Friday, April 28, 2017

Belleza insumisa

(Las líneas que siguen fueron escritas días antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas el pasado domingo 23 de abril. No creo que por ello hayan perdido el valor que pudiesen tener, y por eso las publico, pues mis reflexiones se interesaban menos en el resultado —aunque sea obvio que mi apuesta era por el candidato de la izquierda, Mélenchon— que en las relaciones entre política y literatura en Francia o, más bien, entre cierta narrativa reciente y estos comicios que tendrán su resultado final el próximo siete de mayo.)

Hace casi un año un amigo me pasó una versión digitalizada de Sumisión, la última novela de Michel Houellebecq. Leí la novela, en pésima traducción al español, a principios de este año y, por esas mismas fechas, exactamente el siete de febrero, murió Tzvetan Todorov. Leyendo algunos obituarios sobre el fallecido filósofo, me entero de una obra que había publicado en 2016, un año después de que Houellebecq publicara su novela. La obra de Todorov, al menos en su título, es lo opuesto de la novela, Insumisos. No sé si hay relación entre esta última y la primera. Mas, ahora que se acercan los comicios franceses por la presidencia de la República, la fábula o ficción política de Michel Houellebecq, Sumisión, cobra unos tintes particulares. Desde que leí la novela, he seguido la aventura democrática en Francia y he tratado de descubrir coincidencias o correspondencias entre las predicciones políticas del novelista y el curso de los acontecimientos de esta campaña electoral. Por otro lado, el último libro de Todorov —una serie de meditaciones biográficas sobre individuos que, a juicio del autor, no se entregaron al poder (corruptor) de las sociedades contemporáneas— parece cobrar presencia en la contienda política francesa en la persona de unos de los candidatos, Jean-Luc Mélenchon y su movimiento La France Insoumise. Toda esta madeja de narraciones que apunta a un mismo lugar, la crisis del modelo político occidental, desde apreciaciones, percepciones y estilos diferentes, me llevan a pensar sobre Francia, sus escritores y sus procesos políticos como piensa uno en algo, o alguien, de una belleza insumisa.

La política
Al proceso electoral francés, de régimen semi-presidencialista, le ha salido un contendiente inusitado por la izquierda, Jean-Luc Mélenchon. La mayoría de los analistas pronostican una segunda vuelta entre dos candidatos de partidos de derecha, o centro-derecha, y de extrema derecha —nada de un partido o movimiento político de inspiración musulmana como propone la ficción de Houellebecq. Sin embargo, desde la izquierda emerge este candidato, ex militante del Partido Socialista, del que se separó para fundar una nueva formación política, el Partido de la Izquierda. Una lectura somera del programa político de Mélenchon nos informa que se opone a la OTAN, que quiere re-negociar todos los tratados europeos, redistribuir la riqueza social para controlar las desigualdades, imponer hasta un 100% de impuestos a todos los nacionales franceses que ganen más de 360 mil euros al año, que es un crítico de la globalización por cuanto esta favorece los intereses del capital industrial y de las grandes corporaciones y que es un materialista histórico.
Mélenchon, mucho más a la izquierda que Bernie Sanders, de pasar a la segunda vuelta contra la representante de la extrema derecha francesa, Marine Le Pen, coprotagonizaría la batalla que debió haber tenido lugar en las elecciones en los Estados Unidos el pasado noviembre: el canalla-sin-poesía versus Bernie Sanders. Sin embargo, lo interesante es ver las coincidencias formales entre los discursos de los principales candidatos en los Estados Unidos y Francia: D. T. y Bernie Sanders en el primer caso, y Mélenchon y Le Pen en el segundo. Los candidatos rezuman nacionalismo, pero se diferencian en las políticas migratorias; son críticos de la globalización, pero desde plataformas opuestas; les tienen ojeriza a los bloques regionales (OTAN, NAFTA, UE) y buscan renegociar los términos de la pertenencia a estos (o pertinencia de estos), pero difieren —oposito per diametro— en las políticas fiscales. De alguna manera, los candidatos provienen de la periferia del establecimiento político tradicional, no son esos políticos predecibles en sus (falsas) palabras y (sus más falsos aún) actos. No es que sean unos inocentes —hay mucha basura ahí, más en unos que en otros—, pero su éxito en las campañas políticas habla (grita, más bien) del descontento generalizado con el sistema político, electoral, de representación, y con el modelo económico que, a fuerza de misiles y cañonazos, se quiere imponer al resto del mundo, cuando en su "propio mundo" no es creíble y es funcional sólo para la estabilidad de las élites.

