Monday, October 29, 2007

Yara

Entre el 18 de abril de 1819 y el 27 de febrero de 1874 transcurre la vida de quien fuera principal animador de la primera guerra por la independencia de Cuba (1968-1978) y Padre de la Patria cubana, Carlos Manuel de Céspedes. Cincuenta y cinco años de una vida dedicada a los ideales revolucionarios, al cultivo de las cosas del alma, a la generosidad y el donaire –hombre de familia y de patria, el padre de todos los cubanos como él mismo proclamara. Depuesto por las intrigas de un anexionista y dejado sin la menor protección se enfrentó a una pequeña tropa española en la localidad de San Lorenzo, en la Sierra Maestra, muriendo despeñado, después de haber sido herido de muerte. Con él murió la primera República de Cuba en Armas, su posibilidad de ser no un sueño justiciero, sino una realidad política de justicia y ventura. Se sucedieron otros muchos hombres y otras muchas ingratitudes en la larga historia de las luchas de los cubanos por la independencia –se padeció un hiato que duró 61 años, desde 1898 hasta 1959, en el que la patria cubana estuvo a punto de diluirse, de desdibujarse, de perder sus contornos propios. En el discurso conmemorativo del 100 aniversario del comienzo de las luchas independentistas cubanas, el jefe de la Revolución dijo acerca del significado del Grito de Yara: “Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de 1868. Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos instantes”. El vínculo de continuidad del proceso político cubano -desde sus primeros momentos cuando el aire era como griego en el seminario de La Habana, pasando por la finca La Demajagua y la manigua, hasta estos días dificilísimos- es la garantía de la existencia de la patria como entidad independiente, tal y como la querían, y pensaron, los constitucionalistas cubanos de ideas más avanzadas en 1901. Esa única revolución que a través de los años ha despertado los más apasionados sueños de los patriotas cubanos, aún cuando entre ellos es posible ver, históricamente, diferencias de juicio y criterios de acción, es la que pretenden derrotar los anexionistas de siempre, que se reciclan y se reinventan, se ponen los más descarados atuendos o muy sutiles ropajes, burdos y moderados todos apostando a que desde afuera le construyan la casa, o se la devuelvan. La revolución cubana, la que se fraguó entre ideas renovadoras, acciones militares sin precedentes y una vida política en constante riesgo y sobresalto, la que se inició con altruismo y coraje, es la misma que hoy intentan deshojar desde todos los ángulos los pálidos y los tibios, incapaces de ninguna grandeza, ni siquiera para hacer que sus ideas, si es que tienen, se materialicen.



Entre el diez de octubre de 1868 y el veinticinco de octubre de 2007 transcurre la historia de la patria cubana signada por el designio imperial de controlarla y por la defección y bastardía de algunos cubanos. El presidente Bush pronunció un discurso que atinó sólo en tratar de amenazar de la manera más soez y pedestre a Cuba. El gobierno de la República de Cuba replicó con una comparecencia de su canciller en la que sin dejar de reconocer la posibilidad real de un incremento en la agresión del gobierno norteamericano puso en su lugar a este ridículo personaje, vergüenza de su propio país. Los opositores (siempre que escribo opositores me parece que voy a escribir supositores, una combinación entre “sus” y “opositores”, amén de otras resonancias) y los intelectuales modernos acogieron el discurso de marras unos con gestos de asentimiento y otros con una rarísima combinación de indulgencia y mohines críticos, ninguno con vergüenza.

Así son ellos. Véase que celebran con una parranda tremenda el 20 de Mayo, escriben artículos, estrenan tesis postmodernas, hacen ferias de nostalgias y postalitas, se refieren a Tomás Estrada Palma en tono hagiográfico (yo mismo he estado apunto de llorar ante tanta pureza y pulcritud, sobre todo cuando me acuerdo de mis días juveniles en las escuelas al campo). Los que se dicen que entran al juego de la oposición por la puerta de la política de verdad se creen que viven en un protectorado norteamericano; sus declaraciones, acciones, manera de comportarse y finalidad es restituir el predominio del que gozaran los gobiernos norteamericanos en los casi sesenta primeros años del siglo XX. De política cubana saben lo que un senador de cualquier estado del medio oeste de los EE.UU. Tratan, los opositores, de adquirir las maneras, sentimientos, semblantes de los políticos norteamericanos, incluso me ha parecido, en ocasiones, descubrir un tibio cambio en el acento con el hablan, you know. El sicofante Montaner es el líder de estilo, la última moda de las ideas (¿) y de las corbatas. Nunca quisieron ser como el Che, siempre han querido ser como él, Carlos A. Montaner: “Hey, you guys, he is approachable. Just get in here and give up every thing you have”.

