Wednesday, January 28, 2015

El resto fiel

[enero 28, 2015]

I
Quizás fueron los 70s del pasado siglo los años más difíciles para la Iglesia Católica en Cuba y el período en el que más deprimido estuvo su perfil e influencia social; durante esos años se acuñó la frase “la iglesia del silencio”, que, por demás, me parece muy pertinente a la naturaleza de la Iglesia, nada más elocuente que el silencio en el que tantas cosas se escuchan y se dicen. Los sesenta fueron los años de la confrontación más o menos abierta y la secreta esperanza de la inminente caída del “régimen” y los ochenta marcaron el comienzo de un tímido aggiornamento, un giro hacia la realpolitik, aunque esto nunca significó la aceptación del proyecto político de país resultado de la Revolución socialista de liberación nacional  de 1959. La realidad se impuso a la ideología y la Iglesia comenzó su propio camino de acercamiento a la realidad sociopolítica para que el ejercicio de su misión fuera más eficiente y de largo alcance. 
El final de la “guerra fría” con su saldo desfavorable para el proyecto de nación socialista e independiente significó un retroceso en el lento (y suspicaz) proceso de normalización las relaciones entre la Iglesia Católica y el Gobierno cubano —este último se vio privado de sus socios comerciales de Europa del Este y de su principal aliado político, la URSS, y los Estados Unidos aprobaron dos textos legislativos (Torricelli, 1992; Helms-Burton, 1996) con el propósito de asfixiar aún más a la Revolución y hacer que su institucionalidad colapsara; de otro lado, las autoridades eclesiásticas (y parte de la feligresía) vieron en esta coyuntura la posibilidad de recuperar cierto protagonismo social y político. La Carta Pastoral “El amor todo lo puede”, de 1993, se inscribe en esos esfuerzos de la Iglesia por un mayor reconocimiento y espacio en la sociedad cubana. Este documento pastoral, sin lugar a dudas, cambia el talente de la relación entre la Iglesia y el Estado —ya no se trata de coexistir, de evitar o ejercer presiones; contrario a la opinión de detractores o defensores, el Estado reconoció en la Iglesia un interlocutor legítimo y genuino lo que se evidencia con la visita de Juan Pablo II a Cuba en 1998 y las regulaciones y prácticas sociales e institucionales con respecto a las iglesias y la práctica religiosa. Sin embargo, es imprescindible reconocer que fue el Partido Comunista y el Gobierno cubanos quienes se movieron en esa dirección primero. El IV Congreso del Partido Comunista eliminó la condición de ateo o atea como requisito para ingresar en esa organización política y el Gobierno promovió una reforma constitucional que restituyó el carácter laico al Estado cubano.
Si la relación Iglesia-Estado en Cuba tuvieron matices diferentes en los primeros treinta años de la Revolución en el poder —confrontación (60s), recogimiento forzado (70s), reajuste y renacimiento (80s)—, a partir de los noventa se inicia un proceso que verá su momento de mayor brillo en las gestiones del Cardenal Ortega en la liberación de un número considerable de presos por delitos contrarrevolucionarios (2010) y las gestiones por el re-establecimiento de las relaciones diplomáticas entre los Estadso Unidos y Cuba.

II
La visita papal de 1998 fue un reconocimiento 1) a la paciencia y pertinencia de la iglesia y 2) a la seriedad del proyecto revolucionario cubano. Aun cuando el Papa Juan Pablo II siempre fue un hombre modelado en el fragor de la guerra fría, un polaco con ninguna simpatía por gobiernos de izquierda o populistas, supo ver en el proceso político cubano la legitimidad y credibilidad necesaria como para empezar un tipo de relación en el que los intereses de ambas instituciones, Iglesia y Estado, fueran garantizados. La visita papal selló un acuerdo no explícito de colaboración para el desbloqueo interno y externo de una situación insostenible, por parasitaria, para todos los actores interesados en ella. El reclamo papal de que Cuba se abriera al mundo y el mundo a Cuba no cayó en oídos sordos, ni ojos ciegos. Tanto las autoridades políticas del país como las eclesiásticas tomaron nota de las posibilidades que se abrirían si ese principio se tomara como la piedra angular de una política que abatiera el empantanamiento de la sociedad cubana con respecto a sí misma y del Estado cubano en su siempre difícil y compleja relación con los Estados Unidos –el “mundo” en el discurso papal eran los Estados Unidos, porque el mundo real, ese que existe más allá de las fronteras norteamericanas, con las excepciones de siempre, siempre tuvo una relación, aunque fuera elemental con Cuba. De cualquier manera, la visita papal de 1998 y la relación personal entre los líderes de ambos Estados, estableció las bases para un nuevo tipo de relación ad intra de la nación cubana entre instituciones serias y suficientes, y de cara a la re-inserción de Cuba en el concierto de estados de las Américas.

