Litúrgicas (17). Modernas
Muy temprano, el pasado sábado me puse a revisar la prensa (fumar y leer
la prensa, hábitos modernos, Camus dixit). En el suplemento cultural de El
País (el diario global en el que se pueden encontrar buenas reseñas,
entrevistas y críticas), Babelia, leo un artículo firmado por Mercedes Cebrián,
Perspectivas sobre el tiempo, que reseña libros recién traducidos al
español sobre este concepto, tópico o tema, a la vez físico y metafísico.
Al artículo lo precede una fotografía (se puede
ver al lado) de la colección de la Royal
Photographic Society que me resulta conocida [en este mundo tan visual no me
debe asombrar este dejà vu; por ejemplo, las distintas representaciones
pictóricas sobre la crucifixión de Jesús, o la última cena u otros momentos de
la vida de Jesús, o de María, o de los apóstoles, o de la vida de los santos no
son patrimonio único de museos o mansiones, se encuentran en cualquier lugar
desde una tienda de baratijas hasta en humildes moradas]. El texto de Cebrián
me lleva a dos libros reseñados que me interesan por la naturaleza y la composición
de los mismos, Passing Times. An Essay on Waiting, de Andrea Köhler y Why Time Flies, de Alan Burdick.
Busco la referencia (de compra) en Amazon y Barnes and Nobles. Quiero anotar
esas referencias y abro una aplicación—hace más de dos años que no la uso y tengo sólo dos
notas ahí, una de las dos es un poemario cuyo título no logro precisar. Puede
ser Catálogo o Relación de la conquista, de Pedro Marqués de
Armas (prefiero el primero, cuantas menos palabras, mejor). Ahí, en esa nota,
encuentro la misma fotografía que precede el artículo de marras.
¿Coincidencias? No creo. Mas bien azar concurrente. Algo me
indica, señala, esos dos libros, leerlos. Antes estaba, claro, esa obsesión que
no cesa, con el tiempo, que quizás comience con Marcel Proust, poco leído y mal
citado, y ese miedo que después se hace espeso linimento y que es un
presente, este ahora, este minuto en el que el pasado es más presente que lo
imaginado y ese futuro posible que no es sino imaginación de este instante y
tuvo su paroxismo con el descubrimiento del libro de Samuel L. Macey, Time.
A Bibliographic Guide, publicado en 1991 por Garland Publishing, que es una
bibliografía de textos sobre el tiempo desde diferentes perspectivas—como
si el tiempo pudiera diseccionarse, aislarse, observarse. En él se encuentran
entradas bibliográficas divididas en veinticinco secciones: Multidisplinary
Studies / Aging / Archaeology / Art and Architecture / Biology / Chemistry /
Economics / Geography / Geology and Geophysics / History and Historiography /
Horology / Law / Literature and Language / Mathematics / Medicine / Music /
Navigation / Philosophy / Physics / Political Science / Psychology / Religion /
Sociology and Anthropology / Time Management / Time's Measurement and Divisions,
con un Authors' Index que puede ser la delicia de cualquier (inagotable)
lector. Obsesión con el tiempo que no me desanima, sino que me impulsa,
me hace ser cada día (¿hora, minuto, segundo? esas convenciones que marcan
este devenir). “¿Qué es, pues, el tiempo? Si
nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta,
no lo sé. Lo que sí digo sin vacilación es que sé que si nada pasase no habría
tiempo pasado; y si nada sucediese, no habría tiempo futuro; y si nada
existiese, no habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos, pretérito y
futuro, ¿cómo pueden ser, si el pretérito ya no es y el futuro todavía no es? Y
en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no pasase a ser pretérito,
ya no sería tiempo, sino eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es
necesario que pase a ser pretérito, ¿cómo deciros que existe éste, cuya causa o
razón de ser está en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad
que existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?” (Confesiones,
XI, XIV, 17). Esta larga cita de San Agustín me excusa de la escritura, de perogrullar
sobre lo que está ya escrito, sobre lo esencial. Podría ensayar largas
disquisiciones que no por extensas serían más elocuentes ¿Por qué no imitar
a Wittgenstein? Nada novedoso es señalar la línea tersa que une tiempo y
ser, ayer, hoy y mañana... Este diluirse, pasar,
dejar de ser para a la vez constituirse, en una sola pieza, en esta mortaja
(in)animada, amenazada por virus, bacterias, células que degeneran, desgasto
vital y existencial. [Leo en la prensa de hoy, en la prensa local, que ha
muerto alguien a quien conocí brevemente, pero cuya figura débil y escueta me
ha acompañado siempre como testimonio del tiempo que se agota, de que el evento
no es sino eventualidad y que dejamos atrás, irreversiblemente, manchas
de tinta sobre papel secante.