Pero nuestros intelectuales modernos, esos sí que le dieron la patada a la lata. Todo el que piense, sienta y se manifieste distinto ellos es reo de vergüenza intelectual, mediocridad de espíritu, estilo oblicuo, simpleza de expresión, “consignero” habitual –ellos son el tamiz, el rasero de la excelsitud literaria, del vigor y la enjundia intelectual, el último libro, la última tesis, la verdadera escuela cubana del pensamiento y la creación. ¡Cuidado con ellos! Si no pasas sus controles eres nadie. Ellos exigen que hagas gala de una neutralidad graciosa:

  • nada de repetir lo que se publica en Cuba ( a no ser para repudiarlo o burlarse),
  • no usar términos, frases, que no hayan sido sancionadas antes por las academias de la postmodernidad (ser novedoso, v.gr. para referirse al Che, favor de llamarlo feti-Che),
  • ser firmes cuando te refieres al sistema político cubano y sus líderes: dictadura, régimen, dictador, asamblea nacional controlada, prensa oficialista, etc.,
  • considerar a los EE. UU. como la primera y más grande democracia del mundo que siempre ha estado al lado de los cubanos decentes,
  • releer la historia de Cuba desde el centro a la derecha y, si es posible, moverse un poco al norte: buscar nuestro norte liberal,
  • nada de sueños, utopías, nuevos proyectos de convivencia social y civil; mucho metarrelatos, escrituras marginales, grados ceros, olvidar a quien sea que le toque el turno de ser olvidado,
  • aprender de una vez y para siempre que la ética es una disciplina filosófica que hay que dejar en el aula, el salón de conferencia, la animada tertulia,
  • busca cosas raras y poco trabajadas para exhibir erudición y sagacidad,
  • y, la regla de oro, todo vale para salirse del castrismo: desde un ensayo letrado hasta uno con c-4.

Nuestros muy dañados intelectuales (ellos gozan el subtítulo que aparece en Mínima Moralia de Adorno, lo usan como adorno): forzados al destierro, al exilio o a la cárcel. Como lobos esteparios, judíos errantes, se construyen la mar de fábulas, viven su propia ficción con fruición, son la mentira de las verdades, invirtiendo el apotegma de su muy venerado gurú, Vargas Llosa.



La Revolución Cubana tiene el deber de existir. Para disgusto de letrados y opositores, la revolución cubana tiene el deber de existir. Para malestar y jaqueca de los anexionistas de hoy, la revolución cubana tiene el deber de existir. Hay que pensar la revolución con sentido crítico e histórico, hay que corregir lo corregible, hay que hacer que transite hacia un estadio superior de existencia social, política, económica, cultural. La revolución no es un producto que se puede mejorar, no es mercancía de uso que pierde su valor. La Revolución es un proceso que ha informado la nación cubana desde que empezó a pensarse como algo propio y distinto. Dentro de la revolución -que comenzó en el seminario “San Carlos y San Ambrosio”, se desplegó y cantó en La Demajagua y en los campos y ciudades de Cuba, sobrevivió al atorrante y tormentoso designio de los EE. UU. de desfigurarla y que se mantiene victoriosa tras casi medio siglo de acosos gravísimos- es posible sentarse en cualquier parte del hemiciclo de la patria. Fuera de la revolución, nada.