III
La situación creada a partir del comienzo del proceso de cambios sociales en Venezuela en 1999, rápidamente demonizado por el gobierno y la prensa norteamericana, y los atentados al World Trade Center en Nueva York en 2001 provocaron un impasse al deshielo que significó la visita de Juan Pablo II a Cuba. Pero el hecho más significativo, el evento que descarriló el proceso de normalización de las relaciones Iglesia-Estado en Cuba y de re-inserción del Estado cubano en el mundo postcomunista fue la cuestionable elección de George W. Bush como el 43 presidente de la Unión Americana. Representando los intereses más reaccionarios y anti-democráticos de la sociedad norteamericana, el presidente Bush se embarcó en una agresiva política exterior que afectó seriamente los intereses y la seguridad cubanos. El Gobierno cubano sintiéndose seriamente amenazado respondió con la encarcelación de setenta y cinco personas en la primavera del 2003. La Iglesia Católica quedó, pues, de nuevo, a la espera de tiempos y circunstancias mejores para continuar apoyando el proceso de cambios que la sociedad y el Estado cubano necesitaban para sobrepasar la crisis social y económica.
En el 2010, el cardenal Jaime Ortega inició un proceso para que el Gobierno cubano liberara a un poco más de cincuenta prisioneros políticos que todavía quedaban en prisión de los originales setenta y cinco encarcelados en la primavera del 2003. Muchos de esos prisioneros decidieron trasladarse a España y unos pocos decidieron permanecer en la isla. La Iglesia católica consiguió, nacional e internacionalmente, un crédito político que se ha visto ratificado con una segunda visita papal a Cuba, la de Benedicto XVI a Cuba en la primavera del 2012 y otra tercera en septiembre de este 2015.

IV
Los años transcurridos desde el comienzo de la invasión en Irak (2003) hasta las visita papales de 2012 y 2015 han sido también testigos también de cambios profundos en la sociedad cubana. Fidel Castro, el líder histórico de la Revolución cubana, renunció a todas sus cargos y responsabilidades dentro del Gobierno, el Estado y el Partido, así como a sus grados de comandante en jefe del ejército cubano. Le sucedió, primero interinamente, y después de forma oficial, al frente del Gobierno, el Estado y el Partido, Raúl Castro. La administración de Raúl Castro ha sido mucho más pragmática, menos ideológica, pero con “solución de continuidad” respecto al proyecto revolucionario —cada medida que tomada por el Gobierno cubano en el camino de la “actualización del modelo cubano” deja con menos espacio político a los Estados Unidos para maniobrar, mientras que todos los Gobiernos latinoamericanos, sin excepción, abogaban por la re-inserción de Cuba en las organizaciones regionales. Entre los cambios producidos en Cuba que pusieron en guardia al Gobierno norteamericano estuvo la nueva política migratoria cubana. Esta reforma en las leyes migratorias cubanas terminó por evidenciar lo obsoleto de las prácticas y las medidas migratorias de los Estados Unidos con respecto a Cuba y los cubanos. Las cartas que ambos Gobiernos, el cubano y el norteamericano, le quedaban para tener una salida sin sobresaltos para ninguna de las partes, se redujeron a los cinco agentes cubanos de inteligencia —encarcelados en los Estados Unidos desde 1998 y sometidos a penas de prisiones exageradas e injustas— y un contratista norteamericano acusado de espionaje en Cuba y sentenciado a 15 años de privación de libertad.

