De las vicisitudes y ahistoricismo de la política y la prensa en Miami
Hasta mi dilecto Armengol chapotea, y cito:
“Varios factores conspiran para que en Cuba no ocurra lo que sucede en Argentina y Venezuela. El primero es que ya ocurrió y la represión fue total, durante los primeros años del proceso revolucionario. El segundo es que más allá de las simples turbas controladas que de nuevo se han visto en acción en los últimos días, el régimen cuenta con tropas adiestradas y vehículos antimotines, listos para poner fin a cualquier manifestación popular. A ello se une la existencia de una fuerza paramilitar, que ha demostrado su rapidez y capacidad represora en otras ocasiones.
Pero otro importante factor que demora o impide un movimiento espontáneo de protesta masiva es la apatía y desmoralización de la población. La inercia y la falta de esperanza de los habitantes del país. Su falta de fe en ser ellos quienes produzcan un cambio. El gobierno de los hermanos Castro ha matado --o al menos adormecido-- el afán de protagonismo político, tan propio del cubano, en buena parte de los residentes de la isla.”
Estoy citando a uno de los más moderados y objetivos periodistas de El Nuevo Herald. El primer factor que cita, la confrontación de comienzos de la revolución, fue una clásica lucha de clases amplificada y manipulada por el gobierno norteamericano. El pueblo cubano apoyaba mayoritariamente la gestión revolucionaria; la represión fue una arma para establecer el poder revolucionario frente a los planes de desestabilizar y derrocar el gobierno revolucionario. El segundo factor es común a cualquier país, inclusive en los Estados Unidos tenemos tropas adiestradas y vehículos antimotines, listos para entrar en acción, si no que se le pregunte a los que se manifiestan contra la globalización. Los otros cinco factores son de una inconsistencia política que parecen más entresacados de un sermón de domingo de cuaresma que de un discurso racional, moderno, político. Aducir apatía, desmoralización, inercia, falta de esperanza, falta de fe como factores del no cambio es estar huérfano, no sólo de imaginación, sino de sentido histórico. Cualquier cubano con un mínimo de decencia y de amor propio se ofendería. Argüir esos factores como los que retardan el proceso de cambios en Cuba es ningunear a los cubanos, preterirlos como sujetos de su propia historia, para cuando el cambio llegue de la mano de los americanos estén tan apáticos, desmoralizados, desesperanzados, y descreídos que no opongan ninguna resistencia a la carnicería de los cuatreros de Miami (y no me refiero a los centenares de miles de personas que no abrigan otra ambición que la de relacionarse y ayudar a sus amigos y familiares en Cuba, los cuatreros son figuras públicas, con aire de respetabilidad dudosa y discurso trasnochado y decadente). Claro, todo este escenario de cubanos deambulando por las calles de las ciudades y pueblos del país sin sentido y hambreados sucede en la imaginación delirante de un sector de la comunidad cubana de Miami que se expresa en los medios de la ciudad con total impunidad. La orfandad moral y política llega al delirio de crear una realidad en la que sus deseos más íntimos e inconfesables se ajusten milimétricamente.
Es un secreto a voces que la realidad cubana tras medio siglo de una experiencia política que ha afectado la nación hasta sus más profundas fundaciones está abocada a un proceso de revisión de esa experiencia histórica. El propósito es realizar los ajustes necesarios que redefinan y legitimare un proyecto social que dé solución de continuidad a las conquistas sociales y culturales de la revolución de 1959. Este proceso de revisión y ajuste no está por empezar –comenzó desde que la dirigencia política del país advirtió el posible descalabro de la comunidad socialista europea y se ha ido ampliando y complejizando tras los años agónicos del período especial y en los primeros del nuevo siglo. El debate en la sociedad cubana trasciende los medios oficiales y está instalada en los más diversos ambientes; cubanos de diferentes edades, posiciones y criterios participan de alguna manera en ese debate -unos con su palabra, otros con sus actos, palabras y actos no siempre del agrado de las autoridades. Ese no es un pueblo inerte. Es un pueblo sin el afán de protagonismo político que le reclaman desde el antagonismo de Miami. Cuba no es ni un monasterio dedicado a la adoración de una ideología ni una prisión llena de esclavizados habitantes; no es una nación adulterada; no es un fraude. Eso es tan ciencia ficción como lo fue el comunismo científico. La nación cubana es un cuerpo social vivo, atravesado por contradicciones, donde conviven como en cualquier nación del mundo zonas de luz y sombra, con una, a veces, exagerada opinión de sí mismo. La realidad no la cambia los deseos insatisfechos, las frustraciones, los odios, los rencores y hasta una inconfesada, e inconfesable, envidia de los cuatreros y sus ideólogos. Persistir que el cambio -que no es otra cosa que el afán de restaurar el modelo de sociedad anterior al 1959, como si el capitalismo que le tocaría a Cuba fuera el modelo opulento y consumista norteamericano y no un modelo de dependencia, despojo y desigualdad- no “llega” por el “desgaste” del pueblo debido a la “represión castrista” es insistir en un error de cálculos que aleja de la realidad a la vez que deslegitima, aún más, a los que se llaman opositores, disidentes, combatientes verticales, etc.
Sería una falacia afirmar que la inmensa mayoría de la población cubana aprueba solícita y generosamente la gestión del gobierno cubano como solía ser durante los treinta primeros años de la revolución. La bancarrota política y económica de la Unión Soviética y la hostilidad reforzada de los Estados Unidos actuaron como una tenaza que amenazó con hacer colapsar al gobierno cubano y fracasar el proyecto de transformaciones sociales; y con la crisis económica hizo crisis por primera vez el pacto social con el que se inició la revolución de 1959 –justicia social a cambio de libertades políticas. Las actuales circunstancias nacionales e internacionales no le permiten al gobierno cubano repliegues ideológicos, sino ajustarse a una realidad distinta, a un mundo en el que el aislamiento es imposible. La nación cubana, su sociedad e instituciones, necesita refundar ese pacto en el que la obra social de justicia de la revolución y las libertades políticas y económicas encuentren su propia esfera de competencia y actuación. Hay crisis en Cuba, hay debate; y en Miami, como espacio simbólico de la oposición, hay crisis sin debate: todos, desde el más moderado hasta el más vertical recurren a los mismos argumentos que soslayan e ignoran la realidad: el pueblo cubano es necio y cobarde, el gobierno es brutal, por eso nada cambia. El tirón que jalonará un proceso de cambios en Cuba comienza aquí –cuando el gobierno americano desista de su hostilidad y planes injerencistas en relación con el futuro de la isla nación.