Friday, May 20, 2011

La excepcionalidad del estado (norteamericano)

Una orden emitida por un gobierno o sus agencias es razón suficiente para hacer que consideraciones de tipo moral o jurídica carezcan de relevancia a la hora de evaluar la misma. Esa, al menos, es la propuesta inicial del ensayista cubano Rafael Rojas en un escrito sobre la muerte de Osama bin Laden durante una operación comando del ejército y agencias de inteligencia norteamericanas.


Según Rojas, son las razones de un gobierno las que hay dilucidar para formarse una opinión válida sobre las acciones del mismo. La actuación del gobierno norteamericano, que el autor reconoce como” incoherente con el derecho internacional”, en el caso del ataque comando a la residencia de bin Laden y su consecuente muerte tiene sus propias razones al margen si el acto mismo no está de acuerdo con la moral ni el derecho; cabría entonces preguntarse cuáles son las razones por las que Washington se niega a reconocer en el terrorismo islámico un ejército regular y la negativa a firmar el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional para así seguir con la lógica que el autor está tratando de establecer. Si Washington usa su ejército regular, con armamento convencional y de alta tecnología, conduciendo operaciones militares encubiertas o no en las que hay bajas civiles y de militantes islámicos entonces se puede colegir que un gobierno civilizado tiene que conceder ciertos derechos, previamente reconocidos por el derecho internacional, a los enemigos; de otra manera, no se debe usar el ejército regular para la efectiva ocupación de territorio extranjero y se debe proceder a través de operaciones encubiertas de inteligencia para lograr el fin deseado; además este proceder ahorría considerable cantidades de recursos de todo tipo y vidas humanas. En cuanto a la negativa a firmar el Estatuto de Roma, la situación se vuelve más compleja y culposa. Revisando de manera rápida los estatutos de la Corte Penal Internacional se puede percibir la ilegalidad no solo del acto en el cual bin Laden resultó muerto sino de todos los conflictos armados en los cuales el ejército regular de los Estados Unidos está envuelto en una capacidad u otra. No es la “resistencia” a firmar el Estatuto, es la negativa rotunda a firmarlos lo que pone en evidencia la actuación moral y de acuerdo a derecho del gobierno norteamericano.

Rojas admite que bin Laden hubiera podido ser juzgado en la Corte Internacional por cualquiera de los delitos reconocidos por ella o por una corte norteamericana pero que para ello debía ser previamente reconocido como un “enemigo regular” y ahí viene el paralelo con el Che Guevara, justamente atribuido a Jon Lee Anderson en The New Yorker quien señala que “Ernesto Che Guevara (…) was no terrorist”, pero que Rojas no se molesta en citar in extenso dejando la ecuación bin Laden = Che Guevara como de la total responsabilidad de Anderson y haciendo la tan deplorada por él y otros ensayistas concesión ideológica, esa que convierte a un intelectual libre en uno oficialista, siempre según el código anticastrista. La escritura neutral a la que parecen aspirar ciertos autores se deshace y se revela la plataforma ideológica sobre el que el discurso está montado. Ahora, si se quiere reivindicar la figura del Che Guevara como un legítimo luchador entonces se incurre en la ideologización de la historia, en el contubernio con el poder, etc.

Entonces entra la oración, la sentencia, fundamental del escrito sobre y alrededor de la cual el resto sería como carne sin hueso: “La racionalidad que ha guiado al gobierno de Estados Unidos se coloca, no sin razones, fuera de la normatividad establecida por el derecho internacional.” El subrayado es para resaltar lo que parece ser un oxímoron y que se pudiera leer como una “racionalidad con razones” y deducir entonces lo que podríamos llamar como una “racionalidad sin razones”. Así que la superpotencia militar, el país líder de la comunidad internacional, “no sin razones”, puede estar al margen de la ley sin esperar represalia alguna, sin que haya condena alguna, más bien aquiescencia y mucha comprensión dada la excepcionalidad de las víctimas de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001; porque según la lógica del autor hay víctimas y víctimas: víctimas “únicas e irrepetibles” y víctimas indiferenciadas y repetibles ¿cuáles serán estas? ¿acaso las 73 personas del vuelo CU-455?; víctimas “cuya vindicación exige la propia excepción de la ley” y otras no. Será por ello que el gobierno cubano nunca actúo para eliminar físicamente a Bosch ni a Posada Carriles contra los cuales hay más evidencia, de todo tipo, de su responsabilidad en la voladura del avión de Cubana de Aviación en pleno vuelo en el ya lejano 1976 que contra Osama bin Laden y su autoría intelectual en los ataques contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington así como los victimas del otro avión que cayó en Pensilvania. A continuación de tan descabellada justificación, la cita intelectual, la que hace fina e inteligente esa “racionalización” de lo ilegal y de lo inmoral: “La víctima como criatura excepcional es, precisamente, uno de los temas del magnífico libro La ética ante las víctimas (2003), que coordinaron los filósofos españoles José María Mardones y Reyes Mate.