V
La elección de Francisco I al frente de la Iglesia Católica representó un cambió sustantivo, en más de un sentido, en la vida interna de la comunidad eclesial. No sólo es el primer papa no europeo, sino el primer papa latinoamericano. Este hecho abrió las puertas a un entendimiento más directo de la situación cubana por parte de la más alta jerarquía vaticana. A poco de ser elegido papa, Francisco I nombra al Cardenal Jaime Ortega como su enviado especial a la celebración del 350 aniversario de la fundación de la parroquia de Notre Dame-de-Québec, en Canadá, la ''iglesia-madre de América del Norte''. ¿Coincidencias? En política no hay coincidencias. El Vaticano y Canadá jugaron diferentes roles en el proceso de negociaciones secretas que comenzó en algún momento del 2014 y culminó el 17 de diciembre de 2014 con el anunció del intercambio de prisioneros (los cinco agentes cubanos por el contratista norteamericano) y la reanudación de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos. No hay confirmación, pero parece ser que en algún momento después de comenzadas o antes de comenzar estas negociaciones entre los Gobiernos de Estados Unidos y Cuba, la Iglesia fue percibida y acogida como garante de buena voluntad. Fue en el Vaticano donde las delegaciones de Cuba y Estados Unidos firmaron el acuerdo sobre el intercambio de presos y los primeros pasos hacia la normalización de relaciones entre los dos países.

VI
La “iglesia del silencio —gracias a la tenacidad y perseverancia de su liderazgo, a la entrega y la honestidad de muchos de sus “operarios”— pudo cosechar los frutos de la paz. Los cubanos de adentro y los que viven fuera son los principales beneficiarios de este histórico evento y de esa paciente, callada labor de muchos, a través de muchos años. La Iglesia en Cuba se congratula por haber sido fiel a lo más genuino de su vocación, el servicio a la paz y la justicia, que se besan, según canta el salmo 85, salmo que, por cierto, cierra la Carta Pastoral de los Obispos de Cuba en 1993, año en el que el futuro de la Revolución cubana, y de Cuba, estuvo más comprometido que nunca.

Tuesday, January 20, 2015

apuntes

[enero 20, 2015]

