Friday, May 25, 2012

Bautizo

Tengo nuevo nombre, amigo interpósito, Kinch, the fearful Jesuit. Al fin se despeja K, K de Kinch. Comentarios de Kinch, the fearful Jesuit.

Thursday, May 10, 2012

Apuntes sobre el cardenal Ortega y mediaciones

Si el cardenal Ortega no hubiera dicho que los ocupantes de la Iglesia de la Caridad en La Habana, previo a la visita del Para Benedicto XVI, eran “antiguos delincuentes”, “gente de poca cultura” y “algunos con trastornos psicológicos”, los virtuosos y solidarios blogueros de la diáspora cubana, los intransigentes exiliados de Miami y cuanto escribidor y locutor de las más variadas “escuelas” (rabiosos liberales, autorizadas voces moderadas y neocons) hubieran encontrado motivos y ocultas agendas en él para criticarlo, insultarlo y tratar de desacreditarlo.


La política tiene su lenguaje y sus maneras. Las sutilezas de la política abarcan el lugar desde el que se enuncia, los actores que enuncian y lo que se enuncia. El cardenal Ortega está desde hace muchos años sometido a un requisaje exasperante –las presiones que se le ponen desde los círculos de la disidencia y oposición tanto dentro como fuera de Cuba son inmerecidas; el cardenal, que no solo es pastor de una iglesia diocesana, sino figura política en un ámbito complejo, se ha empleado a fondo para proveer aliento en la fe y lograr espacios sociales para la iglesia y los creyentes. Esta decisión suya de insertar su apostolado en el preciso y real contexto en que los católicos cubanos tienen que vivir su vida de fe y eclesial no ha contado con el apoyo filial de los que pretenden ser jueces imparciales desde su no compromiso, o desde la falsa piedad, o amparado en el sacrosanto derecho a opinar lo que se le venga en ganas sin responsabilidad alguna.

Los que en un grado u otro, con mayor o menor influencia, dibujan el rostro de la emigración cubana no quieren ver ningún tipo de compromiso con las autoridades cubanas. Para ellos todo lo que pase, aún desde muy lejos, por el gobierno cubano es sospechoso o denigrante, o ambas cosas. Lo decisivamente claro en todos estos nacionales exiliados o comentaristas foráneos es su objetivo de cambio de régimen en Cuba provocado desde afuera, no como consecuencia de un proceso interno de cambios: que no quede nada, ni nadie que recuerde estos últimos cincuenta y tres años. ¿Quiénes serán los lacayos? ¿El cardenal Ortega que trabaja y promueve un cambio de actitud, mentalidad e institucionalidad desde el respeto y apego a la decisión soberana de su país de buscar soluciones propias a problemas propios? ¿O los que promueven o desean un cambio de la mano del Departamento de Estado (o de Defensa) de los Estados Unidos?

La decisión política soberana de la nación cubana de construir un modelo de sociedad diferente -y por diferente, alternativo- al capitalismo liberal, a la democracia representativa y a la economía de mercado es el óbice verdadero para que el gobierno norteamericano y sus adláteres de origen cubano de la emigración considere algún tipo de negociación que abra el camino a la normalización de relaciones entre los dos países vecinos. (Sería absurdo que el gobierno cubano condicionara esa normalización a la exigencia de un cambio de régimen en los Estados Unidos).

La posición del gobierno norteamericano frente a Cuba pasa por la preservación de los intereses fundamentales del modelo socio-económico liberal-burgués: todo lo que amenace la existencia histórica de ese modelo debe ser suprimido de forma radical. La lucha entre los ancien regimes y los nouvelle regimes no es un escenario nuevo en la historia de la civilización humana; y es una lucha denodada y cruenta. Sin embargo, los logros de la humanidad en la formación de una conciencia ética deben impedir el uso de la fuerza y la violencia indiscriminada contra la población civil en la resolución de los conflictos y las diferencias –esto es, se debe abolir el terrorismo; terrorismo que ha sido utilizado, desafortunadamente, por más de una administración norteamericana y gobiernos europeos contra cualquier movimiento social o político que entrañe riesgos para la supervivencia del modelo capitalista de sociedad.