Wednesday, October 03, 2007

Estamos de aniversario

Por estos días celebro los quince años. Son “mis quinces” y aún no he pensado en tomarme las fotografías propias de la ocasión. No he hecho fiesta, no quiero fiestas, ni siquiera un callado recordatorio salpicado con alguna bebida espiritosa. Han sido quince años que pesan como quince días, así de fugaces, perentorios; los he debido, más mal que bien, que apurar, que sortear entre el desencanto, la amargura y la frustración –un largo período más que especial. Hace quince años, el diecisiete de septiembre de mil novecientos noventa y dos me abandoné a mí mismo, me serruché el piso, me cerré el cielo y comencé a errar. Estoy de aniversario: quince [crueles] abriles, salpicados de comidas exóticas y “nacionales”, abundancia de bebidas, más baratas, menos caras, viajecitos por el país de adopción y una escapadita a Europa, inversiones más o menos afortunadas en bienes raíces, bienes de consumo a tutiplén, años de trabajos diversos, desde repartidor de comidas hasta maestro de secundaria. Voy a celebrar estos quince años mirando hacia atrás, hacia lo dejado a la intemperie, mirando sin esperanza alguna estos quince, sin oropel ni festejos.

En los predios del pasado descubro dos caras que son la cifra de todo lo que se apiñó como promesa del futuro: son mis hijos cubanos, que con los años han devenido menos hijos, más progenie. Para mitigar el dolor me impuse un disciplinado olvido afectivo que ha ido invadiéndolo todo, saturándolo casi todo, a tal punto que gozo de una impunidad en el orden de los afectos que sólo consigo mitigar a fuerza de voluntad y deseos. Esas dos caras despiden sus contornos y se transforman en la geografía de una isla y sus cayos adyacentes, en la oscura, apenas perceptible, geometría de una sacristía –una vida chamuscada en el oráculo de un dios que asiste, con paciencia, al teatro de marionetas que ha creado y se le ha ido de las manos, de esas sus manos finas y gastadas por los hilos que ya no están ¡ay! entre ellas.

El pasado también está hecho de olor, o de tufo, como se prefiera. Los olores del campo después de la lluvia, por un lado, la fetidez del pantano en el que he vivido unos imprevistos quince años. ¿Será, me pregunto, que ese dios, dramaturgo y actor consumado en charadas de muy buen gusto, me ha regalado el extrañísimo privilegio de ver la obra teatral en la que actúo desde un palco disimulado donde los actores agotados rechinan los dientes? Olores que perviven en la memoria, que se pasean de noche, oníricos ellos, que se empujan y empañan con sus suaves vahos los cristales de estos ojos que hace tanto tiempo no miran si no una realidad indeseada, nunca asumida como la que es, en la que se deslizan con brutalidad y descaro, los días con sus noches, los trabajos sin reposo, la fe sin esperanza. Los efluvios de esos olores empañan aún más el espejo en el que miro, lo hacen más enigmático –del hermoso himno al amor que escribió Pablo a los Corintios sólo ese verso persevera, y no es poca cosa. De otro lado, la insistencia pestilente, la inconsistencia de este solar yermo, desalmado, patético hasta la caricatura, en el que pervivo.

De estos quince años guardo con especial esmero la certeza de que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, no da frutos. Quizás sea la única certeza, el único convencimiento de estos quince, el regalo especial que me ha hecho la vida, o Dios, quién sabe. Fue como morir; ha sido como un morir lento, aplazado por la circunstancia de la biología o de la providencia y en el que me ha sido dado recapitular mi historia personal en su contexto, en su gran y en su pequeño contexto, parodiando a Kundera. En este plazo de quince años la obsesión por el recuerdo del pasado, la reconstrucción minimalista del mismo, ha sido el ejercicio del espíritu, la corrupción del cuerpo. Adorno, en su breviario sobre la vida dañada, apunta que la vida pasada del emigrante queda anulada y que ni el propio pasado está ya seguro frente al presente, que cada vez que lo recuerda lo consagra al olvido –la mía ha sido una vida de quince años dedicada a olvidar sin anular, a cultivar momentos de entrega en los que intento anular el presente para no olvidar el pasado. Sé que de manera irremediable lo anterior a la ruptura queda encapsulado y es susceptible de ser modificado hasta la adulteración pero el ejercicio interior de recuperarlo hasta los detalles menos sustanciales nos previene de la indefensión. Un día tras otro, un recuerdo encima de otro, un olvido trasegado, ¿para qué más? ¿para qué anestesiarse? De lo que se trata es de asumir el daño, la vida dañada, sin paliativos, sin esa adjetivación voluntaria que quiere cubrir la desnudez, lo descarnado del ser en extrañeza óntica.