Cuando el pasado 17 de diciembre los presidentes de Cuba y los Estados Unidos, Raúl Castro y Barak Obama, respectivamente, en sendas alocuciones públicas, anunciaron la reanudación de las relaciones diplomáticas entre los dos países —rotas desde 1961— y el intercambio de prisioneros por razones humanitarias, comencé a tomar notas de carácter impresionista, si se quiere. Esas notas no tienen orden alguno como no sea el cronológico —fueron escritas en el orden en que fueron pensadas. Quedan muchas observaciones fuera, muchos matices de un proceso que apenas comienza y que será largo y complejo. Recuerdo ahora al historiador Manuel Moreno Fraginals, una noche del decisivo año 1989 durante un encuentro en el que oficiaba de conferencista ante un grupo de cubanos exiliados; le preguntaron por qué había decidido quedarse en Cuba, Fraginals respondió que una revolución era un evento excepcional en la historia y que no todos los historiadores tenían la oportunidad de ser testigo de primera mano. El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre estos dos Estados es de esos eventos que, sin ser excepcional es, al menos, extraordinario y abre un proceso que estará, sin duda alguna, preñado de sobresaltos, pero no dejará a nadie indiferente.  
I
Algunos dicen que el restablecimiento de relaciones entre los dos países es el final de la “guerra fría”, que el siglo XX acabó con la caída del comunismo en 1989, pero la “guerra fría”, al menos su último episodio, con este evento. El fracaso del socialismo real —retratado hollywoodensemente con Boris Yeltsin, de delirium tremens memoria, encaramado en un tanque frente al edificio de la Duma Estatal— no condujo a un replanteamiento de las relaciones entre los Estados Unidos y Cuba, sino, por el contrario, las sucesivas administraciones endurecieron la política de bloqueo y aislamiento aprobando la Ley Torricelli (1992) durante la administración de Bush, padre, la Ley Helms-Burton (1996) durate la administración Clinton, las draconianas restricciones migratorias de Bush, hijo, amén de otras regulaciones codificadas dentro de distintos paquetes legislativos que afectan la normalidad operativa del Gobierno cubano con otros países e instituciones. Que los Estados Unidos, después de más de veinte años de desaparecida la Unión Soviética, después de más de cincuenta años de haber roto, unilateralmente sus relaciones diplomáticas con Cuba, comience un proceso de negociaciones que culmine con el restablecimiento de estas es, cuando menos, un acto de justicia histórica que cierra un ciclo de manera elegante en el que parece no haber triunfadores evidentes. Lo que sí es evidente es que el Gobierno cubano no acató ni uno sólo de los requisitos y condiciones que Ley Helms-Burton impusiera para que los Estados Unidos abriera una embajada en La Habana.
II
Si se lee con paciencia la declaración del Presidente Obama del pasado 17 de diciembre, la política exterior de Estados Unidos hacia Cuba no ha cambiado sustantivamente. El Gobierno norteamericano no ha renunciado a su política de regime change, a su compromiso con traer a Cuba de vuelta al capitalismo, que renuncie al socialismo. En otras palabras, el derecho de autodeterminación del pueblo cubano no han sido aún reconocido por las autoridades norteamericanas.
III
¡Tanto tiempo fuera de Cuba! Lo que más lamento de esta ausencia es la pérdida de mi “naturalidad” cubana y la adopción del artificio —pérdida del sentido de ser y de lugar; se comienza por adoptar otra personalidad, algo que nunca fuiste o que quizás estaba dentro de ti, pero que no era tu verdad, sino las asperezas y virutas que la cotidianeidad incrusta y tú resistes. Después del anuncio de que los Estados Unidos y Cuba reanudaban relaciones diplomáticas, tuve la impresión de que la gente parecía contenta. Aun cuando se trata del comienzo de un largo e incierto proceso, la gente parece contenta en Cuba; en Miami, no —el negocio se le acaba a unos y a otros la negación en la que han vivido. Ese peso invisible en el que nacieron varias generaciones de cubanos, ese invisible pero omnipresente enemigo, esa sombra cuya única mención podía significar tu anulación social, desaparecía como por un acto de prestidigitación. Décadas de mutuas descalificaciones superadas en un instante, un día y una hora concretas.
IV
Es más claro que el agua: la coalición de fuerzas políticas y económicas en los Estados Unidos que están presionando por normalizar totalmente las relaciones con Cuba están decididas a ir hasta el final. Treinta corporaciones agrícolas piden el levantamiento de todas las regulaciones y legislaciones que impiden relaciones comerciales plenas y normales con Cuba. Los directivos y socios de esas corporaciones son republicanos, conservadores en su mayoría.
V
