El resto fiel
[enero 28, 2015]
I
Quizás fueron los 70s del pasado siglo los años más difíciles para la Iglesia Católica en Cuba y el período en el que más deprimido estuvo su perfil e influencia social; durante esos años se acuñó la frase “la iglesia del silencio”, que, por demás, me parece muy pertinente a la naturaleza de la Iglesia, nada más elocuente que el silencio en el que tantas cosas se escuchan y se dicen. Los sesenta fueron los años de la confrontación más o menos abierta y la secreta esperanza de la inminente caída del “régimen” y los ochenta marcaron el comienzo de un tímido aggiornamento, un giro hacia la realpolitik, aunque esto nunca significó la aceptación del proyecto político de país resultado de la Revolución socialista de liberación nacional de 1959. La realidad se impuso a la ideología y la Iglesia comenzó su propio camino de acercamiento a la realidad sociopolítica para que el ejercicio de su misión fuera más eficiente y de largo alcance.
El final de la “guerra fría” con su saldo desfavorable para el proyecto de nación socialista e independiente significó un retroceso en el lento (y suspicaz) proceso de normalización las relaciones entre la Iglesia Católica y el Gobierno cubano —este último se vio privado de sus socios comerciales de Europa del Este y de su principal aliado político, la URSS, y los Estados Unidos aprobaron dos textos legislativos (Torricelli, 1992; Helms-Burton, 1996) con el propósito de asfixiar aún más a la Revolución y hacer que su institucionalidad colapsara; de otro lado, las autoridades eclesiásticas (y parte de la feligresía) vieron en esta coyuntura la posibilidad de recuperar cierto protagonismo social y político. La Carta Pastoral “El amor todo lo puede”, de 1993, se inscribe en esos esfuerzos de la Iglesia por un mayor reconocimiento y espacio en la sociedad cubana. Este documento pastoral, sin lugar a dudas, cambia el talente de la relación entre la Iglesia y el Estado —ya no se trata de coexistir, de evitar o ejercer presiones; contrario a la opinión de detractores o defensores, el Estado reconoció en la Iglesia un interlocutor legítimo y genuino lo que se evidencia con la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998 y las regulaciones y prácticas sociales e institucionales con respecto a las iglesias y la práctica religiosa. Sin embargo, es imprescindible reconocer que fue el Partido Comunista y el Gobierno cubanos quienes se movieron en esa dirección primero. El IV Congreso del Partido Comunista eliminó la condición de ateo o atea como requisito para ingresar en esa organización política y el Gobierno promovió una reforma constitucional que restituyó el carácter laico al Estado cubano.
Si la relación Iglesia-Estado en Cuba tuvieron matices diferentes en los primeros treinta años de la Revolución en el poder —confrontación (60s), recogimiento forzado (70s), reajuste y renacimiento (80s)—, a partir de los noventa se inicia un proceso que verá su momento de mayor brillo en las gestiones del Cardenal Ortega en la liberación de un número considerable de presos por delitos contrarrevolucionarios (2010) y las gestiones por el re-establecimiento de las relaciones diplomáticas entre los Estadso Unidos y Cuba.
II
La visita papal de 1998 fue un reconocimiento 1) a la paciencia y pertinencia de la iglesia y 2) a la seriedad del proyecto revolucionario cubano. Aun cuando el Papa Juan Pablo II siempre fue un hombre modelado en el fragor de la guerra fría, un polaco con ninguna simpatía por gobiernos de izquierda o populistas, supo ver en el proceso político cubano la legitimidad y credibilidad necesaria como para empezar un tipo de relación en el que los intereses de ambas instituciones, Iglesia y Estado, fueran garantizados. La visita papal selló un acuerdo no explícito de colaboración para el desbloqueo interno y externo de una situación insostenible, por parasitaria, para todos los actores interesados en ella. El reclamo papal de que Cuba se abriera al mundo y el mundo a Cuba no cayó en oídos sordos, ni ojos ciegos. Tanto las autoridades políticas del país como las eclesiásticas tomaron nota de las posibilidades que se abrirían si ese principio se tomara como la piedra angular de una política que abatiera el empantanamiento de la sociedad cubana con respecto a sí misma y del Estado cubano en su siempre difícil y compleja relación con los Estados Unidos –el “mundo” en el discurso papal eran los Estados Unidos, porque el mundo real, ese que existe más allá de las fronteras norteamericanas, con las excepciones de siempre, siempre tuvo una relación, aunque fuera elemental con Cuba. De cualquier manera, la visita papal de 1998 y la relación personal entre los líderes de ambos Estados, estableció las bases para un nuevo tipo de relación ad intra de la nación cubana entre instituciones serias y suficientes, y de cara a la re-inserción de Cuba en el concierto de estados de las Américas.
