Tercer Domingo de Cuaresma (nunca es tarde si la penitencia es buena)
He recibido un mensaje del leal J. (me antecede en todo, incluso en la inicial del nombre). Me exhorta a hacer penitencia, dado mi propósito de año nuevo roto, en esta cuaresma que ya se adentra en su tercera semana. Me invita a abstenerme de mis comentarios sobre Miami, su gentuza y disparates. Acepto. Ya (casi) lo escribí: más vale tarde que nunca. Pero pido una excusa, una venia, un solo pecado más. Permiso para pecar, una vez más y ya, finito. En lo adelante será todo abstención de esta hojarasca, hasta la pascua florida.
Mi pecado consistirá en escribir de Fidel Castro. (Eso es ya pecado venial, si se quiere). Escribiré en buen tono, de buen grado: pecado grave. [Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, ¿no es verdad?] Resulta que Fidel Castro habló con Hugo Chávez Frías el pasado veintisiete de febrero. Treinta y dos minutos. Una conversación amistosa, casi intrascendente, salpicada de algunos de algunos comentarios interesantes. Fidel habló de su salud, que sentía mejor, que estaba estudiando. Se intercambiaron lisonjas y piropos: agasajos mutuos, cosas de amigos. Chávez, siempre espontáneo, ligero. Fidel, cordial, didáctico.
Al siguiente día, Miami estaba más fuera de sí que de costumbre. Las liendres se soltaron y una picazón de mil diablos recorrió el manicomio (libre) de América. Las emisoras radiales transmitieron apenas un par de minutos e la conversación –la parte casi final de la misma en la cual Fidel confiesa sentirse mejor. No se refirieron a la parte más sustantiva e esa conversación en la Fidel le apuesta a Chávez que le va a dar una noticia que él (Chávez) no sabe. Dísele Fidel que la Bolsa de Valores de Shangai se acababa de desplomar nueve puntos porcentuales: una verdadera debacle, asegura Fidel. (Lo real existe, Braudillard no).
¿Habrá acaso Fidel llamado a Chávez para darle esa noticia? Las transmisiones de Miami dejaron a un lado la parte más importante de la conversación: Fidel sigue siendo el político avezado, cuya percepción de la realidad política está restablecida, si es que estuvo debilitada alguna vez: los muertos de vos matasteis, gozan de buena salud.
Las geishas del exilio y de la disidencia lloraban, “porque el pueblo cubano es el último en enterarse”, sollozaban, sollozan, quieren tanto al pueblo cubano, ellos que se la pasan abogando por crear más dificultades. Repiten que el pueblo cubano, después de tantos años de sometimiento, carece de toda virtud. ¿No será oposito per diámetro, al decir ignaciano? La cultura política adquirida les permite adivinar el rostro de estos charlatanes, oposición de café con leche.
He pecado, lo sé. Leal J., vivir en Miami es ya, en sí, una penitencia: ésta, mi ya larga estadía, es un infierno adelantado: el infierno en la tierra baldía de este vitriólico Miami. Aún así, te prometo, J., abstenerme de estos comentarios por lo que resta de cuaresma. Me dedicaré a más subidos temas, a consignar pérdidas, olvidos, maneras dignas de irse apagando.
Un abrazo florido,
K.
He recibido un mensaje del leal J. (me antecede en todo, incluso en la inicial del nombre). Me exhorta a hacer penitencia, dado mi propósito de año nuevo roto, en esta cuaresma que ya se adentra en su tercera semana. Me invita a abstenerme de mis comentarios sobre Miami, su gentuza y disparates. Acepto. Ya (casi) lo escribí: más vale tarde que nunca. Pero pido una excusa, una venia, un solo pecado más. Permiso para pecar, una vez más y ya, finito. En lo adelante será todo abstención de esta hojarasca, hasta la pascua florida.
Mi pecado consistirá en escribir de Fidel Castro. (Eso es ya pecado venial, si se quiere). Escribiré en buen tono, de buen grado: pecado grave. [Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia, ¿no es verdad?] Resulta que Fidel Castro habló con Hugo Chávez Frías el pasado veintisiete de febrero. Treinta y dos minutos. Una conversación amistosa, casi intrascendente, salpicada de algunos de algunos comentarios interesantes. Fidel habló de su salud, que sentía mejor, que estaba estudiando. Se intercambiaron lisonjas y piropos: agasajos mutuos, cosas de amigos. Chávez, siempre espontáneo, ligero. Fidel, cordial, didáctico.
Al siguiente día, Miami estaba más fuera de sí que de costumbre. Las liendres se soltaron y una picazón de mil diablos recorrió el manicomio (libre) de América. Las emisoras radiales transmitieron apenas un par de minutos e la conversación –la parte casi final de la misma en la cual Fidel confiesa sentirse mejor. No se refirieron a la parte más sustantiva e esa conversación en la Fidel le apuesta a Chávez que le va a dar una noticia que él (Chávez) no sabe. Dísele Fidel que la Bolsa de Valores de Shangai se acababa de desplomar nueve puntos porcentuales: una verdadera debacle, asegura Fidel. (Lo real existe, Braudillard no).
¿Habrá acaso Fidel llamado a Chávez para darle esa noticia? Las transmisiones de Miami dejaron a un lado la parte más importante de la conversación: Fidel sigue siendo el político avezado, cuya percepción de la realidad política está restablecida, si es que estuvo debilitada alguna vez: los muertos de vos matasteis, gozan de buena salud.
Las geishas del exilio y de la disidencia lloraban, “porque el pueblo cubano es el último en enterarse”, sollozaban, sollozan, quieren tanto al pueblo cubano, ellos que se la pasan abogando por crear más dificultades. Repiten que el pueblo cubano, después de tantos años de sometimiento, carece de toda virtud. ¿No será oposito per diámetro, al decir ignaciano? La cultura política adquirida les permite adivinar el rostro de estos charlatanes, oposición de café con leche.
He pecado, lo sé. Leal J., vivir en Miami es ya, en sí, una penitencia: ésta, mi ya larga estadía, es un infierno adelantado: el infierno en la tierra baldía de este vitriólico Miami. Aún así, te prometo, J., abstenerme de estos comentarios por lo que resta de cuaresma. Me dedicaré a más subidos temas, a consignar pérdidas, olvidos, maneras dignas de irse apagando.
Un abrazo florido,
K.