Artículos y más artículos, y todos apuntan a que las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos van a re-establecerse más rápidamente de lo previsto. Hoy un artículo en el “Sun Sentinel”, de la vecina ciudad de Fort Lauderdale, Plundering America: The Cuban Criminal Pipeline. El artículo de marras analiza la incapacidad del sistema judicial norteamericano de procesar crímenes cometidos por cubanos contra agencias federales de salud, fraude contra instituciones financieras y narcotráfico porque escapan a Cuba y no hay tratado de extradición vigente entre ambos países. Lo menos que se puede decir del artículo es que es impreciso ya que crea la (falsa) imagen de que las actividades criminales de los cubanos contra el sector público y privado comenzaron hace sólo veinte años atrás, a principios de los años noventa, cuando es de dominio público, son hechos probados, que la participación de cubanos en actividades criminales en territorio norteamericano es de vieja data. ¿Acaso no aceptaron las autoridades norteamericanas a individuos vinculados con prácticas criminales en Cuba en los años subsiguientes al triunfo de la Revolución Cubana? Criminales de carreras, personajes vinculados al mundo de la mafia, políticos y funcionarios corruptos se contaban entre ellos. ¿Y la impunidad con que se llevaban a cabo acciones en contra del Gobierno y la población civil cubanos? ¿Y el narcotráfico y el lavado de dinero que floreció en los setenta y ochenta? Recuerdo a un político cubanoamericano, Senador Alberto Gutman convicto de fraude al Medicare en el año 2000. La confluencia del crimen y el exilio cubano no es un tópico nuevo. No es menos cierto que esta nueva hornada de criminales cubanos cuenta con unas “facilidades” que aquellas no, si tiene en cuenta los cambios migratorios del 2013 que permite a los emigrados cubanos mantener su residencia cubana o repatriarse. 
VI
Muchos amigos cubanos con los que he compartido y conversado sobre la nueva situación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos están de acuerdo en que este acuerdo es positivo; pero esos mismos amigos ven con suspicacia y con rencor infinito al Gobierno cubano, como si este hubiera sido el agresor en este conflicto y como si hubiera que creer, a pie juntillas, en la buena voluntad del Gobierno norteamericano.
VII
Definitivamente, vivimos un capítulo nuevo en las apasionadas relaciones entre Cuba y los Estados Unidos —relaciones diplomáticas, políticas, comerciales, culturales, sociales que van desde el encuentro más apasionado hasta el desencuentro (igual de) apasionado. Nunca dejará de ser así, amantes sunt amentes.
VIII
Quizás reevaluar la posición de liderazgo de los Estados Unidos a nivel mundial y regional fuera una consideración que se tuvo en cuenta cuando se iniciaron las negociaciones el año pasado entre los gobiernos de los EE. UU. y Cuba.
Quizás la condición de afroamericano del presidente norteamericano allanara el camino para un anuncio tan inesperado como el del restablecimiento de las relaciones diplomáticas con Cuba –un presidente blanco hubiera tenido más condicionamientos históricos para tomar esa decisión.
Es entendible la frustración de muchos cubanos en esta orilla del Estrecho de la Florida. En la isla muy pocos sentirán esta frustración; aun estando en contra de la Revolución, ellos viven en Cuba y se beneficiaran con esta nueva situación. 
Es entendible la frustración de muchos cubanos sencillos que se exiliaron, emigraron de Cuba y dejaron tantas cosas atrás; es entendible su dolor, su desencanto, no lo pueden creer. Otra cosa es la desesperación de la “industria”, de esos que han hecho pingues ganancias con el proceso político cubano de los últimos cincuenta años, de los mercaderes y de los mercenarios.
Tengo también presente a los que dedicaron su vida y sus esfuerzos a combatir al gobierno revolucionario desde posiciones de principios, pienso, claro, en Jorge Valls Arango.
Pienso en tantas personas que sacrificaron sus vidas o partes de sus vidas para lograr que los Estados Unidos y Cuba tuvieran una relación basada en la racionalidad política y no en la obcecación y el espasmo ideológico. Pienso en Francisco González Aruca, empresario y conductor del programa “Ayer en Miami” —pienso en lo feliz que estaría en estos momentos después de tanto riesgo asumido. 
Pienso también en el Padre Carlos M. de Céspedes y en cuánto él hubiera disfrutado un momento como este por el reconocimiento que esto implica de Cuba soberana e independiente.
El Gobierno cubano negoció con seriedad y consistencia; el gobierno de los Estados Unidos espera lograr por vía diplomática lo que no ha podido con la confrontación.
El sentido práctico parece haber prevalecido sobre las consideraciones ideológicas en esta decisión de ambos gobiernos de reanudar relaciones diplomáticas con Cuba.
Definitivamente Barak H. Obama quiere dejar un legado que cambie al menos la percepción de los Estados Unidos en América Latina y el resto del mundo.
El restablecimiento de relaciones diplomáticas de los Estados Unidos y Cuba es el comienzo de un proceso que tomará años quizás en implementarse adecuadamente; proceso que conocerá de altibajos, retrocesos y avances tímidos. Aun así, es un proceso político que abrirá posibilidades de mejoramiento socioeconómico a Cuba y a sus ciudadanos más vulnerables.
***
Unos minutos después del mediodía, un alumno entró en mi aula visiblemente exaltado al aula y casi me gritó que leyera The New York Times (NYT), porque habían anunciado el restablecimiento de relaciones de diplomáticas entre los Estados Unidos y Cuba. Abrí la página en línea del diario norteamericano y allí estaba la noticia desarrollada y varios otros escritos sobre el mismo tema. Abrí la página en línea del diario Granma y encontré un breve escrito anunciando la intervención de Raúl Castro al mediodía para hacer importantes anuncio sobre las relaciones entre los dos países. Se debe contener el exceso de entusiasmo y también de recelo. Me siento contento, muy contento. Un amigo, con el que me separan algunas diferencias políticas, me envió un texto en cuanto conoció la noticia preguntándome “¿y ahora qué?”; simplemente le respondí, “la paz”.

