Comentario 5/13 algo sobre la legitimidad
El tres de abril del (¿o de?) dos mil trece, Vicente Echerri publicó un
artículo en “El Nuevo Herald” que he vuelto a leer un par de veces a lo largo
del año que ha trascurrido desde su publicación. Hoy lo le he leído por tercera
vez. Desde su primera lectura supe que debía escribir un breve comentario sobre
el artículo de marras que lleva por título “La necesaria ilegitimidad del
enemigo”. ¡Qué debía escribir! ¿Por qué?
¿Qué distingue a este artículo? La manera que está enunciado la problemática
cubana, la argumentación que esgrime para deslegitimar al proceso
revolucionario cubano y la posible solución del drama. Del autor apenas sé que
vive en el área de Nueva York-New Jersey y los que lo conocen y me conocen
afirman, más o menos, que es un excéntrico, cualidad que para mí es más un
elogio que un insulto. Admiro la forma que escribe, la secuencia lógica con que
expone sus argumentos. He leído textos suyos sobre literatura, autores cubanos,
cultura en general que son como limonadas frías al filo del mediodía cubano. En
cuanto a la comprensión de la historia cubana reciente estamos en aceras
opuestas, caminando en paralelo, sin convergencia posible. Al menos hay que
reconocer que ha tenido el coraje y la decencia de llamar las cosas por su
nombre con una honestidad devastadora: “no reconozco la legitimidad del
gobierno de mi país ni de sus instituciones”, escribe y esa sola razón para no
regresar a Cuba hace “superflua”, escribe Echerri, todas las demás. Así dice, o
parece decir, Echerri, todas las demás
razones que tengo para no regresar a Cuba palidecen frente al argumento de la
legitimidad. Aquí se plantearían varias interrogantes y algunos
comentarios: ¿qué le otorga legitimidad a los procesos políticos, a los
gobiernos? El gobierno revolucionario cubano ha estado en el poder los últimos
cincuenta y cinco años sin que se haya organizado una oposición estable,
sólida, convincente, efectiva; por otra parte la población ha crecido cerca de
un cuarenta por ciento en ese lapso de tiempo –cambio no solo generacional,
sino ese que llaman los demógrafos sustitución de población con todo las
consecuencias que eso significa. Este par de datos pueden usarse como factores
de consenso entre la población cubana de la isla, consenso que otorga
legitimidad. Suponer que la población cubana no ha se movilizado contra el
gobierno cubano al que Echerri llama “un grupo de gánsteres de medio pelo que
ha querido enmascarar su patanería con unos andrajos marxistas”, que no lo ha
derrocado simplemente por miedo, incompetencia o impotencia, no solo es de un
simpleza enorme y absurda, sino un
velado insulto al carácter de las personas que viven en la isla, una vileza
inconfesable, y un “divinización del gobierno castrista” para ocultar frustraciones
y resentimientos. Consenso no significa un asentimiento bovino, un acatamiento
acrítico de la voluntad y las decisiones del gobierno. A decir verdad, durante,
al menos, los primeros treinta, cuarenta años del proceso revolucionario
cubano, la unanimidad y la falta de crítica eran desoladoras, fueron también
los años de más intensa y abierta hostilidad por parte de los distintos
gobiernos norteamericanos y de los exiliados de Miami y otras partes. La hostilidad
y los planes de desestabilización no han cesado. La revolución cubana, que ha
sido la misma desde mil novecientos cincuenta y nueve, nunca será digerida por
los gobiernos norteamericanos y por cierto tipo de exiliado, porque para ellos
la revolución, el gobierno, sus instituciones carecen de legitimidad, y esa
carencia hace válida cualquier estrategia, táctica o plan para derrocarlo. Si
después de la desaparición física del liderazgo histórico de la revolución
cubana, los nuevos gobernantes, administradores y legisladores cubanos, con
prontitud o con lentitud, de una manera abierta o velada, comienzan a moverse
en dirección de los intereses norteamericanos es posible entonces que el
gobierno de los Estados Unidos acepte algún tipo de negociación o acuerdo. Los
exiliados como Echerri nunca aceptarían ningún tipo de negoción con el gobierno
revolucionario –tendría que ocurrir una suerte de regresión histórica que
recuerde más a la ciencia ficción que a la ciencia política. Si en el ínterin
entre la desaparición de una generación y la emergencia otra sucede el
“milagro” del petróleo en aguas jurisdiccionales cubanas, ni el más pulido
argumento sobre la legitimidad política del gobierno cubano y sus instituciones
detendrán a las grandes corporaciones norteamericanas de participar en el nuevo
mercado… Pero esto también es un poco de ejercicio de la imaginación… Atenerse
al presente, a lo que tenemos hoy, y con esto imaginar los posibles futuros,
sin olvidarse del pasado, estudiar la historia, es la receta para una política
realista, pragmática, que no se olvide del bien y de la verdad pero que, a la
vez, no postergue la acción en virtud de esperar las “circunstancias ideales”. Ya,
al final del artículo, Echerri postula una “manos que… desempolven y afirmen de
nuevo la república”. Hay en esa frase un indudable trazo de la poética de
Diego, y hay algo también que recuerda a Borges ahí… Es una pena que un hombre
de tan buen escribir, que parece ser un conversador tremendamente ameno, que
por lo que he leído de él mismo, debe cocinar muy criollamente, camine en la
acera de enfrente… al menos para mí es una pena. Dice los que lo conocen y me
conocen que Echerri escribe excelentemente bien. No lo dudo. Que alberga
novelas y cuentos y poemas de excelente factura. Aspiro a que escriba sus
memorias y las deje ahí, reposar… Puede que yo no las lea, que no me alcance
la vida… pero otros sí, y, entonces, esas manos que él pide, quizás sean las
suyas…