Post scríptum: a la irreparable lista de pérdidas, olvidos y anulaciones, debo, en justicia, consignar el amor encontrado y compartido, el despliegue de ese amor en hijos, norteamericanos ahora, cuyas caras también despiden sus contornos y se transforman en cifra redentora, en certeza de un por venir en el que quizás alcance algo de paz, de sosiego.

Monday, October 01, 2007

Nota sobre un poeta desconocido

Hace algún tiempo ya, el diecinueve de octubre del año mil novecientos cincuenta y nueve, en la sección de poesía del suplemento literario Lunes de Revolución, se publica por primera vez a un poeta que a la sazón contaba con cuarenta y ocho años. La nota de presentación no está firmada -uno puede suponer la pluma de Virgilio Piñera por detrás. La reproduzco para beneficio de todos:

Alfredo Fernández Pérez nació en La Yaya, Oriente, en 1911. No ha viajado, ni dentro, ni fuera del país; salvo dos viajes a La Habana, cortos, dolorosos; uno: preso durante la tiranía de Machado y otro: a dejar a su hijo, que el cáncer devoró adolescente. Sus estudios, los que le permitió realizar la Escuela Pública del Central "Delicias", donde reside y trabaja como mecánico. Sus lecturas, las pocas que el azar le ha proporcionado, han enriquecido su experiencia vital, contribuyendo sólo en lo "necesario" al acervo tradicional. Poesía la suya -hasta el presente inédita- agreste, por la ausencia de las mil formas -ismos y abismos- que han vapuleado a la poesía en lo que va de siglo. Poesía centrada en sí misma, exenta de retórica, de palabrería (que no de palabras); de ese misterio "tan en boga" concebido a priori, de interrogantes e interrogaciones. Poesía exenta de búsqueda minuciosa en otras literaturas, en la literatura. Poesía vegetal sin flora; animal sin fauna. Donde el paisaje -mar, playa, horizonte, guardarraya, matorral o casa- no corresponden a ninguna intención plástica, sino al ámbito del poeta, que él elige para sus meditaciones. Poesía en función del pensamiento, de la sensibilidad, de la labor que debe hacerse en silencio, como el poeta sugiere. En fin, si la poesía es una, indivisible y eterna, ésta que "LUNES" recoge hoy en sus páginas, es esa poesía. Poemas escritos entre 1926 y 1938, con excepción de LA ARANA, esa página cristalina, donde la araña -el cáncer- que atrapa y devora a su hijo, mirada como una criatura de Duios, no es repulsiva, ni debe temérsele. Poesía para ser sentida.

Creo que nada debe ser añadido a la valoración que hace el presentador de la poesía de Alfredo Fernández Pérez. Sólo apuntar que este poeta lejos de las disputas y de las capillas, del sabiondo quehacer de los poetas de gremios y de oficio, me ha conmovido; su sencillez y magnanimidad reflejan que el arte de la poesía se alberga en los espíritus limpios, aunque dudosos, reticentes a cualquier fórmula de salvación. Es saludable, decoroso y esperanzador saber que la literatura existe más allá de las editoriales, los cónclaves y las instituciones: la promesa de la academia es una promesa acabada. Alfredo Fernández Pérez sigue inédito, a no ser por las generosas páginas de Lunes de Revolución, de su expurgador que sospecho sea el venerable Virgilio. Ese espacio y los que lo realizaron, al menos en ese momento, expresaban la quintaesencia del proceso revolucionario cubano: hacer sustancia de la raíz, promover y dar espacios participativos a lo genuinamente popular, a lo auténticamente entroncado con el acontecer histórico de la patria. El destino mismo de poeta lo sustrajo del festín nombrable, de los premios consabidos. Quizás murió como corresponde a un poeta, en el silencio y el olvido; quizás su obra no sea tan insigne, ni cuantiosa, como para elevarla al dudoso privilegio del estar en los currículos universitarios -no está en el dudosamente elaborado canon literario del país. Pero su sencilla y callada poesía sirve para confirmar que el aliento principal de toda creación está en su capacidad de testimoniar el alma.

