Hacia
la media tarde de ayer, abril dieciséis del catorce, abrí la internet para
conectarme a ninguna lugar, sin ningún propósito específico, para matar el
tiempo mientras mis hijos cumplían sus deberes escolares, bajo la mirada seria?,
adusta?, y vigilante? de su padre, y salieron los bigotes y las cejas de
Gabriel García Márquez y el titular, en inglés, que rezaba: “Garcia Marquez, Nobel laureate, dies at 87”.
Así que me enteré de la muerte de GGM a través de un titular de noticias en un
portal digital norteamericano y, desde entonces, he leído lo que se ha
publicado en el Granma, La Jiribilla, el País, el periódico global según sus
editores, La Jornada de Mexico, el Nuevo Herald e incluso, a Carlos A. Montaner
para confirmar lo que ya se sabe, éste fue un hombre que en su obra y en su vida
dejó un rastro bueno, de excelencia literaria y humana. He leído con alegría y cierta asiduidad varias
de sus obras. Todavía recuerdo la emoción que me produjo leer sobre la
celebración de los juegos florales en El
amor en los tiempos del cólera, en La Habana a mediados de la década de los
ochenta… Imaginaba esos juegos como unos carnavales sosegados, con la gente
vestida de colores cálidos, claros, las mujeres de sombrilla y sombrerillos, y
los hombres con sombrero de alas anchas, unos carnavales resistibles, no como
los habaneros, al menos no como los que había conocido, yo, en La Habana. Quizás
no fueran los mismos que conoció Lezama. Bueno, pues, acaba de morir, hace
menos de veinticuatro horas, Gabriel García Márquez, para muchos, muy instruidos
en las artes de la bellas letras, el mejor escritor en lengua castellana del
pasado siglo, para mi el escritor que, junto a Mario Vargas Llosa, rescribieron
América Latina para el resto del mundo; murió el escritor que, junto a Mario Vargas
Llosa, leo en mis tiempos de cólera o desolación; murió el escritor que, a diferencia
de Mario Vargas Llosa, fue solidario con Cuba y los cubanos en todo momento. A
veces me he sorprendido pensando que este escritor que acaba de fallecer en la
ciudad capital del Nuevo Mundo ha muerte en olor de santidad civil por toda su trabajo
casi apostólico por lo que él, frase feliz, valga la aliteración doble, llamó felicidad doméstica.
Imagen tomada por Rodrigo
García a Gabriel García Márquez en 1972 y divulgada por la Fundación para el
Nuevo Periodismo Iberoamericano. El lugar no se especifica y en aquel entonces
el escritor tenía unos 45 años Foto Ap /Rodrigo García (FNPI)