Friday, November 03, 2006

Tres pinceladas (tópicas) y otros brochazos políticos de Miami

I

La columna de Pablo

En una columna escrita por Pablo Alfonso y publicada en edición de domingo, el periodista nos cuenta cómo sucedieron los hechos que él mismo describe como “dolorosos, tenebrosos y tristes*”. Nos participa de la ironía (y suelta una frase memorable: “La historia tiene sus tiempos irónicos”) de que haya sido despedido cuando se cumplen años, veintisiete, de su llegada a los Estados Unidos “como refugiado político (…) Directamente desde las prisiones castristas donde había cumplido ocho años de una condena de 20 por conspirar contra los poderes del Estado''. Pedigrí completo, pura raza. Entonces, ¿cómo es posible que le acusen de que le paguen para que hable, teorice, escriba contra Castro y el castrismo y contra todo lo (o el) que se parezca?

Indignado, Pablo escribió una columna digna de superiores destinos y no una página El Nuevo Herald dominical. Me imagino esa columna parte de una antología de la oratoria republicana seleccionada y prologada por Carballido Rey o por H. Zumbado. Hay un momento en la columna en lo que lo lacrimógeno se asocia con lo gaseiforme y se produce un efecto rosa: “Yo pudiera aceptar los términos de esta susodicha ''amnistía'' que se nos ofrece para retornar a El Nuevo Herald. Pero llevaría por siempre en mi conciencia el estigma de un yugo impuesto por necesidades materiales, por una parte, y por la complacencia de lo ''política y comercialmente correcto'' por la otra. […] No nací ni he vivido hasta ahora para eso. Esta infamia que se publicó contra nosotros no debe terminar aquí. Requiere de la dirección de Miami Herald Media Company una declaración pública, una decisión editorial que deje bien claro, sin lugar a dudas, que mi credibilidad profesional, como periodista, está totalmente reconocida.” Entonces, un espectro me visita, un espectro en forma de doctora con uñas largas, un espectro que desde Costa Rica aseguraba que Fidel Castro tenía no sé qué cáncer en fase terminal y estaba a punto de morir, eso fue por allá por los noventa y pico, y este mismo Pablo desbordó su columna con las uñas de la doctora y aquello fue tremendo, y reportajes van y vienen, y la gente de la radio con su perenne micrófono abierto, y casi todos haciendo las maletas. Y entonces, entonces se descubrió que las uñas no eran de ninguna doctora, sino de una timadora profesional, enloquecida, que había hecho palidecer de envidia al mismísimo Lazarillo de Tormes con sus sonadas fortunas y adversidades. Entonces, Pablo, el ínclito e irreductible periodista, no dijo ni esta boca es mía, no pidió ni auxilio y se quedó calladito para ver si todo pasaba desapercibid y a “los lectores de esta columna de aquí, allá y acullá” y a “los entrañables colegas de la redacción de El Nuevo Herald”, que los fulmine un rayo. Así que le da una rabieta moral porque dicen públicamente que ha cobrado la friolera de $175, 000 en cinco años del contribuyente norteamericano por hablar mal de Fidel Castro, de la Revolución y de Cuba pero no le tembló el pulso cuando se dejó embaucar y embaucó a medio pueblo con una doctora que por ser falsa hasta las uñas las tenía también. Nada que San Nicolás también se exilió.

II

“Real Time with Hill Maher” o “Who is Ileana Ross-Lethinen”

Hace unas semanas me aburría frente al televisor y sintonicé distraídamente uno de los canales de HBO y vi, ¡oh sorpresa mediática! a Ileanita, como le dicen sus constituents, en compañía de dos prominentes republicanos, cuyos nombres se han extraviado en mi desgastada memoria, además del anfitrión, Bill Maher, y el actor Robin Williams. Hasta ahí, curioso nada más. Me puse a escuchar con un poco más de atención cuando Robin Williams le dijo a la representante federal cubano-americana, Ileana Ross-Lethinen, que esa noche ella se había ganado el voto de los homosexuales a lo cual ella respondió con la sonrisa siempre pálida, siempre dulce, de un care bear.

Entonces si que me interesó ese talk show. ¿Qué Ileanita, la siempre conservadora, se ganará el favor hecho voto de las lesbianas y de los gays? Cosas de la vi(d)a electoral. Seguí escuchando, ahora con embullo, a lo mejor se apeaba con algo contra el embargo o contra la actual política de regulaciones de viajes de los EE. UU hacia Cuba. Quién sabe. Después de mostrar sus simpatías y comprensión hacia la comunidad homosexual, cualquier cosa es posible. Además, tanto Bill Maher como Robin Williams dijeron pestes de George W. Bush, se burlaron de él, lo cocinaron a base de chistes y descalificaciones, y ella reía, se carcajeaba de lo lindo, y movía su cabecita como diciendo “qué gente esta”.