La literatura
Francia es para muchos el lugar en que la política y la literatura se pasean de la mano sin mayores contradicciones —es más, se considera de buen gusto que sea así. Lo que en otro lugar nos puede parecer obsceno y vergonzoso, en Francia nos parece natural. Pienso en Víctor Hugo, por quien José Martí sintiera tanto aprecio asi en lo literario como en lo político. ¡Qué destinos tan distintos! Mientras Víctor Hugo es considerado en Francia una especie de “intocable” por lo que representa para el país, para los fundamentos éticos y espirituales de la patria, José Martí corre una suerte muy diferente, especialmente entre esos intelectuales últimos que de tan postmodernos se han quedado sin asideros y quieren dejar a todos los demás huérfanos. Para algunos, lo mejor que se puede decir de José Martí es que era un iluso, un ingenuo, el inventor de Cuba. De ahí pasan, otros, a la descalificación parcial o total de la figura y de la obra de quien puede, y debe, ser el referente de la nación cubana. No pueden imaginarse en condiciones de igualdad con el poderoso del Norte, entonces, éste, ni corto ni perezoso, les tiende puentes de becas y dineros para que caminen sobre él hasta los asientos finales del teatro —mejor hasta la taquilla— después de haber sido actores principales. Los franceses, al menos como cuerpo social —que no como individualidades— no se han dejado cercenar el piso sobre el cual seguir existiendo en cuanto tales y aportando, desde sus especificidades, al mundo. Es parte del ser y del quehacer de los franceses ver a sus políticos e intelectuales y artistas participar en el proceso histórico del país, sin complejos.
Sumisión nos propone la fábula política de unas elecciones presidenciales en las que el candidato de un partido musulmán —en pacto con los socialistas— se alza con la victoria en las urnas y Francia pasa a ser una república islámica en su institucionalidad y su vida social. El protagonista de la novela es un profesor de literatura comparada, experto en Joris-Karl Huysmans, de cuarenta y tantos años, al borde de todo, tanto en lo que se refiere a su vida profesional como personal. Parece, el profesor, una parodia de Huysmans, y usa la literatura de este último para leer la Francia contemporánea. Para el profesor el deterioro de Francia pasa por el excesivo manierismo y el exceso de formalidades del modelo francés, perfectamente reflejado en el mundo académico y cultural. El triunfo del islamismo es considerado el resultado natural de la falta de credibilidad de un régimen político que, a pesar del republicanismo, no ha roto definitivamente con la mentalidad monárquica, y ha dejado al pairo a buena parte de la sociedad francesa; a la vez que la inmigración, si bien se ha instalado para no irse, es un elemento adosado y no integrado en la identidad francesa. Houellebecq propone que, de una vez por todas, la vanguardia de la occidentalidad se entregue, declare fallido el experimento democrático-secular y gire hacia la religiosidad, esta vez de signo no cristiano, para poner orden donde reina el caos y dejar de lado tanta racionalidad estéril en favor de la fe como camino de conocimiento y salvación. Detrás de esta ficción, salpicada de momentos ligeros utilizados para suavizar la lectura, se esconde una crítica de fondo de un modelo de sociedad que no ha estado a la altura de las expectativas que creó en su momento; sobre todo una crítica a la falta de espiritualidad o, lo que es peor, a la falsa espiritualidad como la razón del deterioro y el fracaso del modelo democrático-burgués, que es el hilo conductor de la novela: Occidente expulsó a Dios de su paraíso de bienestar material y en su lugar puso al hombre, pero preservó el orden jerárquico y, en vez de un ser "lento a la cólera y rico en clemencia", quien está en su lugar es otro marcado por el egoísmo y la codicia.
No sé si Todorov escribió Insumisos en respuesta a la fábula de Houellebecq. Lo cierto es que estas dos escrituras, que difieren en género —ficción literaria vs ensayo—, se acercan en sus temáticas y en la meditación o el análisis político de la contemporaneidad. Todorov echa mano de gente tan distante en el tiempo como en la geografía, así como en los principios en los que fundamentaron (o fundamentan) su disidencia, su insumisión. Ahí encontramos a Mandela y Snowden, Pasternak y Malcolm X, por citar algunos ejemplos. Todorov culpa a todos los sistemas políticos modernos por igual de tratar de aguar la fiesta de la libertad, la igualdad y la fraternidad, y en eso coincide con Houellebecq. Sus ejemplos de insumisos vienen de sociedades de distinto signo político y todos se enfrentan al poder que los oprime con la excelencia de sus ejemplos y virtudes, su negativa a colaborar con los sistemas opresivos —la liebre de la crueldad y la mentira puede saltar lo mismo en la antigua Unión Soviética que en los modernos Estados Unidos, en la racista Sudáfrica y la Alemania nazi. Para Todorov de lo que se trata es de restaurar "la moral en la política"; es, de alguna manera, una conversión laica, una vuelta a fuentes espirituales, a modelos de convivencia en que la riqueza material se supedite al beneficio moral de poblaciones cada vez más extensas y extenuadas. La vuelta a la moral, o a lo moral en la vida pública, es para este filósofo búlgaro-francés la tabla de salvación del modelo político de Occidente, ese modelo político donde coinciden la tradición greco-romana y judeo-cristiana. Desde el re-establecimiento de los principios morales, la sociedad avanzará inexorablemente hacia un páramo de libertad y felicidad. Todorov postula la idea moral por excelencia: la necesidad de vivir de acuerdo con un ideal —sin ese ideal, el ser humano se reduce a lo que él llama "su destino común"; es decir, nada de originalidad, de grandeza, de altruismo, solidaridad o justicia. El "destino común" para Todorov es definido por la tan acertada locución latina popularizada por Hobbes: homo homini lupus. La única manera de dejar de ser lobo es vivir de acuerdo con un ideal, según Todorov. Aceptado. Pero ¿cómo medimos la moralidad, es decir, la bondad de un ideal? Ese ideal necesita ser adjetivado, necesita ser delineado para que sea reconocible y (moralmente) adherible.