Sin poder evitar llamar por su nombre pero bautizándolo, Rojas en el último párrafo se refiere a la “excepcionalidad hegemónica” de los Estados Unidos que le da carta blanca para hacer y deshacer a su antojo e intereses sin tener que rendir cuentas a nadie y, a la vez, su “pertenencia a una civilización universal” cuando el gobierno de ese país se niega a mostrar las fotos del muerto para no “herir sensibilidades”. La exposición de las “razones” del gobierno norteamericano para su comportamiento nada apegado a la moral ni al derecho queda reducida a ese ingenioso invento de “excepcionalidad hegemónica”, invento que nadie más comparte y que parece Rojas le asigna en virtud de ser la democracia más antigua del mundo.

El artículo para el blog “Libros del crepúsculo” en el que Rojas reseña libros y autores fundamentalmente, nos trae esta pieza como cuña colada a la cañona y en el que el canónigo Rojas nos deja entrever como se construye un discurso oficialista, sumiso al poder, sin el menor pudor, con mucho sofisma y, si se puede, añádale una onza de cultura. Porque, ¿qué escribiría un autor como él si el gobierno de Cuba hubiera enviado un comando a Miami y matado a todos los que tenían cuentas pendientes con la justicia o con el pueblo cubano? ¿cuál hubiera sido la reacción de los Estados Unidos y eso que llaman comunidad internacional?

Nota: "La excepcionalidad de la victima" http://www.librosdelcrepusculo.com/

Wednesday, May 18, 2011

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Alguien dice "soy de izquierdas" (es verdad que suena medio gallego como le decimos los cubanos a todo lo que viene de la península ibérica) y todos los ojos y los oídos postmodernos miran y escuchan y no le pueden dar crédito a lo que han mirado y escuchado; sobre todo si a esa condición postmoderna, ya de por si sui generis, se le añade la de ser cubano, el descrédito (y el desprecio) pueden ser aún mayores. Según nuestros más cotizados intelectuales ese discurso "de derechas y de izquierdas" está más que sobrepasado, es demodé y no se ajusta a un mundo que ya se sacudió esas impudicias totalitarias del nazi-fascismo y el comunismo, dejándole brecha abierta a la democracia liberal, ese suculento plato político aderezado con economía de mercado y libertades políticas que se sirve ni muy frío, ni muy caliente, para que se avenga a todos los gustos, aunque sea con resignación.

Fukuyama y su fin de la historia -claro, se buscan apoyaturas más sólidas, rigores más complejos pero al final de lo que se trata es que dentro de la democracia liberal todo, contra ella, nada. El "sistema" no puede sufrir avería estructural alguna; no se le puede dejar de suministrar sus grandes dosis de ganancias a los que detentan más de la mitad del total mundial de riqueza producida; no puede haber amenazas serias contra los veladores (y valedores) de los paradigmas y virtudes de la vieja Cristiandad; en pocas, y otras palabras, el modelo político y económico capitalista es insuperable históricamente: los valores que promueven son de carácter universal y apuntan a la esencial felicidad que todo ser humano debe procurar y procurarse. Pero la realidad siempre terca que decía Unamuno se dedica a deshilvanar ese lienzo tan preciosamente tejido: la crisis financiera y económica, las guerras de rapiña, las manipulaciones mediáticas, el consumo desmedido, los daños ecológicos, el cambio climático todo eso parece indicar que hay que pensar muy seriamente en cambiar las reglas del juego, aunque ello signifique cambiar el sistema. Esos cambios se producirán de manera consensual o no pero son inevitables –esos cambios son lo que en la moral kantiana se conoce como un imperativo categórico, porque de ellos depende la posibilidad no solo histórico-social, sino natural de la vida humana.