Año nuevo, desgracias viejas: desde los últimos días de 2008 hasta la fecha el gobierno israelí ha desatado una ofensiva contra los palestinos de la Franja de Gaza de [des]proporciones históricas. El pretexto esta vez es que Hamas, la organización política y militar que gobierna en ese territorio, bombardea con fuego de mortero asentamientos judíos del sur de Israel. Algunos analistas piensan que el objetivo real de esta acción del gobierno israelí es sacar de circulación política a Hamas, a quienes ellos consideran una organización terrorista. El conflicto israelo-palestino está subsumido en uno de mayores dimensiones y alcances: la ocupación ilegal de los territorios palestinos por parte de Israel con la complicidad de los gobiernos de los Estados Unidos y en contra de la ley y el derecho internacional. Este conflicto se ha convertido en un litmus test para la política norteamericana. Con la inminente ascensión al poder en los Estados Unidos de una nueva administración, este capítulo puede que haya sido tramado, entre otras cosas, para poner a prueba al nuevo gobierno: no va a heredar un conflicto "en frío" sino "en caliente"; la respuesta tiene que ser categórica y de ella se desprenderán juicios de valor sobre la real y verdadera posición de la emergente administración. El equipo de transición del presidente electo ha reaccionado con cautela razonable: hay un solo presidente y a ese le corresponde tomar posiciones en un conflicto. El nuevo gobierno debe, sin embargo, demostrar que está a favor de la paz y de una salida negociada del conflicto entre Israel y Palestina; debe demostrar que no tratará al estado de Israel como una provincia política más del imperio lo que lo descalifica como un posible intermediario de buena voluntad; debe no repetir las tonterías e imbecilidades que se le ocurren al saliente presidente, como ese de pedir un cese al fuego unilateral del Hamas.
El gobierno israelita se comporta cada vez más con un total desprecio de la legislación y la opinión internacional y lanza ataques indiscriminados contra presuntos objetivos terroristas en los mueren centenares de civiles -la comparación entre las bajas israelitas y las palestinas, sino fuera por lo trágico movería a risa. Este último episodio en la saga de uno de los conflictos más dolorosos de la historia contemporánea, que involucra a un pueblo tan sufrido y tan talentoso como el pueblo judío y otro de centenaria presencia en esos lugares del Medio Oriente, parece seguir el libreto de un vodevil de mal gusto, plagado de inexactitudes políticas y actuaciones baratas. Los abastecimientos médicos y de víveres han sido bloqueados desde que Hamas entró a gobernar la región después de ser votados democráticamente, esos abastecimientos están profunda crisis en estos momentos en que la infraestructura ha sido sistemáticamente destruida por la aviación israelí y las consecuencias de la invasión de Gaza por tropas de infantería israelitas son imprevisibles: si se retiran la posición palestina ganara en legitimidad y solidaridad, si ocupan el territorio la causa palestina se fortalecerá y la posición del gobierno de Israel se resentirá y estará más aislado política y diplomáticamente. El mundo en el que vivimos no resiste más posiciones de aislacionismo y desconocimiento de las instituciones internacionales. Las naciones más poderosas deben ser también las más responsables: los buenos modales, el respeto y la solidaridad deben ser los valores extendidos y practicados por las naciones ricas y por las emergentes, por las culturas dominantes y por las preteridas. Ahora no se puede ser ingenuo, los intereses de los países poderosos, de esos que llaman del primer mundo, los intereses combinados de los Estados Unidos y las ex-potencias coloniales europeas necesitan esa punta de lanza que es Israel clavada en el Medio Oriente para asegurar los hidrocarburos que sostienen el andamiaje económico, social y político de esas sociedades. El gobierno de Israel crea el desorden y el desasosiego, alienta las posiciones extremistas en sus enemigos, sabe que eso le garantiza el respaldo irrestricto de los Estados Unidos y los gobiernos europeos, los cientos de miles de dólares que el gobierno norteamericano pone en sus manos anualmente y la ineficacia de las resoluciones de las Naciones Unidas.