Dos comunidades, dos discursos. Hacia la comunidad cubana: uno bien duro, sin sonrisas, como de duelo siempre, con la cara contrita y la palabra libertad usada como interjección evangélica. Ser republicanos, conservadores y católicos, asistir a misa dominical, ayudar a los exiliados siempre que reciten el credo anticastrista (compuesto por Monseñor Román y ratificado por la cofradía de líderes espirituales del exilio), repartir el tiempo entre un desembarco imaginario y un micrófono abierto, esas son algunas de las contraseñas del verdadero exiliado, del exiliado histórico, del exiliado que representa tan dignamente Ileanita en el Congreso federal. Quisiera saber qué dirían sus votantes si la ven en ese programa de televisión. Pero ella, consumada y astuta política, sabe que sus votantes no saben inglés, por lo general, y que no ven televisión por cable porque no les alcanza lo que le da el social security ¡y las medicinas están muy caras, mi’ja! Hacia la comunidad anglo, se pueden hacer algunas condescendencias, al final, ellos son los dueños de la plaza; tienen, piensa Ileanita, una mente más abierta, menos acomplejada. Y así nuestra combativa representante federal se presentó en la televisión americana, abierta, desacomplejada y hasta con cierto sentido del humor. (Si los compañeros de la Mesa Redonda la ven, hasta la podrían felicitar). Toda esa seriedad y contrición, ese apego a las tradiciones democráticas, ese perfumado trasiego de rostros equívocos, de bondades como sonrisas efímeras, no son más que entelequias para mantener anestesiado a este cuerpo desgajado que caduca entre el analfabetismo político, la falta de imaginación y la contumacia.

III

Otros brochazos

· Hace casi un mes una radio emisora de Miami, WQBA –que ha pasado de ser La Cubanísima a La Voz de Miami-, y que en su vida de cuarenta años ha tenido como locutores a lo que más vale y brilla de la sociedad de la comunidad radiofónica exiliada, dio un notición de última hora en la voz de su más amarillo presentador de noticias, Daniel Torres, con su acostumbrado bocadillo de “la única emisora de Miami (…) con precisión y detalles”. Según Torres, una de las últimas joyitas de la prensa exiliada, mil doscientos médicos cubanos destacados en Bolivia habían pedido asilo político (todavía oigo esa musiquita de fondo en las noticias de última hora, como un martilleo regular: tara ta, tan, tara ta, tan), lo cual resultó falso a la postre. Pero nada de disculpas, ni de rectificaciones. Lo dejaron todo así, como si nada. Total se alimentó la fantasía anticastrista de una deserción masiva de los esclavos de la isla (huevos a la anticastrista) y nadie resultó lesionado. ¿Qué la verdad, la realidad? y ¿quién le preocupa eso?

· Estamos a una semana de las elecciones legislativas de noviembre (2006). Hay que oír la radio de por acá: babaliconería en bandeja: del peor gusto a la mentira mas flagrante. Hombres y mujeres dedicados y entregados a servir el prójimo, buenos muchachos, chicas bien casadas, incansables y honestos servidores públicos son algunas de las lindezas que se auto-dedican estos apóstoles de la democracia. Estoy por comunicarme con el Prefecto del dicasterio romano que tiene que ver con la introducción de causas de canonizaciones y comunicarle la gran cantidad de candidatos que bien pudieran merecer que les echen una ojeadita; Benedicto XIV no sabe el enjundioso traspatio de santos y beatas que tiene en Miami. (No hay más que escuchar a Radio Paz y a su director el cute P. Alberto Cutie –seguro que si lee este comentario exclama entre patético y comprensivo, “Si hablaron mal de Nuestro Señor…” y deja escapar un largo suspiro mientras que a su mano derecha se le dibuja una bendición con dedos caídos y todo).

· Un artista norteamericano -cuyo nombre me interesa aprenderlo menos que aprender a pronunciar correctamente, en inglés, Popeye- acaba de concederle al exilio cubano en la persona del denodado luchador anticastrista Carlucho una estatua de Fidel Castro para que la incineren –una vez más, ni siquiera imaginación simbólica tienen. Resulta que este artista esculpió la estatua de Fidel para que los residentes de Harlem la expusieran en el Parque Central de Nueva York y honrar así al presidente cubano como campeón de los derechos civiles (idea que no me satisface, no porque crea que Fidel Castro no merece reconocimientos, sino porque me disgusta esa cosa americana de campeón de esto, campeón de lo otro, una suerte de infantilismo que lo recorre todo, lo vulgariza todo). Carlucho -quien reveló que ésta había su primera experiencia de democracia, aleluya, gloria a Dios- micrófono en mano inició esta cruzada, con su vocecita atropellada, concitando a sus oyentes a llamar y éstos llamaban y explotaban en llanto o en insultos que para cierto tipo de cubano es lo mismo cuando se refieren al país donde nacieron. Y el artista norteamericano, conmovido, quiere que incineren su obra en Miami. Para él es un final glorioso: su obra en llamas, un performance en sí mismo. Para los cubanos de Miami otra escenita de celo patriótico, otra perreta.