Los nuevos perros para el mismo collar
Los reportes que llegan de Cuba no son nada
halagüeños —las bodegas llegaron ya, y llegaron bailando reguetón… La propiedad
privada de ciertos servicios es un mal necesario en una sociedad en transición—ni
el nuevo estado tiene los medios para ser eficiente, ni la conciencia política
ha alcanzado la madurez necesaria para asumir la socialización de los medios de
producción y servicios. El modelo que a fuerza de hierro y marketing quieren imponer es el de anular el Estado en nombre de
las corporaciones, reducir el gobierno a una pura agencia de redistribución de
las migajas que deja caer el “uno por ciento” y control del “noventa y nueve
por ciento”, y convertir a la ciudadanía en consumidores modelos, en roedores
insaciables, en conejitos copuladores… En cuanto al poder político, ya tuvimos a Aznar en España con bigotito y
todo, y a Berlusconi en Italia, y Francia casi se gana a Dominique
Strauss-Kahn, solo que lo sorprendieron, literalmente, con las manos en la masa y casi que termina en el talego. Entonces,
¿por qué desanimarse? Trump está ahí, al doblar de la esquina. ¿Y qué tiene que
ver todo esto con Cuba, y las bodegas, y el reguetón? Bueno, un guiño teórico a
lo que sucede en Cuba en materia de transformaciones económicas, un intento de
pensar más acá del ensordecedor ruido de las bocinas con reguetón. Lo dicho,
los reportes que tengo de Cuba distan de ser halagüeños…
Este domingo, de visita en casa de E., pude ver un
programa de Anthony Bourdain, recientemente filmado en Cuba. He visto muchos de
sus programas reportando de lugares distantes, la exótica imaginería culinaria
local, pero este tenía ese sabor
agridulce que le produce a todo buen norteamericano hablar de Cuba, acercarse a
Cuba. Por un lado, se dan cuenta de que los han estado engañando, en el caso de
Bourdain, toda la vida —nació en 1956—, que el cuento del monstruo asesino, de
las ergástulas y el sufrimiento sin par del pueblo cubano es puro humo —es
verdad que no llegó al cielo, pero está muy lejos del infierno: lo sabe muy
bien, ha viajado mucho. Del otro lado, tiene, Bourdain, a sus interlocutores
cubanos, artistas, empresarios, artistas-empresarios, gente común,
intelectuales, fanáticos de los automóviles, que tratan de venderse por todos
los medios como gente “normal”, sin una agenda, sólo adecuarse a los nuevos
tiempos, comentarios, aquí y allá, mucha deliciosa comida y mucho ruido y mucho
charm y mucho sol y mucha naturalidad
y una seguridad que no se lo puede creer y, entonces, de ahí viene ese sabor
agridulce, del contraste entra la propaganda y la realidad. Este programa de
Bourdain sobre Cuba no me llenó de sano orgullo ni el deseo legítimo de
regresar…, este programa me embargó de tristeza, porque detrás de ese discurso
neutro, “normal”, de esa comida deliciosa y ese ruido, detrás de ese charm y ese sol y esa voluntad explícita
de seducir está el rendimiento por cansancio, está el convencimiento de que, ya
que todos no somos tan iguales,
seamos lo más diferente posible… Entonces, como de pasada, la cámara toma
rostros viejos y cansados, solos y apartados, y edificios en franca fase de
demolición, y pienso que esos rostros fueron los del sacrificio de ayer, los
jóvenes más o menos voluntarios de la agricultura y la construcción, y las
misiones internacionalistas, y que los que se beneficiaron de su sacrificio,
hoy se los sacuden de arriba, y no los invitan ni a la Fábrica de Arte, ni a
ese patio de caldosa y cervezas frías, y rumbita de Kelvin Ochoa y diseño de
Los Carpinteros… Esos rostros viejos y cansados alguna vez sonrieron imaginando
su futuro y el de sus hijos, y la historia les jugó la mala pasada de
detenerse, justo cuando debía continuar.
En cada una de las secuencias del programa se ve,
por la rendija que se abre entre la gente y las cosas, que el bien habitó entre
nosotros, que la utopía halló espacio para anidar… En el programa se ve lo que
los más desesperados intentos de ocultar no pueden, que hay más cosas que
defender y proteger de la que los mismos cubanos se dan cuenta. De algo pueden
estar seguros, si el gobierno cubano en un acto de irresponsabilidad y lesa
traición abriera el país, y sus recursos, y su mercado, tal cual se lo piden y exigen
el gobierno norteamericano y los petimetres —nunca mejor dicho— locales y del exilio, la institucionalidad del Estado
cubano y el incipiente sector no estatal desparecerían en nada, y este último,
con su discurso de “normalidad”, primero. El sector estatal y el no estatal de
la economía cubana no tienen ni los recursos, ni el capital, ni la tecnología,
ni la rapacidad, ni la maldad del mundo corporativo norteamericano que
desembarcaría en Cuba con la maleta de golosinas delante, las golosinas de la
libertad de expresión y asociación, las golosinas del pluripartidismo y la
iniciativa privada, y esos ciudadanos cubanos, ese pueblo cubano por el que tanto advocara Obama durante su visita a
Cuba, serían desplazados, descolocados, despedazados para hacer espacio para la
nueva realidad, la realidad real, que
dice un amigo.
Aunque los reportes que me llegan de Cuba no son muy
halagüeños y el programa de Bourdain me halla entristecido, tengo la secreta
esperanza, casi la certeza, de que la responsabilidad y la seriedad de las
instituciones cubanas que tienen que ver directamente con el funcionamiento del
día-a-día del país están comprometidas con la estabilidad y la seguridad de la
ciudadanía y el pueblo, así como con la soberanía del Estado cubano.
Como no pudieron a la fuerza, quieren probar con la
“diplomacia”, pero para que ésta le funcione tienen que volver a aislar a Cuba,
esta vez no con diplomacia (Punta del Este, 1962), sino a la fuerza, por eso
están propiciando la desestabilización de todos los gobiernos progresistas de
la región para que a Cuba, aislada otra vez, no le quede más remedio que caer como la manzana madura que siempre nos
han considerado. En este contexto no hay discurso neutro ni normal, no hay
equidistancias. La única posibilidad de Cuba es su realidad de hoy.
¿Perfectible? Sí. Revolucionaria siempre. El mundo de hoy es muy diferente al
mundo de hace veinticinco años atrás, cuando la Unión Soviética colapsó. Las
tecnologías de la información y de la comunicación han alterado
considerablemente la relación espacio/tiempo y la forma de relacionarnos. La
responsabilidad de los países más poderosos debe ser tan global como los
intereses y las ganancias. Cuba, desde su condición de país pobre y
subdesarrollado, ha demostrado que se puede vivir con dignidad y compartir,
pero solo dentro de un proyecto de país informado por los valores que le son
consustanciales como nación y esos son, lo sabemos todos, los ideales de
justicia y libertad que nacieron entre las paredes del Seminario San Carlos y
San Ambrosio, se desparramaron por los salones de las ciudades y las soledades
de los campos, se consolidaron en la manigua, se cultivaron en los hogares
cubanos, escalaron la Sierra Maestra y, desde entonces, tratan de colocarse
definitivamente en la mente y los corazones, en el ser y en el quehacer, de los cubanos.