Friday, January 16, 2015

Je ne sais pas, mais l'humour est parfois contagieux.

Je ne sais pas, mais l'humour est parfois contagieux. 

[enero 16, 2015]

El humor ejercido desde el poder siempre es desagradable. Y molesto. Fastidia mucho a quienes son el objeto de la burla. Cuántos “anticastristas postcomunistas” no se rieron a reventar con las “gracias” de Virulo —Alejandro García Villalón— a costa de los creyentes —quien no recuerda “Génesis”— y de los que no tenían un átomo de simpatía por el Gobierno revolucionario, que muchas veces eran las mismas personas. Abarrotaban el Teatro “Carlos Marx”, que antes se llamaba Blanquita, y aplaudían y repetían como una gracia infinita las “bromas” de Virulo. Los “otros”, desintegrados y ninguneados, tenían que tragarse su amargura y su rabia, porque si decían algo, muchos de estos “anticastristas postcomunistas” le salían al paso, que “la calle es de los revolucionarios” y “el que no salte es yanqui”. 
Recuerdo un semanario local que se publicó en Miami durante los últimos años de la última década del pasado siglo, "Éxito". La revista de marras tenía una sección de humor bajo el sugestivo título de “El Fundador”, clara referencia a Más Canosa, por aquel entonces Presidente de la Fundación Nacional Cubano-Americano (FNCA). La sección “El Fundador” duró exactamente un número. El poder impuso su orden.

Sobre el humor, recuerdo las largas y teológicas peroratas del Venerable Jorge sobre la risa en la tradición cristiana en la novela “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco. El Venerable Jorge se refería a la risa como simoníaca y ocasión de pecado; cierto es que no hay referencia alguna al Jesús histórico riendo, aun cuando en los evangelios canónicos sí las hay a la alegría y el gozo. Quizás sea una cuestión de medida, de sobriedad. Incluso en el ejercicio del humor como crítica social. Pienso también en La Comedie Française, en la seriedad de una institución como esa que, por decreto de Napoleón desde Moscú en 1812, se dedica a la reposición del teatro clásico francés, Corneille, Racine y Moliere. La Comedie Française es tan seria que aún mantiene su estructura original basada en la Cofradía de la Pasión, una asociación fundada en 1604 —la comedia asociada, al menos nominalmente, a algo tan definitivamente serio como la pasión. El genio francés ha sufrido mucho. Quizás sea Milan Kundera quien se haya referido y ensayado más acerca del humor en la sociedad contemporánea, al humor y su lugar en la historia de la literatura. Para algunos su mejor novela, “La broma”, es una meditación sobre las consecuencias sociales de una humorada en la Checoslovaquia comunista de los primeros cincuenta, una sociedad muy seria a contrapelo de la sociedad cubana de esos mismos años. Virgilio Piñera fue un gran bromista que pagó con el ostracismo su desenfado. ¡Qué bien leer después de cuarenta y dos años estos versos que nos dejó en “Una broma colosal”, Ahora, callados por un rato, /oímos ciudades deshechas en polvo, / arder en pavesas insignes manuscritos, / y el lento, cotidiano gotear del odio. / Mas, es sólo una pausa en nuestro devenir. / Pronto nos pondremos a conservar. / No encima de las ruinas, sino del recuerdo, / porque fíjate: son ingrávidos / y nosotros ahora empezamos. Allá por el año 1995 unos amigos me gastaron una broma inolvidable, con unos versitos de ocasión, los conservo. El ofendido, yo,  por la broma no olvida, aunque comprenda para seguir el consejo de Spinoza. ¿Por qué no se usa el humor para burlarse de los poderosos? Porque o se acaba el financiamiento del sacrosanto sector privado, o te siquitrillan en los estados totalitarios. Entonces, ¿a qué viene tanto escándalo? ¿Burlarse es también un componente insoslayable, primordial, irrenunciable de la libertad de expresión? El humor es factor y actor del cambio político y social que toda sociedad necesita –hay que cambiar, porque los tiempos cambian y las sensibilidades y percepciones, y las realidades políticas y las económicas, todo cambia. Disfruto la ironía fina, inteligente, que no abuse, de buen gusto. Pienso que el humor debe ejercerse con responsabilidad, valorando las circunstancias y las posibles consecuencias y, sobre todo, consciente que los poderosos y los fanáticos resienten el humor como una impostura imperdonable, un acto impúdico, un atraco a los principios, una traición, y la traición decían los guapos y los revolucionarios de mi barrio, que no siempre eran las mismas personas, se paga con la vida. El humor es risotada moderna a la seriedad medieval –la gracia de los hombres del Renacimiento costó vidas y sufrimientos y privaciones y destierros.

Me va a tomar toda la vida, aprender algo de ella.