Monday, November 19, 2007


Otoño, comentarios sobre democracias

Otoño I

Nuestros intelectuales modernos (y valga añadir de una finísima y sensible alma democrática) no han reaccionado, con esos bríos tremendos que le caracterizan, al “otoño negro” de Pakistán como lo hicieron cuando la “primavera negra” de Cuba, como les gusta llamar a los sucesos acaecidos en Cuba, vísperas de la invasión norteamericana a Irak, durante los cuales setenta y cinco personas, opositores al gobierno cubano, fueron condenados a largos años de cárcel. No han actuado con esa pasión democrática, no han creado blogs para defender a los más de mil quinientos opositores y activistas de los derechos humanos encarcelados después que el presidente Musharraf suspendiera la Constitución y pusiera bajo arresto domiciliario a los encargados de administrar la justicia en el país. Leí un cable de AP, fechado en Islamabad, en el que el periodista describió la situación de la siguiente manera: “El (Gen. Musharraf) suspendió la constitución, expulsó a los jueces que actuaban de una manera independiente, puso una mordaza a la prensa y concedió amplios poderes a las autoridades para reprimir a los disidentes” (“Deposed Pakistan Judge Urges Resistance”, por Robin McDowell, 11/6/2007), no pude menos que imaginar la desesperación de nuestros modernos intelectuales, de nuestros opositores y disidentes exiliados, la de llamadas por teléfonos, e-mails, faxes al Departamento de Estado para saber “qué van hacer los americanos” si una situación similar hubiera ocurrido en Cuba. Mientras tanto el Departamento de Estado y la Casa Blanca han hecho algunas pálidas exhortaciones para que todo vuelva a la normalidad, a que el Gen. Musharraf renuncie a su posición como jefe del ejército y convoque a elecciones. Según funcionarios del gobierno norteamericano, Pakistán es un aliado clave en la llamada “lucha contra el terrorismo” en la cual nos tiene embarcados (y embaucados) la administración del presidente Bush. Todo esto es una coña –nuestros preclaros y democráticos intelectuales exiliados, aunque no dudo de la sinceridad de sus celos democráticos y del empeño por hacer que sus enunciados, se conozcan no tienen ningún interés por el destino de la democracia en Pakistán.

Otoño II

El rey de las Españas tuvo un deja vu -se creyó un monarca absoluto al estilo de Felipe II o Carlos III. Le espetó con real arrogancia un “¿por qué no te callas?” al Presidente Chávez que hizo, y hace, las delicias de los serviles de siempre, de los lacayos de cualquiera. Es una historia antigua esa de pedir a otros que hagan lo que nosotros no podemos, o no queremos, o nos da pánico hacer –ya lo hicieron los sacerdotes, escribas y fariseos judíos cuando le advirtieron a Pilatos que si no condenaba a Jesús no era amigo del César. El rey de las Españas debe guardar su malhumor para los asuntos de casa. Esto sí que lo han aprovechado nuestros intelectuales, disidentes y opositores: artículos, programas de radio y televisión, comentarios, blogs, chistes de todos los gustos. Este ataque a la democracia le ha caído de maravillas, no caben en sí mismos. Ahora, cada palabra, cada acción tomada por el Presidente venezolano les parece oprobiosa, llena de odio… ¿Quién les puede creer en su defensa de la democracia? La seriedad, la honestidad de estos sabihondos y patéticos dizque intelectuales, disidentes y opositores está perdida y, por supuesto, eso los pierde.

Otoño III

Ahora, sí. Estados Unidos derrotó a Cuba en el campeonato mundial de béisbol aficionado. La radio, la prensa, los analistas de todos los oficios están de pláceme: otra victoria del exilio, ganó su equipo, el norteamericano. Y, por supuesto, ellos que se han pasado la vida criticando al gobierno cubano por la manipulación del deporte, hacen lo mismo, y peor: por estar en contra de Fidel, están en contra de Cuba, aunque no lo admitan, aunque no lo griten. Están en contra del socialismo, del proyecto cubano de país, con todas sus insuficiencias y contradicciones; quieren imponer el modelo norteamericano de gobierno, a fuerza de espada y publicidad. Creen en el mercado como regulador de la vida social con la misma firmeza con la que no creen en Dios, con la misma desfachatez con que invocan a Dios. Decididamente, Cuba no es su patria, la Cuba real, sino esa idea (e imagen) largamente adobada en un mejunje sentimental que va despojando la realidad de sus brusquedades y accidentes. Cierto es que hay que repensar la estrategia de desarrollo de ese deporte, pasión nacional, y replantearlo a la luz de las nuevas realidades que vivimos; no hay que vaciar la práctica deportiva de su necesario componente político, porque el deporte, ese deporte, interesa a mucha gente y eso lo hace político. La politiquería del exilio no mira la mercantilización del deporte a nivel mundial como un acto político, como una estrategia más de dominación del gran capital sobre los pueblos; ahora el sano orgullo nacional, alegre o triste ante las victorias o fracasos de los equipos deportivos cubanos es un acto, según ellos, de “contubernio con la dictadura”. Yo quiero que Cuba gane siempre. Que sus artistas, deportistas, científicos, la gente común y corriente gane siempre. Creo que en el contexto de una sociedad en la que el mercado dicte las normas de convivencia (la tan socorrida “sociedad civil democrática” que añoran para Cuba) es el peor de los escenarios posibles para el desarrollo social basado en valores éticos.