III
La situación creada a partir del comienzo del proceso de cambios sociales en Venezuela en 1999, rápidamente demonizado por el gobierno y la prensa norteamericana, y los atentados al World Trade Center en Nueva York en 2001 provocaron un impasse al deshielo que significó la visita de Juan Pablo II a Cuba. Pero el hecho más significativo, el evento que descarriló el proceso de normalización de las relaciones Iglesia-Estado en Cuba y de re-inserción del Estado cubano en el mundo postcomunista fue la cuestionable elección de George W. Bush como el 43 presidente de la Unión Americana. Representando los intereses más reaccionarios y anti-democráticos de la sociedad norteamericana, el presidente Bush se embarcó en una agresiva política exterior que afectó seriamente los intereses y la seguridad cubanos. El Gobierno cubano sintiéndose seriamente amenazado respondió con la encarcelación de setenta y cinco personas en la primavera del 2003. La Iglesia Católica quedó, pues, de nuevo, a la espera de tiempos y circunstancias mejores para continuar apoyando el proceso de cambios que la sociedad y el Estado cubano necesitaban para sobrepasar la crisis social y económica.
En el 2010, el cardenal Jaime Ortega inició un proceso para que el Gobierno cubano liberara a un poco más de cincuenta prisioneros políticos que todavía quedaban en prisión de los originales setenta y cinco encarcelados en la primavera del 2003. Muchos de esos prisioneros decidieron trasladarse a España y unos pocos decidieron permanecer en la isla. La Iglesia católica consiguió, nacional e internacionalmente, un crédito político que se ha visto ratificado con una segunda visita papal a Cuba, la de Benedicto XVI a Cuba en la primavera del 2012 y otra tercera en septiembre de este 2015.
IV
Los años transcurridos desde el comienzo de la invasión en Irak (2003) hasta las visita papales de 2012 y 2015 han sido también testigos también de cambios profundos en la sociedad cubana. Fidel Castro, el líder histórico de la Revolución cubana, renunció a todas sus cargos y responsabilidades dentro del Gobierno, el Estado y el Partido, así como a sus grados de comandante en jefe del ejército cubano. Le sucedió, primero interinamente, y después de forma oficial, al frente del Gobierno, el Estado y el Partido, Raúl Castro. La administración de Raúl Castro ha sido mucho más pragmática, menos ideológica, pero con “solución de continuidad” respecto al proyecto revolucionario —cada medida que tomada por el Gobierno cubano en el camino de la “actualización del modelo cubano” deja con menos espacio político a los Estados Unidos para maniobrar, mientras que todos los Gobiernos latinoamericanos, sin excepción, abogaban por la re-inserción de Cuba en las organizaciones regionales. Entre los cambios producidos en Cuba que pusieron en guardia al Gobierno norteamericano estuvo la nueva política migratoria cubana. Esta reforma en las leyes migratorias cubanas terminó por evidenciar lo obsoleto de las prácticas y las medidas migratorias de los Estados Unidos con respecto a Cuba y los cubanos. Las cartas que ambos Gobiernos, el cubano y el norteamericano, le quedaban para tener una salida sin sobresaltos para ninguna de las partes, se redujeron a los cinco agentes cubanos de inteligencia —encarcelados en los Estados Unidos desde 1998 y sometidos a penas de prisiones exageradas e injustas— y un contratista norteamericano acusado de espionaje en Cuba y sentenciado a 15 años de privación de libertad.
V
La elección de Francisco I al frente de la Iglesia Católica representó un cambió sustantivo, en más de un sentido, en la vida interna de la comunidad eclesial. No sólo es el primer papa no europeo, sino el primer papa latinoamericano. Este hecho abrió las puertas a un entendimiento más directo de la situación cubana por parte de la más alta jerarquía vaticana. A poco de ser elegido papa, Francisco I nombra al Cardenal Jaime Ortega como su enviado especial a la celebración del 350 aniversario de la fundación de la parroquia de Notre Dame-de-Québec, en Canadá, la ''iglesia-madre de América del Norte''. ¿Coincidencias? En política no hay coincidencias. El Vaticano y Canadá jugaron diferentes roles en el proceso de negociaciones secretas que comenzó en algún momento del 2014 y culminó el 17 de diciembre de 2014 con el anunció del intercambio de prisioneros (los cinco agentes cubanos por el contratista norteamericano) y la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos. No hay confirmación, pero parece ser que en algún momento después de comenzadas o antes de comenzar estas negociaciones entre los Gobiernos de Estados Unidos y Cuba, la Iglesia fue percibida y acogida como garante de buena voluntad. Fue en el Vaticano donde las delegaciones de Cuba y Estados Unidos firmaron el acuerdo sobre el intercambio de presos y los primeros pasos hacia la normalización de relaciones entre los dos países.
VI
La “iglesia del silencio —gracias a la tenacidad y perseverancia de su liderazgo, a la entrega y la honestidad de muchos de sus “operarios”— pudo cosechar los frutos de la paz. Los cubanos de adentro y los que viven fuera son los principales beneficiarios de este histórico evento y de esa paciente, callada labor de muchos, a través de muchos años. La Iglesia en Cuba se congratula por haber sido fiel a lo más genuino de su vocación, el servicio a la paz y la justicia, que se besan, según canta el salmo 85, salmo que, por cierto, cierra la Carta Pastoral de los Obispos de Cuba en 1993, año en el que el futuro de la Revolución cubana, y de Cuba, estuvo más comprometido que nunca.