De vuelta a la política por la literatura
Tanto Houellebecq como Todorov rechazan el actual orden de cosas, ambos se refieren a Francia, pero uno puede deslizar esa crítica a otras zonas de este mundo tan agitado que parece a punto de colapsar. Ambos autores proponen una cura espiritual o moral —no se puede seguir a rastras de la tecnología; no puede el hombre seguir aullándole a la luna, tiene que asumir la responsabilidad social que a todos atañe; no puede seguir adorando a los falsos dioses del progreso material, tiene que volver su rostro a la verdad que es el otro, que está en él (o lo) otro. Los modelos políticos que nacen de la mentira y la opresión, inspirados en jerarquías fabricadas para perpetuar a unos arriba y otros abajo, que expulsan de sus predios conceptuales y prácticos tanto valores y virtudes, como ideas y creencias, y se afincan en la pura materialidad de la existencia humana y se concentran en estimular la corporalidad como fin en sí mismo, no tienen porvenir en un mundo superpoblado, muy diverso y complejo e interconectado. El esquema de dominación metrópolis/colonia ha perdido vigencia. No existe otra alternativa que moverse hacia nuevas formas de convivencia social, en las que los nuevos paradigmas no echen a la basura (ni al del basurero de la historia ni a la de la ineficacia económica) formas probadas de civilidad. Hay que rasgar el pasado para encontrar en él esas maneras de edificar una paz sostenible. Tanto Sumisión como Insumisos apuntan a ese horizonte nuevo, desde narrativas distintas, a partir de motivaciones que, a primera vista, parecen opuestas, dejando caer, una, la poción del fatalismo y la conformidad, y otra, la retórica de la resistencia y lo moral, y en eso radica otra de las bellezas francesas, la literatura como correlato de lo político.
La candidatura de Jean-Luc Mélenchon es una expresión de esa belleza francesa: viene corriendo desde la izquierda, de la que le queda el carácter de agitador, y constituye un frente (que los ha habido de todo tipo en la historia política francesa) que apela a un grupo que lo único que tiene en común consigo mismo es el descontento y el enojo, y llama a su frente, literariamente, La France Insoumise, dándole a la literatura el lugar que le corresponde en la política francesa. Parece, Mélenchon , estar más cerca de Todorov que de Houellebecq, pero ello es irrelevante; lo importante es que este político francés tomó nota de la situación y actúa en consecuencia. No sé si es el mejor candidato o el más cualificado. Tampoco sé si su programa de gobierno es el que mejor se ajusta a las necesidades de Francia. Nunca he estado en Francia, ni hablo francés, óbices importantes. Pero el hecho de que este político haya osado mirar la realidad política desde las ventanas de la literatura me conmueve.