La actuación pública del cardenal Ortega ha estado orientada a influir para que el gobierno de Cuba garantice espacios sociales e institucionales inclusivos y a que el marco jurídico-legal esté regulado por la serenidad y la compostura. El cardenal Ortega ha entendido provechoso usar la influencia que se deriva de su investidura para influir en gobiernos extranjeros y contribuir a bajar la presión sofocante que se ejerce sobre Cuba desde los centros de poder, desde Estados Unidos y Europa. Estas mediaciones políticas, tanto de cara al gobierno cubano como a los gobiernos norteamericano y europeos, tienen la finalidad de crear un clima propicio para el desarrollo de una sociedad más inclusiva y en la que los valores tradicionalmente defendidos por la iglesia puedan ser efectivamente practicados. Las mediaciones políticas del cardenal Ortega han sido efectivas, al menos para el pueblo cubano, que es lo más importante: los presos han sido liberados, la tensión social en torno a la práctica religiosa apenas existe, la tolerancia institucional parece ser la norma, los controles económicos parecen estar cediendo, los espacios educativos propios de la iglesia van apareciendo de manera novedosa.

Cuba sigue siendo una sociedad en condición crítica en materia económica, con un ordenamiento político que tiene que renovarse y una irregularidad de la vida civil que crea ansiedad. La iglesia en Cuba ha sido en todos estos años espacio de acogida y encuentro para todos los cubanos; sus pastores han estado del lado de los débiles, de los enfermos, de los presos; los jóvenes y niños han encontrado motivación y esperanza, y los ancianos, consuelo y protección. Una iglesia al servicio de todos, no de una parte. Como toda institución, la iglesia en Cuba está atravesada por contradicciones y conflictos, pero su hoja de servicio al pueblo y a la nación cubana nunca antes había sido tan notable. De este proceso político que comenzó en 1959, la iglesia católica en Cuba saldrá fortalecida como institución social y como comunidad de fe.

Wednesday, May 09, 2012

Cuentas pendientes (conmigo mismo) 4/27 – 4/30

Ciertamente abril es un mes cruel, y éste lo fue de manera sustantiva.




Visita pontificia

La alharaca, para no decepcionar, fue lamentable en Miami, la ciudad espejo, la que vive a la saga no solo de la historia y la realidad, si no de la más elemental cortesía y generosidad. No es justo que en “el saco Miami” caigan un número de personas que viven honradamente en Miami con sus dolores y sus desgarros, sus pequeñas alegrías y consuelos; esas personas decentes de Miami no son responsables del desparpajo, la indecencia y la insolvencia ética. Por lo tanto, Miami no podía celebrar, regocijarse un poco con el pueblo cubano, es demasiado para estas victimas que viven en opulencia, que practican la exclusión y se pasean por los salones exhibiendo sus heridas, falsas o verdaderas. Pero, “la verdad de la cosa” es que Miami no hace la política cubana, excepto la que se planifica en Washington, no es factor decisivo, es solo una realidad política a tomar en cuenta en ciertas decisiones de la política doméstica y exterior cubana

La visita de Benedicto XVI a Cuba fue una visita eminentemente pastoral y tuvo desde luego su costado político. La visita de Juan Pablo II fue una visita de una gran significación política y como toda visita papal tuvo una dimensión pastoral. Dos visitas, dos momentos distintos, dos acentos diferentes. La dimensión pastoral y la política presentes en ambas visitas como siempre ocurre a cualquier lugar los obispos de Roma viajen. Las personas que viven en Cuba cualquiera sea su extracción social y su procedencia política resultaron beneficiados directamente con estas visitas. La nación cubana también se benefició. Ambas visitas constituyeron momentos de frescura, de aliento, de reencuentro para todos, menos para los cubanos que vivimos en Miami. Para nosotros fueron, ambas visitas, momentos de amargura, de rompimiento, de chabacana oposición, de evidenciar la falta de capacidad política para maniobrar en situaciones delicadas y que incluye actores políticos diversos. Hace ya muchos años que el objetivo de provocar la destrucción de la revolución cubana, aunque no se ha renunciado a él, se postergó por el del control de una comunidad para asegurar capital político y riqueza económica.

La visita pontificia sucedió y esta vez sí se organizó una peregrinación desde Miami, a pesar de la gritería de la chusma.



