A Vargas Llosa le interesa un comino lo que yo pienso, pero a mi interesa lo que él piensa por la sencillana razón que él es lo que se llama un intelectual público, una persona cuyas opiniones ejercen una influencia notable entre sus contemporáneos. Leo su obra literaria, porque me parece que es de lo mejor que se ha escrito, y se escribirá, en largo tiempo en esta lengua tan excelsa y, a la vez, disminuida por sus pares europeas. Leo su crítica literaria por la capacidad quirúrgica con que abre una obra o desuella un autor. Apenas leo su periodismo, su escritura política –con la honrosa excepción de sus memorias de campaña electoral "El pez en el agua", que se lee como una novela cuyo final ni siquiera el autor pudo imaginar en la más obscura de sus pesadillas, final que el autor mismo aún no le perdona a las circunstancias y a los personajes que determinaron el humillante destino de su personaje principal.
Hace unos días el escritor recibió el Nobel e hizo un discurso político, lleno de certezas y aseveraciones, regaños y ponderaciones –nunca más ridículo que cuando se llama a sí mismo un "demócrata" y un "liberal" como si eso añadiera un adarme de calidad literaria a su obra, que no lo necesita, su obra si basta. No conozco de otro escritor que haya hecho una profesión de fe en otra cosa que no fuera la literatura en el discurso de aceptación de tan alto premio literario. Su larga perorata será olvidada en breve, quizás se salven algunos párrafos que no merecieron estar entre tanta sandez, estulticia, tanto falso alarde de civismo y mal escondido encono contra la realidad; de ahí su talante como novelista, que el pez (político que fue) muere por su boca literaria: "hemos incumplido", dice, "con la emancipación de los indígenas" pero llama a Evo Morales, presidente electo democráticamente a través de los medios de la democracia liberal, a la que dice estar entregado en alma, cuerpo (y bolsillo, eso lo digo yo), jefe de una "democracia payasa". Muere otra vez por la boca cuando su descomunal ego no supo distinguir entre la invectiva y el elogio más verdadero, la ya inmortal frase de Patricia, la esposa, "Mario, para lo único que tu sirves es para escribir". A Mario le falla eso que Pascal llamaba esprit de finesse, y algo de geometría, también.
Como buen escritor, Vargas Llosa siempre remite a otras lecturas. Su discurso del Nobel me llevó a releer el de García Márquez, Octavio Paz y William Faulkner. Breves, así en el orden presentado, todos ellos: cuatro, dos, una página. El momentum de García Márquez: el comienzo del final de las dictaduras militares latinoamericanas, de los regímenes aupados, dirigidos y financiados por sucesivos gobiernos norteamericanos y sus agencias de inteligencia, la muerte indiscriminada, la pobreza extendida, los conflictos civiles, la criminalidad, la década perdida. El discurso político de García Márquez, aunque se percibe su tufillo izquierdista que dirían los que miran el mundo a derechas e izquierdas, está diluido en consideraciones de más largo alcance. Octavio Paz se pregunta, se pregunta muchísimo, con el oculto deseo, creo yo, que sus preguntas tuvieran por respuesta la confirmación de sus visiones, no la de sus temores. El más memorable es el de Faulkner, porque apunta a la condición humana, a su fragilidad y a su capacidad de prevalecer. No hay desencantos, no hay entusiasmos. Hay mesura, discreción, sutileza. Creo que ésta es la verdadera referencia moral, el resto es moraleja.