Sé, me consta: Rafael Rojas nunca se ofendería por disentir de él, ni siquiera si la disención es fuerte, enconada; él te miraría de una manera tan democrática como falsa. En una de sus últimas aventuras periodísticas en ese diario que es un New York Times mal traducido y peor editado, Rafael, que ya no es del "exilio de terciopelo" (que lindeza esa, EHB), exhibe esas mañas suyas para atosigar de medias verdades y mentiras completas a sus embelesados lectores de hoy que pudieran ser sus electores mañana y nos dice (y se desdice, porque a Rafael hay que leerlo de abajo hacia arriba para cogerlo de atrás pa'lante) que en " conflicto bilateral" las partes son dueñas de la mitad de la verdad. Que matemática tan extraña, digo yo. ¿Será la verdad un chorizo que uno pica a la medida de su apetito? El artículo de Rafael bien pudiera compendiarse en esta oración:
"Asumir el papel de la víctima o del ofendido va siempre acompañado de una exhaustiva memoria de agravios. En el caso de Cuba, dicha historia tiene un trasfondo real: es cierto que, entre 1960 y 1992, Estados Unidos impulsó o permitió todo tipo de acciones violentas contra el Gobierno cubano." ( El País, 06/17/09)
"…es cierto que, entre 1960 y 1992…" ta, ta, ta. Yo llegué a Estados Unidos en 1992, justo cuando Estados Unidos dejo de impulsar o permitir" todo tipo de acciones violentas contra el Gobierno cubano". Bien, cará. Entonces la Ley Torricelli sancionada, y en efecto, desde 1992, La Ley Helms-Burton sancionada, y en efecto, desde 1996 y la cadena de atentados con bombas a hoteles cubanos en 1997 dirigidos y financiados desde Miami, donde vive su confeso autor intelectual, no son actos ni impulsados ni permitidos por el gobierno norteamericano. Esto sin mencionar las atrocidades civiles del gobierno de Mr. Bush. Como uno aprende con Rafael.
Para desconsuelo de las ciencias sociales cubanas la capacidad intelectual de Rafael ha decrecido con la misma celeridad que su proyección en la política contrarrevolucionaria ha aumentado –artículos aquí y allá que después recopila en libros. No es que el intelectual no pueda tener una participación en la vida pública, no se trata de eso. Es más es plausible que eso ocurra pero con un máximo de responsabilidad cívica, con la misma responsabilidad con que se cuida la ortografía y la sintaxis. Rafael Rojas tiene la capacidad de ejercer la crítica lúcida y apasionada de que es capaz siempre que respete la verdad y reconozca los límites políticos que tiene la ya muy larga lucha del pueblo cubano por su independencia y soberanía.