Ciertamente abril es un mes cruel, y éste lo fue de manera sustantiva.
Visita pontificia
La alharaca, para no decepcionar, fue lamentable en Miami, la ciudad espejo, la que vive a la saga no solo de la historia y la realidad, si no de la más elemental cortesía y generosidad. No es justo que en “el saco Miami” caigan un número de personas que viven honradamente en Miami con sus dolores y sus desgarros, sus pequeñas alegrías y consuelos; esas personas decentes de Miami no son responsables del desparpajo, la indecencia y la insolvencia ética. Por lo tanto, Miami no podía celebrar, regocijarse un poco con el pueblo cubano, es demasiado para estas victimas que viven en opulencia, que practican la exclusión y se pasean por los salones exhibiendo sus heridas, falsas o verdaderas. Pero, “la verdad de la cosa” es que Miami no hace la política cubana, excepto la que se planifica en Washington, no es factor decisivo, es solo una realidad política a tomar en cuenta en ciertas decisiones de la política doméstica y exterior cubana
La visita de Benedicto XVI a Cuba fue una visita eminentemente pastoral y tuvo desde luego su costado político. La visita de Juan Pablo II fue una visita de una gran significación política y como toda visita papal tuvo una dimensión pastoral. Dos visitas, dos momentos distintos, dos acentos diferentes. La dimensión pastoral y la política presentes en ambas visitas como siempre ocurre a cualquier lugar los obispos de Roma viajen. Las personas que viven en Cuba cualquiera sea su extracción social y su procedencia política resultaron beneficiados directamente con estas visitas. La nación cubana también se benefició. Ambas visitas constituyeron momentos de frescura, de aliento, de reencuentro para todos, menos para los cubanos que vivimos en Miami. Para nosotros fueron, ambas visitas, momentos de amargura, de rompimiento, de chabacana oposición, de evidenciar la falta de capacidad política para maniobrar en situaciones delicadas y que incluye actores políticos diversos. Hace ya muchos años que el objetivo de provocar la destrucción de la revolución cubana, aunque no se ha renunciado a él, se postergó por el del control de una comunidad para asegurar capital político y riqueza económica.
La visita pontificia sucedió y esta vez sí se organizó una peregrinación desde Miami, a pesar de la gritería de la chusma.
Román
Otra eclesiástica. Monseñor Agustín Román falleció unas semanas atrás. Murió dicen que como quiso: trabajando. Lo encontraron en su automóvil cuando al parecer se dirigía a la Ermita de la Caridad a dar una charla. Una muerte envidiable: rápida, sola, segura. Fue sin duda alguna quien acompañó a los exiliados de Miami. Nunca hizo ni dijo nada que se apartara un milímetro del discurso oficial del exilio ni que molestara la sensibilidad política de los exiliados. Creo que su fidelidad al exilio sobrepasó a su fidelidad al menos a una parte de la doctrina católica; por ejemplo, cuando el menor de edad Elián González fue literalmente secuestrado por familiares con la intención de retenerlo en Miami lejos de su padre natural, calló. Frente a la clarísima doctrina de la Iglesia que concede el máximo de responsabilidad y autoridad a los padres sobre los gobiernos y otros familiares, a no ser que se pruebe la incapacidad de los mismos, calló. Para no molestar al exilio… él era su pastor. Nunca habló del terrorismo en Miami; sí, de eso, del uso de la violencia para aterrorizar a la población civil: hábito del exilio de Miami. Echó su suerte con los exiliados de Miami y ente ellos obró milagros: construyó una ermita dedicada a la patrona de Cuba con un mural que ilustra una curiosa historia de Cuba, una muy particular historia de Cuba. Cuenta el Cardenal Ortega que en unas de sus primeras visitas, Román le dijo, o le pidió, que no mencionara la palabra “reconciliación” en sus alocuciones públicas. Asumiendo la veracidad de la anécdota, ésta lo retrata de pies a cabeza: sabía lo que había con el exilio de Miami y lo callaba para no molestar… En fin, él era su pastor.
Monseñor Jaime
Y todas estas “cuentas pendientes” vinieron al caso por la reacción a las palabras del Cardenal Ortega en el Instituto Kennedy de la universidad de Harvard. Los patriotas y católicos de Miami quieren canonizar a Román y demonizan a Ortega. Otro ejemplo de cuán grande es el amor y el respeto del exilio de Miami por Cuba y su pueblo. Todo lo que sea de Cuba o todo el viva en Cuba y no diga y comulgue a pie juntillas con el credo del exilio de Miami, anatema sea! El cardenal dijo que los que ocuparon un templo en La Habana eran “antiguos delincuentes, con escaso nivel cultural” y la avalancha de insultos abiertos y solapados no se hizo esperar. En cuanto a los disidentes u opositores que desde Cuba hablan para la radio cubana de Miami, solo hay que escuchar algunos de ellos, como también hay que escuchar a los que los entrevistan desde Miami: los modales, las maneras, las inflexiones de la voz, todo lleva a pensar en una persona mal educada, con poca lucidez. Los de aquí usan a cierta gente de allá, los hacen protagonistas por un tiempo y después los botan [quien se acuerda ya de la madre de Orlando Zapata, ni siquiera de él hablan ya]. El cardenal opinó sobre el carácter de los ocupantes del recinto eclesiástico, no descalificó a quienes asumen una posición de disidencia u oposición. La iglesia no está para expedir certificaciones de buena conducta o avales políticos a nadie, ni oficialidad ni oposición. La iglesia debe propiciar un orden social de respeto y tolerancia donde la población goce de los derechos humanos básicos y cumpla sus deberes ciudadanos a partes iguales. Ese es el trabajo que Monseñor Ortega ha desplegado a lo largo de su episcopado, trabajar por la armonía y la concordia, la reconciliación y la paz social. Ese trabajo no está exento de riesgos, de manipulaciones, de malentendidos, de suspicacias y el cardenal Ortega ha asumido todo eso a fin de conseguir el bienestar del pueblo y de la nación cubana, no de un sector que se dedica a sabotear (literalmente) todo lo que no satisfaga sus intereses y sus más inconfesables deseos, rendir por hambre y desesperación al pueblo (y al gobierno) que no pudieron derrotar con las armas.
Más allá de las simpatías o antipatías personales, el gobierno eclesiástico del Cardenal Ortega no sólo ha tenido un valor político instrumental en la ampliación del espacio social de la Iglesia Católica, sino que ha sostenido una praxis pastoral que ha abierto el espacio eclesial a la población en general.