Thursday, April 13, 2017

Confusiones III

Me he encontrado un libro que, como un mazazo, me despierta de este sueño en que hago apuntes de cosas que si alguna particularidad tiene es la de ser perfectamente olvidables, prescindibles. Cuando se lee sobre el sufrimiento que algunos seres humanos infligen a otros y de la entereza con que los segundos resisten el dolor infligido y, sobre todo, cuando se lee el recuento de esos hechos, años después, sin sombra de rencor, sólo por testimoniar la vida en nombre de los muertos, entonces se recibe ese mazazo y se reevalúa la perspectiva con que se miran, o analizan, eventos y personas. Cosas así derriban esta ñoñería de "testimoniar" un presente tan ridículo y banal. ¿Vale la pena escribir sobre "The 45th President"? ¿De veras? Personaje singularmente patético, errático, resultado de lo que la sociedad norteamericana ha devenido en su impugnación de la realidad. ¿O es que vale la pena de tomar nota de lo que escribe "el escritor del patio"? Con ese aire de perdonavidas y con esa autoimpuesta misión de salvaguarda de los valores de la patria y del llamado exilio histórico. ¿Cómo estar en el mundo sin ser del mundo? De cualquier manera, hay apuntes (confusiones) que merecieron, que merecen, ser (d)escritos, testimoniados. Otros son pequeños ajustes de cuentas con pequeños personajes que pueblan este tiempo y este lugar que merece mejores historias

I
Poco antes de la toma de posesión o día (aciago) inaugural de la nueva administración del canalla-sin-poesía, decidí llevar una especie de "diario político", escrito en inglés, que no pretendía ser "diario", sino más bien notas políticas ocasionales. Escribí unas diez entradas desde finales de enero hasta finales de febrero y, de repente, el documento word desapareció de mi ordenador, como diría el siempre presente Jorge Valls. Nada de conspiracy theories, nada de eso... Cosas de la era digital, díscola como niño. Y qué bien que hayan desaparecido esas notas políticas —lo que ha dejado ver esta "administración" es, literalmente, de película (una mala película con problemas de guión, fotografía, diálogos, edición…). Quizás, más adelante, retome el primer impulso y me dedique a reseñar los desmanes y desvaríos de este señor y su pandilla