Aquí van algunos de sus poemas, publicados en Lunes… aquel día de octubre de mil novecientos cincuenta y nueve:

Poemas de Alfredo Fernández Pérez

1
Solitario, junto al mar
yace un árbol derruido
a su tronco carcomido
viene un ave a descansar.

Voy cruzando por la arena
de la playa, silencioso.
Me detengo a contemplar
el mar, mientras la serena.

mirada me clava el ave.
Allá en el confín brumoso
que une el cielo con la mar,

se ve cual punto borroso
la silueta de una nave.
El ave se echa a volar.

2
Ruge el mar. Retumba el trueno,
el rayo feroz estalla;
zozobra el bajel. La lona,
cruje y se rasga.

Silencio absoluto. Nada.
Sólo el mar. Antes
mar de espumas, blanco;
después, mar de olas amargas.

3
Ves ese barco encallado
entre aguas y arenas preso?
La mar le da un prolongado,
silencioso, amargo beso.

4
Me gusta ver en la playa
a la gente marinera,
bruñida de sol. Salitre,
que brilla cuando se quema.

Me gusta ver en el mástil
como una blanca bandera,
la lona que el viento hincha
y ondula, cuando la besa.

Las mujeres de la costa
son pálidas y morenas
el sol les modela el rostro
y pule la cabellera.

Tienen los ojos profundos,
el mirar tienen de lejos;
de haber nacido en la costa
marinero también fuera.


La poesía

Pasó de largo, no llegó a mi casa,
ni se dignó mirarla;
aunque yo la esperaba
con las puertas abiertas.
La llamé, no me oyó;
siguió adelante.
Dejó en mis labios trémulas palabras.


Inmóvil yo

Un día, inmóvil yo
me iré. Es probable
que acudan a mi casa,
revuelvan acuciosos, indaguen.
Encontrarán en ella
algo que no habían visto
ni quizás presentido.
Y yo, inmóvil,.
Protestará el silencio.

Es más bello

Es más bello
que la labor se haga
en silencio,
sin la sombra importuna
de una duda
ni de estéril queja.

Amigos verdaderos

Qué bien me siento rodeados de poetas
en el silencio y la paz de mi hogar.
Leer sus libros: meditar. Expresan
en forma peculiar, su pensamiento.
Cada poema me trae una sorpresa.
Juan Ramón en páginas selectas.
Suaves ternuras de Gabriela Mistral.

Cuando leo a Baudelaire

El viento ladra
en la ventana canta
el viento danza.
¿Vuela el viento?
Oscuro ladra
ebrio, frío, fantasma.
Su ladrido en la ventana.
Su ladrido en el cuarto
donde leo a Baudelaire.
Cuando el viento ladra
y yo leo a Baudelaire.

El poeta

Ser rumor.
Más que voz
ser el eco
de una voz
que al hablar
diga lo eterno.

Poeta carretero

Manipulando al caña
llevas una vida inquieta,
vas de carreta en carreta
y un mar de sudor te baña.

Con tus sueños de poeta
te pierdes en la maraña
de los campos. Caña …caña…
bajo un cielo azul violeta.

Cuando el sol sus rayos lanza
y hace que la vida brote
tu zaino rocín, al trote

por la guardarraya avanza.
Vas en él cual Sancho Panza
con aires de Don Quijote.

Punto guajiro

Bello el sinsonte canoro
cante en la oscura maleza
porque la naturaleza
le da su rico tesoro.

Canta el arroyo sonoro
al cruzar por la llanura
y lleva en su linfa pura
un canto de plata y oro.

Cantan las aves a coro
húmedo el bello plumaje
saludando a un personaje
que viste de púrpura y oro.

La araña

Estoy mirando la araña ventruda
-pescadora de insectos-
cómo teje su red.
Veo la araña; su vientre. Red.
Miro la araña, ¿qué es repulsiva? dicen.
Miro la araña y pienso.
Pienso que es hábil –pescadora-,
ingeniosa –su red-; sabe.
Miro la araña atrapar insectos.
La veo alimentarse y pienso
todos los seres para subsistir comen.
Estoy mirando la araña ventruda
y no temo a su red. No es un ser repulsivo.