Román

Otra eclesiástica. Monseñor Agustín Román falleció unas semanas atrás. Murió dicen que como quiso: trabajando. Lo encontraron en su automóvil cuando al parecer se dirigía a la Ermita de la Caridad a dar una charla. Una muerte envidiable: rápida, sola, segura. Fue sin duda alguna quien acompañó a los exiliados de Miami. Nunca hizo ni dijo nada que se apartara un milímetro del discurso oficial del exilio ni que molestara la sensibilidad política de los exiliados. Creo que su fidelidad al exilio sobrepasó a su fidelidad al menos a una parte de la doctrina católica; por ejemplo, cuando el menor de edad Elián González fue literalmente secuestrado por familiares con la intención de retenerlo en Miami lejos de su padre natural, calló. Frente a la clarísima doctrina de la Iglesia que concede el máximo de responsabilidad y autoridad a los padres sobre los gobiernos y otros familiares, a no ser que se pruebe la incapacidad de los mismos, calló. Para no molestar al exilio… él era su pastor. Nunca habló del terrorismo en Miami; sí, de eso, del uso de la violencia para aterrorizar a la población civil: hábito del exilio de Miami. Echó su suerte con los exiliados de Miami y ente ellos obró milagros: construyó una ermita dedicada a la patrona de Cuba con un mural que ilustra una curiosa historia de Cuba, una muy particular historia de Cuba. Cuenta el Cardenal Ortega que en unas de sus primeras visitas, Román le dijo, o le pidió, que no mencionara la palabra “reconciliación” en sus alocuciones públicas. Asumiendo la veracidad de la anécdota, ésta lo retrata de pies a cabeza: sabía lo que había con el exilio de Miami y lo callaba para no molestar… En fin, él era su pastor.



Monseñor Jaime

Y todas estas “cuentas pendientes” vinieron al caso por la reacción a las palabras del Cardenal Ortega en el Instituto Kennedy de la universidad de Harvard. Los patriotas y católicos de Miami quieren canonizar a Román y demonizan a Ortega. Otro ejemplo de cuán grande es el amor y el respeto del exilio de Miami por Cuba y su pueblo. Todo lo que sea de Cuba o todo el viva en Cuba y no diga y comulgue a pie juntillas con el credo del exilio de Miami, anatema sea! El cardenal dijo que los que ocuparon un templo en La Habana eran “antiguos delincuentes, con escaso nivel cultural” y la avalancha de insultos abiertos y solapados no se hizo esperar. En cuanto a los disidentes u opositores que desde Cuba hablan para la radio cubana de Miami, solo hay que escuchar algunos de ellos, como también hay que escuchar a los que los entrevistan desde Miami: los modales, las maneras, las inflexiones de la voz, todo lleva a pensar en una persona mal educada, con poca lucidez. Los de aquí usan a cierta gente de allá, los hacen protagonistas por un tiempo y después los botan [quien se acuerda ya de la madre de Orlando Zapata, ni siquiera de él hablan ya]. El cardenal opinó sobre el carácter de los ocupantes del recinto eclesiástico, no descalificó a quienes asumen una posición de disidencia u oposición. La iglesia no está para expedir certificaciones de buena conducta o avales políticos a nadie, ni oficialidad ni oposición. La iglesia debe propiciar un orden social de respeto y tolerancia donde la población goce de los derechos humanos básicos y cumpla sus deberes ciudadanos a partes iguales. Ese es el trabajo que Monseñor Ortega ha desplegado a lo largo de su episcopado, trabajar por la armonía y la concordia, la reconciliación y la paz social. Ese trabajo no está exento de riesgos, de manipulaciones, de malentendidos, de suspicacias y el cardenal Ortega ha asumido todo eso a fin de conseguir el bienestar del pueblo y de la nación cubana, no de un sector que se dedica a sabotear (literalmente) todo lo que no satisfaga sus intereses y sus más inconfesables deseos, rendir por hambre y desesperación al pueblo (y al gobierno) que no pudieron derrotar con las armas.

Más allá de las simpatías o antipatías personales, el gobierno eclesiástico del Cardenal Ortega no sólo ha tenido un valor político instrumental en la ampliación del espacio social de la Iglesia Católica, sino que ha sostenido una praxis pastoral que ha abierto el espacio eclesial a la población en general.