II
Hace unos días, escuchando la radio, supe del fallecimiento del dueño de un popular establecimiento de la calle Ocho, "Los Pinareños". Ningún vínculo especial me unía al finado, salvo haber sido su cliente por varios años —algunos domingos me asomaba por allá para comprar tamales y aguacates. Por conversaciones que escuché allí, supe que había participado en varios teams de infiltraciones en la década de los sesenta por la zona de Pinar del Río y, una vez, vi a Roberto Martín Pérez, con guardaespaldas, de visita en el lugar. Era un anticastrista vertical. Nuestras conversaciones nunca se extendieron más allá de los saludos de rigor y la transacción mercantil, siempre con cortesía y buenas maneras. Él no sabía quién era yo, ni cómo yo pensaba; yo sabía de él, de carambola. Siempre me pareció un hombre bueno a quien las cosas no le habían salido bien. Murió de un infarto jugando dominó en la calle Ocho, en el parque que llaman así, del dominó. El establecimiento, una bodega que recuerda aquellas de la época republicana, parece que lo contiene a él —su esposa, una señora entrada en años, vaga por el lugar y suspira cada vez que ve a alguien, como si necesitara que él estuviera allí, atendiendo al respetable, mientras ella se ocupa de mantener el orden y la limpieza

III
Comiendo en "El Nuevo Siglo" —establecimiento mitad mercado, mitad cafetería, en el que sirven una excelente comida criolla—, y redactando parte de estas notas, tengo de vecino de mesa a Ramoncito, del Movimiento Democracia, pontificando cual patriarca sin patrimonio, pero lo que me resulta más jodido es que todas las huelgas de hambre las hace frente a este lugar... No hay seriedad y de ahí la falta de credibilidad de estos "líderes"

IV
Andrés Reynaldo perdió su musa. Creo yo, es una superstición mía, que su musa era Fidel, porque después de la partida de este último, sus escritos periodísticos carecen de esa gracia e inteligencia que antes los hacían tan potables; ahora parecen chatos, apartados de la realidad, metidos en una retórica ideológica barata, y su prosa se ha ido descomponiendo hasta no ser más que bagazo de caña, miel no de purga sino de expiación… Del que expía la culpa de haber apostado a un futuro, que ya entonces, en el momento de la apuesta, era pasado… Vacío del que se sale de lo histórico concreto (y a menudo intrincado, peliagudo) en nombre de abstracciones disfrazadas de universales (democracia, libertad, derechos humanos… muy bien, ¿no?, incluso necesario, pero ¿de quién? ¿Para qué? ¿En qué circunstancias? ¿Bajo qué condiciones?), y luego se queda vagando en esa suerte de limbo entre todos los tiempos, en ningún lugar… Como alguna vez Fidel dijo de Gorbachov, que él (Fidel, por supuesto, y en eso Fidel—Hatuey de nuestros días— y sus enemigos siempre estuvieron de acuerdo—a fin de cuenta sus enemigos eran y siguen siendo españoles todos, literal o figuradamente, si no que se lea El País, el más despreciable de los periódicos respetables del mundo, por lo menos en lo que toca a Cuba— ) iría al infierno pero que Gorbachov flotaría para siempre en una suerte de limbo

V
El penúltimo fin de semana de este marzo viajamos a la zona de los parques temáticos en el centro de la Florida para una eventual excursión a uno de ellos. No se pudo concretar dicha excursión y nos dedicamos a recorrer el lugar, en el que hemos estado en varias (diría que suficientes) ocasiones. Otras veces, en otras entradas de este blog, he escrito sobre mi experiencia en esos lugares. Contrariamente a lo que podría esperarse, ha sido una experiencia des-ilusionante atravesar este concentrado (¿combinado?) de irrealidad aderezado con mal gusto, una "región artificial... faraónica y futurista", tal cual la describe el finado Eco. Nada a escala (mínimamente) humana: el futurismo es puramente material y tecnológico, suspendido entre lo abisal y lo grotesco, donde toda manifestación de humanidad es perpetuada en una sonrisa que se congela y transforma en mueca, y una mano, siempre derecha, que empina hacia arriba el dedo pulgar, mientras que el meñique y anular se flexionan hacia dentro, y el índice y el cordial hacen de cañón de una pistola imaginaria que asesina, de un mismo disparo, la realidad y los (legítimos) sueños

