Querido Pablo
Pablo Milanés nunca debió escribir un texto como el que el sitio digital Café Fuerte le atribuye, “Carta Abierta a Edmundo Garcia”. Más tarde el periódico local de Miami para la comunidad hispana, El Nuevo Herald, reprodujo ese texto escrito como respuesta a un artículo publicado en Progreso Semanal, una revista digital con base en Miami, por Edmundo García, un comentarista de la radio local; y no es que me apremie la simpatía con el autor de la nota de Progreso … No sé si Edmundo García es tan canalla como Pablo dice, pero Pablo nunca debió escribir un texto así, de dudosa gramática y coherencia, de precario estilo, de un mal gusto tremendo y tan grosero que no puedo imaginar al autor de tantas canciones hermosas maldiciendo de esa forma. Prefiero creer (porque tiene el “sabor”) que la “carta abierta” se la dictaron los energúmenos que pululan en esta ciudad y, él, Pablo Milanés, dio su consentimiento herido quizás, cansado a más no poder. Quiero pensar que el Pablo de Amor para vivir no puede siquiera concebir tamaña desvergüenza.
Más allá de lo anecdótico, el affaire Pablo/Edmundo ilustra una confrontación que trasciende la mera polémica política y deja al desnudo otra más sustanciosa, una cuestión de ética. Cantar en Miami no debe ser visto como una claudicación en los principios éticos y políticos de nadie; así como actuar en La Habana, tampoco. No sólo los tiempos han cambiado, también las personas. En los ’70 u ’80 pocos hubieran ido a escuchar a Pablo en Miami, así como tampoco a Willy Chirino, ni siquiera en Consolación del Sur, no ya en La Habana. ¿Miedos, principios? O una combinación de ambos. Miami ha cambiado su composición social, así como La Habana, la percepción sobre los emigrados.
En mi opinión, Pablo cruzó la línea de las contradicciones fecundas para parapetarse en las antagónicas, porque cómo se puede ser revolucionario y no ser fidelista, al igual que no se puede ser contrarrevolucionario y fidelista –ambas son proposiciones contradictorias, aporías. Querámoslo o no, la posición revolucionaria pasa por el pensamiento y la obra de Fidel Castro, aún cuando se guarde reservas o críticas sobre decisiones políticas puntuales o coyunturales. Las comparaciones son odiosas pero valga ésta: un católico que no solo disiente del magisterio romano pero que lo niega, se sitúa fuera de la institución eclesiástica, se le hace imposible participar activamente de las imprescindibles reformas que toda institución o proyecto humano necesita incorporar como algo justo y necesario, para usar lenguaje litúrgico. Negar tan rotundamente el liderazgo de Fidel en Miami es inconcebible para un revolucionario, para un hombre o mujer de izquierdas. Pablo no sólo renegó del liderazgo histórico de la revolución cubana, sino que en el afán de la cordialidad tuvo un intercambio con Carlos Alberto Montaner (CAM) –dicen que entrevista que a lo mejor no pasó de mero saludo. Otra vez en mi opinión, eso es un gesto desatinado; CAM no es un adversario liso y llano, es un enemigo de la revolución cubana, es un detractor sistemático que busca ninguna reconciliación, y cuya agenda política de implementarse en Cuba, significaría la caída en picada de los niveles de calidad de vida de la población, en especial de los más vulnerables. Que Pablo Milanés conceda una entrevista a Radio Martí, no es señal de tolerancia y respeto a las diferencias, es un acto, cuando menos, desleal a los propios principios políticos que dice abrazar. Pablo Milanés es una persona pública a quien no debe escapar la trascendencia y simbolismos de los actos públicos.
Pablo Milanés nunca será aceptado en Miami por lo que representa y por lo que es; no cabe en una comunidad que es la antítesis histórica de lo que dice defender, aún cuando Miami esté cambiando a posiciones menos beligerantes y más neutrales, si es que en política existe la neutralidad. Pudo muy bien haber cantado sus canciones de amor para no herir susceptibilidades y pudo haberse ahorrado también tanta deslealtad, desatino y coquetería fútil. Esta anécdota se hundirá en el olvido a la vuelta de los años, el implacable, el que pasó; su obra perdurará y juntos a sus canciones de amor, se seguirán escuchando las otras, las que cantaron una epopeya incontestable.