11, Tomo 21, Obras Completas, José Martí, edición de 1975,—Ni que fuera necesario indicar el autor de esos apuntes del mejor de nosotros, que supo ver en el hoy lo permanente. Apunte que necesitaría de una exégesis exhaustiva y competente para adentrarse en la significación profunda de cada sentencia... Dilucidar, por ejemplo, lo permanente y esa insistencia en el espíritu humano o de la Naturaleza en un hombre que, de tan peculiar, impregnó toda una cultura con esa peculiaridad, que ya no podemos abandonar, renegar, a pesar de tanto esfuerzo por "deconstruirlo" y, “deconstruido” él, "deconstruir" no ya una nación o un proyecto de sociedad, sino aquello en lo que la una y lo otro se asientan—un modo de ser y de vivir, una cultura que se quiere proponer como civilización, con unos valores que de tan viejos son siempre nuevos, siempre inalcanzables en su natural pertenencia al reino de la justicia y de la verdad.


Libros sobre mi "mesa de trabajo"—algunos de modo permanente.

Litúrgicas (10)


El mes de noviembre comienza con dos celebraciones muy importantes en la liturgia católico-romana—el primer día del mes, la de Todos los Santos, y al día siguiente, la de los Fieles Difuntos. Dos celebraciones que tienen en común el anonimato, pues no se celebra a nadie en particular, sino la memoria, el recuerdo de todos, o—como se lee en el misal— "los que nos han precedido en el signo de la fe". En esos días se lee el evangelio de las bienaventuranzas (bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia) y aquel otro en que Jesús proclama que Él es el Camino, la Verdad y la Vida, probablemente de los más hermosos pasajes de los libros que narran la vida de Jesús, según dos de sus primeros discípulos, Mateo y Juan, de alguien que parece haber estado cerca del entorno del Maestro, Marcos, y por Lucas, discípulo de Pablo. Pienso, mientras asisto a las misas que recuerdan esas celebraciones, en lo que piensan los que no creen, en cómo es posible creer en todas esas cosas del cielo y del infierno, del purgatorio y de la vida eterna sin que la inmediatez y lo tangible no nos visiten en la forma de la duda. Pienso en los muertos, en todos los muertos, y me pregunto qué será de ellos y si sabrán de nosotros y cómo será la relación entre ellos, si recordarán. Sin embargo, pienso en que es más útil pensar en la santidad como un proyecto histórico, algo que se puede realizar en este aquí y este ahora, que dedicarse a tratar de dilucidar algo que nos sobrepasa. Ambas lecturas pueden ser consideradas, de ese modo, programas de vida—las bienaveturanzas nos dicen cómo debemos ser, sin afeites, de manera directa, y los testimonios de la vida de Jesús nos indican cómo lograr lo que debemos ser, a través de Él. La santidad está en las antípodas de las propuestas culturales de hoy, de la práctica social, y apela a la conciencia del ser humano, porque la supone orientada al bien, dispuesta a la verdad, redimible en su propia pequeñez. La mayoría pensamos en la santidad como un imposible, porque vivimos en un mundo en que las relaciones humanas (y las relaciones sociales de producción) están reducidas a puro genitalismo y vemos la santidad como la negación y la supresión del placer. Resulta curioso advertir que en ninguna de las bienaventuranzas se alude a la conducta sexual de los bienaventurados. En todas ellas resuena la preocupación por el otro y por el decoro de uno mismo; decoro que se manifiesta en mansedumbre, misericordia, limpieza; hay en ellas un llamado a la cordialidad y a la paz, al respeto y a la discreción. No nos es dado conocer ahora la vida eterna, la fe nos convida a la certeza en una vida futura, pero lo importante es trabajar para que el comportamiento histórico de los seres humanos esté cimentado en lo que enuncian las bienaventuranzas. Eso sería lo revolucionario.