VI
El circo, perdón quise escribir, ciclo, que nunca termina:
·      Major League Baseball (MLB): la temporada se extiende entre abril y octubre
·      National Football League (NFL): la temporada se extiende entre septiembre y enero
·      National Basketball Association (NBA): la temporada se extiende entre octubre y abril/mayo
·      National Hockey League (NHL): la temporada se extiende entre octubre y abril/mayo
·      National Association for Stock Car Auto Racing (NASCAR): la temporada se extiende entre febrero y octubre/noviembre
El deporte ha pasado de ser una exhibición de talentos y destrezas naturales, y una fuente sana de entretenimiento, a una pasión descontrolada de parte del público (agentes pasivos) y a un negocio multimillonario en el que participan los deportistas, los dueños y ejecutivos de las franquicias y los canales de televisión (agentes activos). Estos "agentes activos" engordan sus cuentas bancarias y establecen patrones sociales de conducta inimitables por la mayoría de la población, creando ansiedad y desasosiego. No hay una relación lógica entre lo que se ofrece y lo que se devenga, hay un desfasaje tremendo entre el "producto" y los receptores del mismo —de ahí la enajenación de gran parte de la población norteamericana. Los grandes consumidores de deportes son los hombres entre 35 y 54 años de edad, dejando a la sociedad (cuasi) privada de un sector importante, y tradicionalmente decisivo, en lo referente a la atención y el cuidado de los asuntos fundamentales que afectan la vida de todos. Así, de espaldas a la realidad, y de frente al televisor, se hace más fácil el control social. La indiferencia es a la política lo que la falta de controles fiscales a la gestión de la administración pública

VII
Los cubanos que han hecho de la retórica anticastrista su modo de vida están cada vez más perdidos: Fidel se retiró, luego, diez años después, falleció, Raúl se retira el año próximo, y no han aparecido las revueltas, el descontento generalizado que hagan colapsar el sistema de gobierno o la sociedad, los opositores sigue sin conseguir un mínimo de credibilidad política que los convierta en serios contendientes al poder... Nada, que la suma de todas sus invenciones y vanas esperanzas se ha esfumado, se ha disipado, en el aire del tiempo histórico

VIII
Camino por las calles y parques de Miami y observo. La mayoría de los cubanos que formaron una vez un exilio militante y obsesionado con derrotar el proceso revolucionario de Cuba están o muy viejos o han muerto. Los que sobreviven están varados en un páramo que ya no se conecta con la realidad que los circunda y se sienten solos y abandonados. No deja de ser doloroso pensar en tantos que han padecido los rigores de los avatares de la historia, sobre todo cuando esa historia está atravesada por cambios profundos en la estructura social, económica y política de un país —estén en cualquier lado del conflicto. Pensar en todos, padecer con todos, es un ritual para no dejar que el alma se pierda entre los disparates de la historia

IX
Sobre la intrascendencia —leyendo a George Steiner. Aparecen de vez en cuando sincronías y paralelismos entre el obrar de uno y el obrar de otros. Ciertas lecturas nos recuerdan a nosotros mismos o a algunos de nuestros pensamientos —eso sucede con alguna frecuencia. A veces esas simetrías provienen de la obra de personas a los que apenas somos dignos de atarle la correa de la sandalia, pero ya sabemos que la humildad no es la mirada baja y el gesto corvo, sino la verdad. La verdad sea dicha. A propósito de Karl Kraus, Steiner escribe que mucho de los escritos del primero "arrancan de algún artículo, con frecuencia trivial, en la prensa diaria, de alguna efímera reseña literaria, de una nota publicitaria o un anuncio [...] ¿Quién recuerda hoy —y mucho menos lee— a los periodistas, a los críticos teatrales, a los publicistas o a los pedantes de café que Kraus seleccionó para su implacable censura?" La intranscendencia anida en todos esos implacablemente públicos personajes que se pavonean o usan el misterio como escenario, que publican como consagrados, que se entretienen en diatribas sin sentido ni propósito, que posan de intelectuales, oportunistas de toda laya, poetas de versos tan libres que dejan de serlo. La intrascendencia que nos es común a todos pero que a algunos alcanza con deliberada saña. Se trata de trabajar con honradez y consistencia, lo más apegados a la verdad que se pueda, de lo demás que se ocupen el azar, el destino o la providencia

Sobre el odio —leyendo a George Steiner. El odio tiene poco aliento, escribe Steiner —sirve, si acaso, para carreras de cortas distancias, es decir, para obras de escasas páginas. El odio que se destila contra otros o contra lo otro, muy poco, si algún, aliento... El odio contra uno mismo, en tanto uno conoce sus propias miserias y quiere dar cuenta de ellas, quizás pueda dar lugar a unas cuantas páginas más. Pero ese odio a sí mismo puede también convertirse en auto-compasión, auto-conmiseración, característica por la que, de tan detestable, es mejor ni pasearse. Entonces, escribe Steiner,  el uso del odio prolongado —esto a propósito de la literatura de (mi bienamado) Bernhard, aunque este no haya querido ser bienamado, ni por mí, ni por nadie— convierte la prosa en una sierra que "zumba y chirría sin cesar", y hay algo cierto en eso, pero ¿qué puede hacer uno frente a las tantas austrias que pululan a nuestro derredor? Esas austrias son esos que tan repentina como sorpresivamente se han convertido a  los “valores democráticos”, tal cual describe Steiner a los contemporáneos de Bernhard que de católicos fervorosos pasaron a ser de la noche (del doce marzo de 1938) a la mañana (del trece del mismo año), nazis rabiosos y que, después de la derrota del nazismo, fueron tan demócratas como católicos y nazis habían sido. ¿Qué puede frente a eso sino el odio? Mas, es verdad, no hay aliento en el odio. Es mejor dejarlo a un lado, dejar que se enfríe y se convierta, no en luz, nunca, sino en iluminación artificial que permita poner al descubierto la desnudez moral de esas austrias, geishas inconsolables (e incontinentes) ante sus propios desatinos

X

El libro del mazazo, "Memorias del calabozo". Mauricio Rosencof y Eleuterio Fernández Huidobro, junto a otros siete militantes tupamaros, fueron durante trece años "rehenes" de la dictadura militar uruguaya de los setenta y primeros ochenta del pasado siglo. Nueve "rehenes" sometidos a un régimen simplemente inimaginable: asilamiento absoluto, sin resquicios, hambre, sed, torturas físicas y sicológicas, pequeños e irregulares intervalos de "felicidad controlada" como las visitas familiares o alguna comida. Eso es, inimaginable. ¿Cómo pudieron sobrevivir? ¿Qué fuerzas los alimentaron y los alejaron de la locura? Las comparaciones en estos asuntos tan delicados e íntimamente humanos no solo son odiosas, como reza el dicho, sino irrespetuosas. Estos guerrilleros urbanos, marxistas, perdieron la guerra. Salieron de la prisión. Se quedaron en el Uruguay. No siguieron conspirando para subvertir el sistema. La revolución quedó pospuesta. Desde dentro del sistema que tanto combatieron, participando en ese sistema en el que no creen, han tratado de modificarlo, de preparar las condiciones para el cambio social hacia el socialismo, destino inevitable… O, mejor, uno de los dos únicos destinos posibles. El otro, ustedes —los vencedores más infelices que haya tenido la historia— también lo saben, es esa bancarrota de lo humano hacia la que ya hace rato que marchamos, entre el miedo y el engaño (el auto-engaño) y de la que, en algún momento menos distante del que imaginamos, no se podrá regresar